La cámara del Abismo reaccionó antes que Belial pudiera dar la orden. El instante en que Luzbel dio un paso más, la prisión de Miguel lo sintió. El cristal negro que lo aprisionaba comenzó a vibrar con violencia, como si reconociera a su creador original. Las vetas doradas se encendieron con un brillo insoportable y el dolor atravesó a Miguel con una precisión cruel. Miguel gritó. No de miedo. De reconocimiento.
—Luzbel —jadeó, con la voz rota— Estás aquí…
El cristal respondió con una descarga brutal, castigándolo por sentir esperanza. Miguel cayó de rodillas dentro de la prisión, temblando.
—Así que —susurró con una sonrisa quebrada— Así se siente cuando te acercas
Cada latido de Luzbel hacía que la prisión se volviera más agresiva, como si el Abismo intentara romper a Miguel antes de que fuera rescatado.
El comienzo del enfrentamientoBelial observaba la escena con atención… y una sombra de inquietud cruzó su rostro.
—Interesante —murmuró— La prisión reacciona a ti.
Luzbel no respondió. Avanzó. Cada paso suyo hacía que el Abismo crujiera como una estructura mal construida. Umbra caminaba a su lado, enorme, letal, con los ojos encendidos como dos soles negros.
—Detente —ordenó Belial, alzando una mano.
El Abismo respondió. Columnas de sombra se alzaron. Cadenas ancestrales se lanzaron contra Luzbel desde todos los ángulos.
Sellos creados con el odio de mil caídos intentaron sujetarlo. Umbra rugió y se interpuso, destrozando cadenas con sus fauces. Luzbel alzó una mano y la luz oscura explotó. Las columnas se desintegraron. Belial retrocedió un paso.
—No —susurró— Eso no debería ser posible.
Luzbel alzó el rostro. Su expresión no era de furia descontrolada. Era peor. Era determinación absoluta.
—Tocaste lo único que no te pertenecía —dijo con voz serena— Y ahora pagarás por ello.
Belial gritó y liberó todo su poder. Un ejército de demonios emergió del suelo, deformes, hambrientos, obedientes. Umbra se lanzó contra ellos como una catástrofe viviente. El combate fue brutal. Umbra despedazaba cuerpos, aplastaba cráneos, incineraba sombras con su aliento oscuro. Luzbel atravesaba filas enteras con un solo gesto, su luz oscura quemando todo lo que no podía existir cerca de él. Pero Belial no se detenía.
—¡Mírate! —gritó— ¡Todo esto por amor!
¡Por un arcángel que el Padre ya condenó!
Luzbel se detuvo. El Abismo contuvo el aliento.
—No —respondió— Todo esto porque lo amo a pesar de la condena.
Miguel lo siente todoDentro de la prisión, Miguel sintió el cambio. El dolor seguía allí pero algo más fuerte lo atravesó. La presencia de Luzbel. Miguel apoyó la mano temblorosa contra el cristal.
—Luzbel… —susurró— No hagas esto por mí.
No pierdas lo que queda de ti…
El cristal reaccionó con violencia, castigándolo una vez más. Miguel gritó pero no se retractó.
—Te amo —dijo entre sollozos— Aunque esto me destruya.
La prisión tembló. Una grieta apareció. Belial la vio. Y por primera vez sintió miedo.
La comprensión tardía de Belial—Espera —dijo Belial, retrocediendo—Luzbel no tiene que terminar así.
Luzbel avanzó. Cada paso suyo hacía que el Abismo se deformara, como si rechazara su presencia.
—Te advertí —continuó Belial, desesperado—
¡Esto es el Padre probándote! ¡Si sigues, no habrá vuelta atrás!
Luzbel se detuvo frente a él. Lo miró desde arriba.
—Nunca hubo vuelta atrás —respondió—
Desde el momento en que lo lastimaste.
Belial abrió la boca para decir algo más pero ya era tarde.
El final de BelialLuzbel alzó ambas manos. La luz y la oscuridad se fusionaron en su pecho, creando una energía que no pertenecía a ningún reino conocido.
—Belial —dijo— Has dejado de ser un ángel caído.
Belial gritó. El poder lo envolvió. Su cuerpo comenzó a desintegrarse, no en luz ni en fuego, sino en esencia. Su alma fue arrancada de su forma, despojada de toda dignidad celestial.
—¡NO! ¡LUZBEL, POR FAVOR! —aulló— ¡NO ME HAGAS ESTO!
Luzbel no parpadeó.
—Esto es misericordia —respondió.
Y cerró los puños. Belial fue absorbido por el Abismo mismo, su espíritu desgarrado, fragmentado y deformado. Ya no era un ángel caído. Ya no era un igual. Su esencia fue reducida a demonios inferiores, criaturas sin voluntad propia, condenadas a servir a los demás ángeles caídos. El Abismo rugió.
Pero obedeció. Había entendido quién mandaba ahora.
El silencio tras la tormentaLuzbel respiró hondo. Umbra regresó a su lado, cubierto de sangre oscura, inclinando la cabeza ante su dueño. Desde la prisión, Miguel sintió la caída de Belial y supo que algo irreversible había ocurrido.
—Luzbel… —susurró, con lágrimas cayendo sin control— ¿Qué has hecho por mí?
La prisión tembló una vez más. Y esta vez no por castigo. Sino por miedo. Porque el Abismo acababa de comprender una verdad demasiado tarde:
Provocar la ira de Luzbel había sido el peor error de todos.