La Caída De Luzbel

El Fuego que No Será Sofocado

Miguel estaba arrodillado dentro de la prisión de cristal negro, jadeando, con los labios partidos y la piel ardiendo cada vez que una chispa oscura recorría las paredes.

Belial caminaba fuera de la celda con una sonrisa triunfal, como un verdugo que disfruta de cada grito. Miguel apretó los dientes, intentando resistir el nuevo impulso de dolor. Y entonces…

Un silencio sagrado llegó a su mente. Una luz suave lo envolvió desde dentro.

MIGUEL

Miguel abrió los ojos con sobresalto. Las lágrimas doradas cayeron por su rostro.

—¿Padre?

La voz era solemne, antigua, triste pero también infinitamente poderosa.

TE ADVERTÍ LO QUE SIGNIFICABA PERMANECER JUNTO A LUZBEL.

El cristal vibró a su alrededor.

ESTO ES PEOR QUE LA MUERTE TAL COMO TE DIJE.

Miguel apretó los puños. Su respiración tembló. Su corazón se quebraba ante la verdad.

—Lo sé, pero no lo abandonaré. Nunca.

La Voz continuó, más firme:

PERO NO TE TRAJE A ESTE MUNDO PARA QUE MUERAS EN MANOS DE SUS ADEPTOS.

Miguel alzó la cabeza, sorprendido.

ERES MIGUEL. EL PRIMERO EN SER FORMADO. LA ESPADA DE MI LUZ. EL ARQUITECTO DE MIL GENERACIONES CELESTIALES.

El cristal pareció retroceder ante la proclamación. Miguel sintió cómo una luz dorada nacía lentamente dentro de su pecho. Una chispa.luego una llama y finalmente un incendio.

MI HIJO, MI GUERRERO.

La Voz tembló, esta vez con orgullo.

LEVÁNTATE.

La luz recorrió las venas de Miguel. Sus alas, antes caídas, comenzaron a brillar suavemente dentro de la prisión. Por primera vez desde su captura, Miguel no gritó de dolor. Gritó de fuerza.

—¡¡LUZBEEL!! ¡Voy a volver a ti!

Belial dio un paso atrás, inquieto. La prisión unió sus sombras, intentando retenerlo. Pero Miguel abrió los ojos y su luz ardió.

Feroz.
Divina.
Indestructible.

La Ira del Príncipe Caído

Luzbel avanzó entre las sombras del Abismo montado sobre Umbra, ahora transformado en una bestia de proporciones apocalípticas. Pero el Abismo no cedería tan fácilmente.

Miles de demonios surgieron desde los bordes del horizonte, como un ejército formado del vacío mismo. Criaturas sin rostro. Seres con cuerpos retorcidos.
Bestias aladas de hueso y fuego. Umbra abrió sus alas desgarradas y dejó escapar un rugido que hizo temblar la tierra. Luzbel se elevó sobre él, flotando en un aura oscura e iridiscente.

—Vengan —dijo, con una sonrisa peligrosa—
Estoy esperando.

Los demonios cargaron. La batalla comenzó.

Umbra en su forma más devastadora

Un demonio colosal, con tres cabezas y brazos del tamaño de árboles, se lanzó sobre ambos. Umbra se elevó, girando en el aire con una agilidad imposible para su tamaño, y mordió una de las cabezas, arrancándola de un solo tirón.

Luzbel usó sus alas para cortar a otras criaturas, sus plumas convertidas en hojas afiladas que atravesaban carne y sombra.

—¡UMBRA, A MI IZQUIERDA! —ordenó Luzbel.

El monstruo felino saltó, cayendo sobre un enjambre de demonios alados. Sus zarpas crearon ondas de destrucción pura. Un demonio serpenteante trató de envolver a Luzbel pero Umbra lo partió en dos con su cola de sombra sólida.

—Buen chico —dijo Luzbel, dándole una palmada a su monstruoso compañero.

Umbra rugió, complacido.

El infierno se abre

Más demonios surgieron. Diez mil. Cien mil. Un océano vivo de oscuridad. Umbra abrió la boca y lanzó un rayo negro que arrasó con miles de ellos. Luzbel se elevó y levantó ambas manos. El Abismo entero pareció contener el aliento.

—Éste es su fin —susurró.

Y una tormenta de luz oscura descendió desde sus palmas. No era luz celestial. No era sombra demoniaca. Era su propia esencia la energía perfecta de la caída, del amor, de la furia. La explosión incineró a miles de demonios.

Umbra arrasaba. Luzbel destruía. Y aun así las hordas seguían avanzando. Pero Luzbel no se detenía. No podía. No mientras Miguel gritaba dentro del cristal.

La voz del Padre en la mente de Miguel

Miguel ya no lloraba. Ahora ardía. Literalmente. Sus alas brillaban como soles. El cristal temblaba. Belial retrocedió, sorprendido.

—¿Qué haces…? ¡Eso no es posible!

Pero la Voz resonó de nuevo:

ERES MIGUEL. NUNCA OLVIDES QUIÉN ERES.

Miguel levantó la mirada.

—Padre… gracias.

La prisión lanzó una descarga para debilitarlo. Miguel solo gritó para liberar su fuerza.

—¡¡LUZBEEEEL!! ¡Resiste! ¡Estoy contigo!

Su luz era tan fuerte que Luzbel, en plena batalla, la sintió como un latido dentro de su pecho. Y eso lo volvió aún más peligroso.

—Miguel —susurró Luzbel con una sonrisa feroz— No te mueras. Voy por ti.

Umbra rugió junto a él. Luzbel extendió las alas. Umbra preparó otro ataque devastador. Miguel se preparó para romper su celda desde dentro. El Abismo tembló. Belial retrocedió, por primera vez sintiendo miedo. Y una grieta de luz dorada atravesó la prisión oscura de Miguel. La primera. Pero no la última.




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