La ciudad había quedado en silencio. Los humanos rescatados se refugiaban en las calles y edificios cercanos, algunos observando a Miguel y Luzbel desde lejos, otros rezando, otros llorando. Todos estaban asombrados. Todos estaban agradecidos.
Todos estaban aterrados. Pero Miguel y Luzbel no escuchaban nada de eso. Estaban juntos, caminando lentamente hacia un callejón tranquilo iluminado solo por la luz tenue de una lámpara. Sus pasos eran sincronizados. Sus manos rozaban apenas, sin atreverse a tocarse por completo. Un silencio intenso los envolvía. El silencio antes del caos.
Miguel se detuvo primero. Su pecho subía y bajaba con una respiración agitada, aún recuperándose de la batalla. El exorcismo absoluto había drenado una parte de su luz.
No estaba herido pero estaba agotado.
Luzbel se dio cuenta. Y sin pensarlo, lo tomó suavemente del rostro con ambas manos.
—Miguel mírame.
Miguel levantó la mirada. Sus ojos dorados aún tenían ese brillo plateado nuevo, resultado de su poder recién despertado.
Luzbel pasó su pulgar por la mejilla de él, con un gesto que era demasiado íntimo para ejecutarse en un mundo mortal.
—No quiero que vuelvas a usar ese poder tan fuerte — susurró Luzbel, casi suplicando—
Tu luz me maravilla pero también te consume.
Miguel sonrió levemente.
—Tú haces lo mismo conmigo —respondió, rozando la mano de Luzbel con su mejilla.
Luzbel cerró los ojos por un instante, como si ese contacto fuera fuego puro sobre su piel.
—¿Me sigues amando… después de todo esto? —preguntó Miguel en voz baja.
La pregunta cayó como una flecha en el pecho de Luzbel. Luzbel lo atrajo hacia sí, sosteniéndolo por la nuca, apoyando su frente contra la suya.
—Miguel — Su voz se quebró por primera vez en siglos. —No hay infierno ni paraíso al que pueda ir para dejar de amarte.
Miguel se aferró al pecho de Luzbel con los dedos temblorosos.
—Tenía miedo —susurró— Tenía miedo de que la oscuridad te quitara esa parte.
Luzbel negó suavemente.
—Mi oscuridad vive contigo. Mi luz vive por ti.
Ambos cerraron los ojos. Las respiraciones se acompasaron. Era una calma breve, robada. La única calma que tendrían antes del desastre. Miguel se atrevió a apoyarse completamente en él, dejando que Luzbel lo rodeara con los brazos.
—Luzbel —susurró— Prométeme que pase lo que pase… no me dejarás.
—Te lo juro —respondió Luzbel sin dudar— Te protegeré aunque toda la Creación se convierta en nuestra enemiga.
Sus labios casi se rozaron. Casi. Hasta que la tierra tembló. Ambos abrieron los ojos al instante.
La Manifestación del Corazón del AbismoEl cielo nocturno se volvió rojo. No como fuego. Como sangre. Un humo oscuro empezó a descender desde lo alto, cubriendo los edificios, las calles, los puentes. No era niebla. No era humo. Era él.
La presencia. La entidad. El Corazón del Abismo había cruzado a la Tierra por primera vez en la historia. Miguel sintió que su corazón se detuvo por un segundo.
—No —susurró— Es demasiado pronto ¡No debería poder manifestarse tan rápido!
Luzbel tomó a Miguel por la cintura y lo empujó detrás de él, desplegando sus alas invisibles en una postura protectora.
—No importa. Lo enfrentaremos —dijo Luzbel con firmeza.
La calle se oscureció. Una grieta negra se abrió en el aire, desgarrando el cielo como una herida. Y de ella emergió una forma. Al principio, solo sombra líquida. Luego, columnas de humo. Luego, una silueta gigantesca de casi veinte metros, humanoide en apariencia, pero sin rostro.
Donde debía haber ojos había agujeros que absorbían la luz. En su pecho ardía un núcleo rojo oscuro: El corazón más antiguo del mal. Su voz salió como un rugido que se escuchó en toda la ciudad:
LUZBEL HIJO DE LA MAÑANA TRAIDOR DEL ABISMO
Miguel sintió escalofríos en la columna. La entidad continuó:
Y TÚ ARCÁNGEL DEL AMANECER LO HAS ELEGIDO.
Miguel apretó los dientes.
—¡No tienes derecho a hablarme!
El Corazón rió. Una risa que hizo estallar faroles, romper ventanas y apagar luces.
LOS ELIGIRÉ A AMBOS PARA SU EXTINCIÓN.
Luzbel extendió sus alas ocultas, revelándolas solo para la entidad: enormes, negras, pero con destellos dorados.
—Tendrás que matarme entonces —dijo Luzbel. Su mirada ardía..—Y te prometo que no te será fácil.
Miguel se colocó a su lado, espada en mano.
—Y tendrás que matarme también.
La entidad habló con un tono que distorsionó la realidad.
ESO HARÉ.
Miguel tragó saliva. Luzbel lo miró. Por un instante, no hubo caos. Solo ellos. Y la decisión.
—¿Listo, amor? —preguntó Luzbel, llamándolo así por primera vez sin miedo.
Miguel sintió lágrimas reunirsel en sus ojos.
—Listo —susurró.
La entidad levantó un brazo gigantesco. El aire vibró. La tierra tembló. La oscuridad se retorció.
Y la batalla final acababa de comenzar.