La dimensión neutral era silencio puro. Un silencio que no pesaba. Un silencio que no dolía. Solo existencia. Pero algo comenzó a cambiar. Miguel fue el primero en notarlo.
El suelo, que antes era mármol blanco infinito, adoptó un brillo suave, como si respondiera a la luz de su pecho. El aire se tornó cálido a su alrededor. Un aroma a cielo recién formado envolvió su piel. Y al mismo tiempo…
La oscuridad suave que rodeaba a Luzbel se materializó en columnas negras y doradas, como raíces de sombra viva que no amenazaban, sino que respiraban junto a él.
La dimensión se estaba adaptando a ambos. Fusionando lo que nunca debió coexistir:
La luz más pura. La oscuridad más poderosa.
Miguel levantó la mano y vio cómo un corte en su palma se cerraba al instante, dejando una suave cicatriz luminosa.
—Me estoy curando —susurró.
Luzbel lo observó y sonrió apenas, con esa belleza trágica que podía quebrar universos.
—Este lugar responde a lo que somos —explicó. Se inclinó para rozar la mejilla de Miguel. —Tu luz sana. Mi oscuridad protege.
Y juntos — acarició su propia herida en el pecho, que se cerró en segundos — sanamos más rápido.
Miguel tomó su mano con ternura.
—Este lugar ¿podría ser nuestro hogar?
La expresión de Luzbel se ensombreció.
—No — Volteó la mirada hacia la nada infinita. —Aquí no existe tiempo. Ni vida. Ni destino — Sus ojos brillaron con dolor —Y los humanos nos necesitan — Miró a Miguel con absoluta decisión — Debemos volver juntos.
Miguel asintió, sin soltarlo.
El regreso a la TierraEl portal apareció automáticamente cuando ambos tomaron la decisión. Un remolino de luz y sombra entrelazadas. Como si la dimensión los expulsara suavemente hacia donde pertenecían. Cuando sus pies tocaron la tierra otra vez, la sensación fue inmediata:
Calor.
Ruido.
Corazón.
Dolor humano.
Luzbel ajustó su aura para camuflar su presencia. Sus alas desaparecieron de la vista mortal. Lo mismo hizo Miguel. Sus formas se volvieron humanas, aunque perfectas y hermosas. Caminaron entre la gente. Mano con mano. Sin rozarse, pero sin separarse tampoco. Una ciudad respiraba alrededor: Luces, autos, voces, pasos, música distante.
Pero había algo más. Algo oscuro, un murmullo, una vibración, un dolor. Los jóvenes que cruzaban cerca tenían ojeras profundas, movimientos rígidos, miradas vacías. Y a veces, por un segundo, sus sombras parecían moverse solas. Luzbel frunció el ceño.
—El Corazón del Abismo ha empezado a infectarlos —dijo— No solo los posee — Sus ojos ardieron —Los está convirtiendo en armas vivientes.
Miguel apretó la mandíbula.
—Tenemos que detenerlo.
Un grito rompió la noche. Una joven cayó sobre sus rodillas en medio de la calle. Su sombra se alzó detrás de ella, deformada, con garras de humo. La gente huyó, aterrada. Miguel y Luzbel corrieron hacia ella.
La segunda batalla – Luz y Sombra en armoníaAl instante, decenas de sombras surgieron de los callejones. No eran demonios completos. Eran porciones arrancadas del Abismo, enviadas para matar. Miguel desenvainó su espada de luz. Luzbel extendió sus manos, invocando fuego oscuro.
—¿Listo? — preguntó Luzbel.
Miguel sonrió con un destello de valentía.
—Siempre.
Y entonces, comenzaron. Luzbel se adelantó, enviando una onda expansiva de fuego negro que desintegró la primera ola de sombras. Miguel corrió hacia la joven, tocándola con la punta de su espada. No la hirió: su luz se esparció por todo su cuerpo y la sombra salió expulsada como un grito, atravesando el aire. Luzbel la tomó con una mano y la destruyó completamente.
—¡Miguel, detrás! —rugió Luzbel.
Miguel giró y liberó a otros tres jóvenes con cortes certeros, liberación pura. Luzbel recogía cada sombra, aplastándola con su oscuridad divina. Eran un dúo perfecto. Una danza celestial y oscura. Espalda contra espalda. Miguel brillando como una estrella viva. Luzbel ardiendo como un eclipse en llamas.
Los humanos, escondidos detrás de autos o dentro de edificios, observaban con los ojos muy abiertos.
—¿Quiénes son? —susurró una mujer.
—¿Ángeles? —dijo un hombre temblando.
—No —susurró la joven liberada— Miró a Miguel y Luzbel con lágrimas en los ojos.
—son nuestros guardianes.
Orbes de sombras seguían saliendo del suelo, pero Miguel y Luzbel no retrocedieron.
Miguel liberaba. Luzbel destruía. Hasta que no quedó ni una sola sombra en pie. Los jóvenes liberados cayeron de rodillas, llorando, agradeciendo.
El reconocimiento de los humanosUna niña pequeña, de no más de cinco años, se acercó tambaleando a Miguel. Tenía restos de sombra alrededor de sus ojos.
—¿Usted me salvó? —preguntó.
Miguel se arrodilló y sonrió con dulzura, acariciándole el cabello.
—Estás a salvo ahora.
La niña lo abrazó con fuerza.
—Gracias, señor ángel.
Miguel contuvo las lágrimas. Luzbel observó la escena con el corazón apretado. Era hermoso. Era doloroso. Era peligroso. Un grupo de humanos se reunió alrededor. Uno de ellos, con voz emocionada, exclamó:
—¡Son nuestros protectores!
Otro gritó:
—¡Nuestros defensores!
Una mujer sollozó:
—¡Gracias por salvar a nuestros hijos!
El eco de esas palabras atravesó a ambos. Miguel sintió esperanza. Luzbel sintió miedo… de perderlo todo otra vez. Y entonces, desde la distancia el aire se heló. Una voz surgió desde todos los rincones al mismo tiempo. Una voz que no los había olvidado.
LUZBEL MIGUEL NO PUEDEN ESCAPAR.
El Corazón del Abismo había encontrado la Tierra. Y la batalla apenas comenzaba.