La Caída De Luzbel

Peor que la Muerte

La prisión de Miguel no era solo un lugar. Era una condena viva. Suspendido en el centro de una cámara sin paredes definidas, Miguel estaba atrapado dentro de un cristal negro translúcido, surcado por vetas doradas que latían como venas enfermas. No era una jaula común como la de los ángeles caídos: aquellas aprisionaban el cuerpo esta aprisionaba el alma. Cada vez que Miguel respiraba, el cristal respondía. Cada pensamiento, cada recuerdo, cada emoción era castigado. El dolor no venía en oleadas brutales. Era constante. Preciso. Inteligente.

El cristal reaccionaba al amor. Cuando Miguel pensaba en Luzbel, las vetas doradas se encendían y una descarga recorría sus alas, quebrándolas desde dentro sin romperlas jamás. No podían regenerarse. No podían morir. Solo sentir. Miguel gritó pero su voz apenas era un eco apagado. Y entonces comprendió. Las palabras del Padre regresaron con una claridad cruel:

No morirás pero tu destino será peor que la muerte.

Miguel apoyó la frente contra el cristal, temblando.

—Esto era —susurró, con la voz rota— Esto era lo que querías decir....padre

La muerte habría sido descanso. El olvido, misericordia. Pero esto era existir para sufrir.

Miguel cerró los ojos mientras el dolor recorría su pecho una vez más, justo cuando el rostro de Luzbel cruzó su mente. No pudo evitarlo. Y el cristal lo castigó. Un alarido desgarrador escapó de su garganta.

—¡Ah…! ¡Basta… por favor…!

El castigo cesó lentamente, como una bestia satisfecha. Miguel respiró con dificultad, lágrimas doradas cayendo sin tocar el suelo.

—Padre —susurró— Ahora lo entiendo…

Su voz tembló.

—Me arrepiento de haberte desobedecido.de haberte descendido, de haber desafiado tu voluntad…

El cristal vibró suavemente, expectante. Miguel tragó saliva.

—Pero jamás —levantó la mirada, firme a pesar del dolor— jamás me arrepentiré de amar a Luzbel.

El cristal reaccionó de inmediato. Un dolor más intenso, más profundo, atravesó su cuerpo. Miguel gritó hasta quedarse sin voz.

Su amor era su condena. Y aun así no lo soltó. El Padre no respondió. No habló. No intervino.vNo ordenó su liberación. El Cielo permaneció en silencio.bMiguel comprendió entonces la verdad más amarga:

El Padre no estaba castigándolo directamente. Lo estaba dejando a merced del mundo. De los humanos corrompidos. Del Abismo hambriento. De Belial. Y, sobre todo estaba probando a Luzbel. Probando hasta dónde llegaría su orgullo.bHasta dónde llegaría su amor. Miguel cerró los ojos, agotado.

—Luzbel —susurró— Si esto es mi destino,
por favor no te pierdas a ti mismo por salvarme…

Pero incluso al decirlo, su corazón gritaba lo contrario.

El rugido del Príncipe Caído

El Abismo se abrió como una herida cuando Luzbel atravesó el último umbral. Las hordas demoníacas quedaron atrás, reducidas a cenizas y fragmentos de sombra. Umbra, aún en su forma colosal, permanecía detrás, vigilante, cubierto de sangre oscura. Frente a Luzbel se extendía la cámara central. Y allí estaba él.

Belial.

De pie, sereno, con una sonrisa que destilaba triunfo.

—Llegaste —dijo— Siempre supe que vendrías.

Luzbel avanzó un paso. El aire se volvió pesado.

—¿Dónde está?

Belial inclinó la cabeza, divertido.

—¿Miguel? Oh está aprendiendo.

Un grito apagado resonó desde la cámara interior. Luzbel se detuvo en seco. Sus pupilas se contrajeron. Umbra gruñó, bajo, amenazante. Belial sonrió más.

—¿Escuchas eso? Es el sonido de un arcángel comprendiendo su destino.

Luzbel levantó la mirada lentamente. Su voz no fue un grito. Fue peor.

—Belial —dijo con una calma antinatural— Te voy a desintegrar.

Belial rió.

—Eso ya lo has intentado antes.

Luzbel dio otro paso. La luz oscura comenzó a brotar de su pecho, mezclándose con destellos dorados cada vez más intensos.

—Esta vez no estoy solo. Ni soy el mismo.

Belial alzó una mano y el Abismo respondió. Cadenas, columnas, símbolos antiguos comenzaron a emerger del suelo.

—¿Crees que haces esto por amor? —preguntó Belial— No, Luzbel. Lo haces por orgullo. Porque no soportas perder lo que crees que te pertenece.

Umbra rugió con furia absoluta. Luzbel sonrió por primera vez. Pero no había belleza en esa sonrisa.

—Te equivocas —respondió— Miguel no me pertenece.

Alzó la mano.

—Yo le pertenezco a él.

La cámara entera tembló..Belial perdió la sonrisa.

—Entonces ven a buscarlo.

El Abismo se cerró detrás de Luzbel. Umbra avanzó a su lado. La batalla que decidiría destinos acababa de comenzar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.