Belial retrocedió temblando, aún sorprendido de que su espada se hubiera hecho trizas contra el pecho de Luzbel. Azrael apretó la mandíbula. Asmodeo tragó saliva con miedo real pero disfrazado de arrogancia. Luzbel avanzó un paso. Su sombra creció.
Sus alas brillaron con un resplandor dorado que jamás debió existir en el Abismo, combinado con un fuego negro que devoraba las grietas del suelo. Belial murmuró:
—No… no puede ser… eres… imposible…
Luzbel no sonrió.
Luzbel sentenció:
—Soy Luzbel, el que fue tu príncipe. El que eligió a un arcángel antes que a un trono.
Y por eso — levantó una mano —los condeno.
Belial lanzó un rugido y se lanzó hacia él en desesperación. Pero Luzbel ni siquiera necesitó moverse. Una ráfaga de luz oscura brotó de su pecho y envolvió a Belial por completo. El caído gritó mientras su cuerpo era absorbido por un cristal que se formó en el aire: negro como el ónix, pero con vetas doradas que brillaban como el Alba.
El cristal se cerró de golpe. Belial quedó dentro, inmóvil, petrificado, congelado en una expresión de terror eterno. Luzbel dijo con voz grave:
—Allí permanecerás hasta que yo decida liberarte. Si es que lo hago.
Azrael retrocedió, levantando su lanza.
—¡No te atrevas, Luzbel! ¡Soy tu maestro de guerra! ¡Soy leal al Abismo!
Luzbel lo miró con frialdad.
—Pero no eres leal a mí.
Un latigazo de sombra plateada salió de sus alas. Azrael cayó de rodillas, gritando. El cristal se formó alrededor de él, esta vez como un ataúd vertical, hermético. Asmodeo trató de huir. No fue rápido. Luzbel extendió dos dedos hacia él.
—Tú, Asmodeo — La luz dorada brilló un instante en los ojos de Luzbel —Siempre fuiste hermoso —Se inclinó un poco. —Pero nunca supiste amar.
Asmodeo gritó cuando el cristal se formó y lo absorbió por completo.
La sentencia del príncipe eternoEl resto de los ángeles caídos tembló. Luzbel abrió sus alas. La oscuridad del Abismo se iluminó como si dos soles negros hubieran despertado.
—Ustedes me siguieron por odio y ambición —declaró Luzbel— Pero yo he elegido amar — Los caídos retrocedieron. —Y por esa traición —continuó— yo los encierro — alzó ambas manos — en lo que ustedes se convirtieron.
Oscuridad pura brotó de sus dedos. Uno por uno, los caídos fueron alcanzados por esa energía. Se transformaron en esculturas de ónix negro y dorado, retorcidas, congeladas en posiciones de guerra. Miguel observó todo temblando. Luzbel no estaba matando.
Estaba guardando.
Estaba sellando.
Estaba dominando.
Y eso era mil veces más aterrador.
El corazón del Abismo despiertaUn estruendo profundo, como el rugido de un planeta al romperse, resonó en todas las direcciones. El suelo vibró. Las columnas de sombras temblaron. Las prisiones cristalinas brillaron de forma antinatural. Y entonces…
Una voz surgió del fondo del Abismo. Una voz tan antigua como la primera oscuridad. Tan fuerte como el Padre. Tan inevitable como la muerte.
—LUZBEL…
Luzbel tensó la espalda. Miguel dio un paso hacia atrás. La voz continuó:
—TU AMOR TE HA DEBILITADO. TU CORAZÓN ES UN ERROR.
Una sombra gigantesca comenzó a alzarse desde las profundidades. No tenía forma definida. Era un abismo con vida, una entidad sin rostro, sin tiempo, sin alma.
El Corazón del Abismo.
La oscuridad primigenia. La madre de todas las sombras. La única entidad, además del Padre, capaz de destruir a Luzbel. Miguel lo sintió al instante. La entidad habló:
—PRÍNCIPE. YA NO ERES MÍO. HAS ELEGIDO LUZ. HAS ELEGIDO AMOR.
Luzbel apretó los dientes.
—He elegido a Miguel.
La entidad rugió, haciendo temblar la Tierra misma.
—TRAIDOR — La voz era como miles de lamentos —YO PUEDO ANIQUILARTE. NO SOLO EL PADRE POSEE ESE PODER.
Miguel empuñó su espada.
—¡No permitiré que lo toques!
La entidad rió, un eco agónico.
—TE DESTRUIRÉ A TI TAMBIÉN, ARCÁNGEL.
TU LUZ ES UNA OFENSA PARA MÍ.
Luzbel se adelantó de inmediato, poniéndose entre Miguel y la sombra.
—Si deseas matarlo tendrás que matarme primero.
La sombra respondió:
—ESO HARÉ.
El Abismo entero comenzó a derrumbarse. Miguel gritó:
—¡LUZBEL, DEBEMOS IRNOS!
Luzbel tomó su mano.
—No te soltaré.
Y juntos, con las alas destrozando las sombras, escaparon hacia arriba.
La huida hacia el mundo humanoEl Abismo los persiguió con columnas de oscuridad viviente. Cuando atravesaron la grieta hacia la Tierra, cayeron en un bosque nocturno. Miguel respiró agitado. Luzbel lo sostuvo por la espalda, comprobando que estuviera vivo. Pero la Tierra no era refugio. Era otro campo de batalla. Apenas aterrizaron, una risa humana se escuchó entre los árboles. Miguel se tensó. Luzbel frunció el ceño.
Tres hombres salieron de las sombras. Sus ojos eran completamente negros. Sus venas, oscuras. Sus cuerpos, deformados por la posesión. Y en sus manos armas hechas de sombra sólida, afiladas como cuchillas de cristal negro. Armas que podían matar arcángeles. Armas capaces de destruir incluso a Luzbel. Uno habló con voz doble:
—ARCÁNGEL. TE MATAREMOS.
Y TRAEREMOS DE VUELTA AL PRÍNCIPE PARA EL ABISMO.
Miguel retrocedió un paso.
—Son humanos —susurró con dolor— Luzbel… son humanos inocentes…
Luzbel apretó su mano.
—Miguel si no los detienes te matarán. Y yo no puedo perderte.
Miguel cerró los ojos, temblando. La espada divina apareció en su mano. Pero su corazón se quebró al comprender la decisión que debía tomar. Los humanos poseídos avanzaron. Luzbel gritó su nombre.
—¡MIGUEL!
Y Miguel entendió: Para amar a Luzbel tendría que manchar su luz. Para protegerlo tendría que matar inocentes.