La noche, si es que podía llamarse así, descendió suavemente sobre el Cielo. No hubo sombras. Hubo silencio expectante.
Miguel y Luzbel permanecían de pie en el balcón del firmamento, tomados de la mano. Las alas arcoíris de Luzbel y las alas doradas de Miguel se rozaban con una intimidad serena, como si se reconocieran desde antes de la creación.
—¿Lo sientes? —preguntó Miguel en voz baja.
Luzbel asintió.
—El Cielo escucha.
Miguel cerró los ojos y comenzó a cantar. No era un himno de guerra ni de victoria. Era un canto antiguo, uno que hablaba del origen, del primer latido, del amor que no exige obediencia sino elección. Su voz se elevó clara, dorada, y las bóvedas celestiales respondieron con un brillo más profundo.
Luzbel lo miró un instante y se unió. Cuando su voz arcoíris se entrelazó con la de Miguel, algo cambió. Las constelaciones se reordenaron. Las columnas del Gran Salón vibraron con luz viva. Los coros celestiales, uno a uno, guardaron silencio para escuchar.
El canto no dominaba. Sostenía. Uriel sintió que su fuego se aquietaba. Rafael percibió cómo la sanación fluía sin esfuerzo. Gabriel alzó el rostro, conmovido, comprendiendo al fin que algo inmenso había sido evitado. La caída que nunca sería.
La Mirada del PadreDesde lo alto, el Padre observaba. No intervenía. No hablaba. Pero su presencia era absoluta. Vio cómo la luz de Luzbel ya no buscaba ser adorada. Vio cómo Miguel no temía amar sin reservas. Vio, sobre todo, que la semilla de la oscuridad había sido arrancada de raíz. El canto llegó a su fin. Un silencio sagrado lo envolvió todo. Entonces, una brisa suave recorrió el Cielo. No fue un juicio. Fue una caricia. Luzbel lo sintió y cayó de rodillas, con lágrimas serenas.
—Gracias —susurró, sin levantar la vista.
Miguel lo acompañó, apoyando una mano firme en su hombro. La Voz no descendió.
No hacía falta..El perdón ya había sido concedido.
Pero el Cielo, incluso en paz, prueba. Un temblor breve sacudió una de las esferas inferiores. Nada grave. Nada fatal. Un desequilibrio mínimo, casi imperceptible salvo para quien había visto el futuro. Luzbel se tensó. Por un instante, la memoria de la visión quiso morderle el corazón. Miguel lo miró.
—Aquí estoy —dijo, sencillo— No estás solo.
Luzbel respiró hondo. No alzó la voz. No desplegó poder. Extendió la mano y ordenó con humildad..La esfera se estabilizó. No hubo gritos..No hubo castigo..No hubo seguidores cayendo. La rebelión estaba desactivada. No por miedo. Por elección. Gabriel sonrió, aliviado.
—El Cielo se sostiene —dijo— Porque él eligió amar.
Miguel y Luzbel quedaron solos otra vez.
—Creí que la prueba sería más dura —admitió Miguel con una leve sonrisa.
Luzbel lo abrazó, envolviéndolo con sus alas.
—Las pruebas más peligrosas no llegan con estruendo —respondió— Llegan como susurros.
Miguel apoyó la cabeza en su pecho.
—Entonces escúchame a mí —dijo— Siempre.
Luzbel cerró los ojos. Y entonces lo sintió. Muy lejos. Demasiado lejos para ser una amenaza inmediata. Un eco. No del Abismo. No de la oscuridad. Sino de algo nuevo algo que no había visto en la visión. Luzbel abrió los ojos, serio.
—Miguel…
—¿Qué ocurre?
Luzbel miró el horizonte intacto del Cielo.
—El futuro cambió —susurró— Y cuando el destino se reescribe algo más despierta.
El Cielo, por primera vez, contuvo el aliento.