La Caída De Luzbel

Luz y Oscuridad en un Solo Latido

Los humanos poseídos avanzaban, sus ojos negros convertidos en pozos sin fondo, sus armas de sombra destellando con un brillo letal. Miguel retrocedió un paso, con la espada temblándole entre las manos. Cada hombre que se acercaba tenía un rostro distinto: un padre, un joven, un anciano… seres inocentes atrapados en una oscuridad que no les pertenecía.

—Miguel —susurró Luzbel, poniéndose delante de él. Lo miró a los ojos con un dolor insoportable. —Si no los detienes morirás tú.

Miguel cerró los ojos. Sus pestañas húmedas brillaron con un resplandor tenue.

—No mataré humanos — dijo con voz quebrada. Su luz interior vibró, respondiendo a su decisión. —No puedo hacerlo. No debo hacerlo. No es su culpa. Son víctimas igual que nosotros.

Luzbel frunció el ceño. Una preocupación muy humana cruzó su mirada.

—Miguel, tu misericordia te matará.

Miguel levantó la espada celestial y la punta brilló con un resplandor azul-blanco jamás visto. Luzbel quedó sin aire.

—¿Qué es eso?

Miguel abrió los ojos. Y ya no eran solo dorados: tenían un anillo plateado, una luz viva que giraba dentro.

—No voy a matarlos —dijo Miguel con una firmeza que estremeció el bosque. Su luz creció. —Los liberaré.

El despertar del Exorcismo Absoluto

Los humanos poseídos atacaron al unísono. Miguel levantó la espada y la clavó contra la tierra sin tocar a ninguno. Una onda expansiva de luz pura se extendió desde sus pies como un círculo perfecto, cubriendo el bosque entero. Los hombres gritaron. No de dolor. De liberación.

La oscuridad salió expulsada de sus cuerpos como humo venenoso. Luzbel levantó la mano y cerró los dedos, desintegrando esa oscuridad antes de que pudiera volver a los cuerpos. Era un baile. Un sincronía perfecta entre luz y sombra:

—Miguel liberaba.
—Luzbel destruía.

El poder nuevo de Miguel era hermoso y aterrador. Un exorcismo absoluto. Una purificación total. Cuando la última sombra fue arrancada, Miguel cayó de rodillas, agotado. Luzbel corrió a él.

—Miguel ¿estás bien?

Miguel respiró con dificultad.

—No sabía que podía hacer eso.

Luzbel acarició su mejilla.

—Eres más poderoso de lo que el Cielo cree.

Un crujido resonó detrás de ellos. Y ambos supieron que eso no venía de humanos.

El enemigo verdadero se revela

Desde la oscuridad del bosque, la sombra más antigua comenzó a materializarse. Una masa colosal, sin forma fija. Ojos múltiples, rojos y sin párpados, emergiendo como brasas encendidas. Venas de luz negra latiendo. Y una voz que hacía retumbar la tierra:

LUZBEL

Luzbel apretó a Miguel contra su pecho.

—No mires. No escuches. Él quiere quebrarte.

La entidad se acercó. Cada paso deformaba el suelo.

TÚ NO PUEDES ESCAPAR, ESTRELLA CAÍDA.

Miguel tembló.

—Ese es ¿él?

—El Corazón del Abismo —respondió Luzbel.
Su rostro se endureció. — La única entidad, además del Padre que puede destruirme.

Miguel abrió los ojos de golpe.

—No. ¡No puede matarte! ¡Lo impediré!

Pero Luzbel negó con la cabeza.

—Él puede. Pero no lo hará fácilmente.
Y abrió sus alas.

La sombra atacó.

La batalla imposible

Un tentáculo de oscuridad cayó sobre Luzbel con un rugido desgarrador. El impacto creó un cráter inmenso. Miguel gritó:

—¡LUZBEL!

Pero cuando el polvo se levantó. Luzbel estaba allí. De pie. Iluminado. Invencible. La sombra bufó con frustración.

¿POR QUÉ NO CAES?

Luzbel levantó la mirada, furioso, hermoso, elemental.

—Porque solo Dios puede matarme — Su voz fue un trueno —Y tú no eres Dios.

La entidad rugió, esta vez con rabia real. Luzbel extendió sus manos y una explosión de fuego negro-dorado atravesó la sombra, partiéndola en dos. Pero no desapareció. Miguel sintió el pecho apretarse.

—Luzbel… estás debilitándote…

Y era cierto: el brillo dorado que envolvía las plumas del querubín se estaba apagando. Su respiración era más profunda. Su pulso, más lento. El Corazón del Abismo habló:

NO PUEDO MATARTE PERO PUEDO QUEBRARTE.

Miguel se colocó enfrente de Luzbel.

—No lo permitiré.

La sombra se preparó para atacar de nuevo. Y entonces Miguel vio algo: Un resplandor tenue detrás de un árbol caído.vUn portal. Una puerta interdimensional hecha de luz y sombra entrelazadas. Una grieta que no pertenecía ni al Cielo ni al Abismo.

—Luzbel —susurró—.ñ ¡Allí! ¡Ese portal!

Luzbel lo miró y entendió sin palabras.

—Una dimensión neutral —dijo— Un lugar donde nadie puede seguirnos.

Miguel tomó su mano. La sombra rugió detrás de ellos, acercándose con velocidad monstruosa.

—¡CORRAN, ÁNGELES! —tronó la entidad—
NO HAY REFUGIO PARA EL AMOR PROHIBIDO.

Luzbel abrió sus alas. Miguel también. Los dos se impulsaron hacia el portal. La sombra los persiguió, pero el portal se cerró justo cuando la oscuridad estaba a centímetros de atraparlos.

La dimensión neutral

Cayeron sobre un suelo blanco y suave, como mármol vivo. El cielo no tenía color.
El aire no tenía temperatura. No existía luz ni sombra. Solo ellos. Miguel respiró agitado.

—Estamos… ¿a salvo?

Luzbel acarició su rostro y negó despacio.

—A salvo por ahora. — Levantó la vista —Pero no podemos quedarnos aquí para siempre — Su voz se volvió grave —Este lugar no es vida. No hay cielo. No hay tierra.
No hay tiempo.

Miguel tomó su mano con fuerza.

—No importa. Mientras esté contigo no tengo miedo.

Luzbel cerró los ojos, como si esas palabras fueran demasiado para soportarlas. Y la nada insondable que los rodeaba pareció observarlos. Esperar. Porque incluso en la dimensión donde nada existe el amor puede despertar un nuevo peligro.




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