13 de abril de 1931, Capital de Garis, siete años para la caída de Nisrán…
Aquel par de vasos de whisky era sencillo y barato. Casi parecía un insulto que ocuparan un lugar dentro del lujoso estudio. Resultaba mínimamente extraño verlos sobre el escritorio de madera pulida, con sus bordes cubiertos de plata y los pomos de sus cajones labrados en bronce. Siempre posados alrededor de una botella de whisky importado que valía más que el sueldo anual de un trabajador de las minas de Lous. La mayoría de los invitados que entraban en la habitación (gobernadores, empresarios, generales del ejercito o hasta el mismísimo emperador de Takari), luego de haber caminado por la alfombras de seda y haberse sentado en el sillón de cuero frente al escritorio, todos siempre miraban con desdén aquellos vasos en los que se les convidaba de una bebida de la mejor calidad.
A pesar de ello, Narav Shinn cuidaba esos vasos como si fueran lo segundo más valioso de toda la habitación, pues era el único buen recuerdo que tenía de ese hombre. Una noche su suegro había entrado borracho a su oficina mientras Narav trataba de organizar algunos archivos referentes a un nuevo acuerdo por las minas. Lo recordaba perfectamente, el anciano había entrado tambaleándose con una botella del vino más barato que se pudiera comprar allí en la capital, y junto con ella traía los dos vasos que aún lo acompañaban. Esa fue la primera y última vez que el viejo le invitó un trago. Durante el tiempo que bebieron su suegro no lo maldijo en ninguna oportunidad. Y para su sorpresa, cuando se retiró, ebrio de pies a cabeza, le dijo que estaba feliz de que su hija se hubiese casado con él y le dejó los vasos como regalo. <<Cuídalos b-bien…- expresó entre risotadas y un leve ataque de hipo. - s-s-son los más finos d-de la región>>. Salió de la habitación con una sonrisa melancólica en el rostro, y nunca más volvió a entrar.
Narav sabía que todo eso era mentira, tanto la procedencia de los vasos como el hecho de que por una vez en su vida estuviera contento de que él fuera su nuero. Siempre lo había detestado y cada vez que se juntaban no se olvidaba de repetirle lo inútil que era, que jamás podría proteger nada y que ojalá, Airi nunca lo hubiera conocido. Lo de aquella noche no fueron más que las palabras de un simple moribundo.
Pero aun así cuido de los vasos como si fueran un tesoro. Los tenía presentes en el mismo lugar donde había conversado con el anciano. Los usaba, hasta con los invitados más selectos. Siempre los mantenía reluciendo y se aseguraba de que las criadas los lavaran con delicadeza.
Sin embargo, en ese momento, simplemente lo soltó.
El vaso que sostenía lleno de su whisky favorito se le resbaló de la mano sin que él siquiera le prestara atención. Sus ojos miraban fijamente en dirección al ventanal de su oficina. Desde allí, observaba la entrada principal que se hallaba en la base de la colina de la mansión Shinn. Del otro lado de la reja había una vasta cantidad de luces que aguardaban impacientes para poder pasar.
El vaso se hizo añicos contra el suelo. Decenas de fragmentos salieron volando por toda la habitación, el whisky se desparramó por la alfombra de seda. Narav Shinn nunca se percató.
El portón se abrió de par en par y las luces comenzaron a subir rápidamente por la ladera.
<<Estoy muerto…>> Fue su conclusión.
Nunca supo cuánto tiempo se quedó allí congelado. Pero lo que fuera que su cerebro había tardado en comprender la situación fue demasiado.
- ¡¡REACCIONA!! – se dijo a sí mismo golpeándose la sienes en un intento por conservar la cordura. <<Tengo que huir, no hay otra alternativa.>> Se obligó a no dejarse llevar por la desesperación. Había cosas que tenía que hacer. Si debía irse eso se iría con él también.
Se apresuró a llegar hasta su escritorio. Tomó firmemente el pomo de bronce del primer cajón y, en un movimiento apresurado, giró su muñeca hacia la derecha y tiró. El cajón se abrió revelando una pila de papeles, todos inútiles en ese momento.
- ¡Mierda! – maldijo entre dientes y volvió a cerrar el cajón.
Nuevamente realizó el movimiento. El cajón se abrió exactamente igual que antes. Cerró y repitió. Cerró y repitió. Cerró y repitió, maldiciendo más con cada intento.
- Al carajo - exclamó finalmente luego del quinto fracaso.
Esta vez tiró del compartimento hasta arrancarlo del escritorio. Lo tomó con ambas manos y, alzándolo sobre su cabeza, lo estrelló furiosamente contra el suelo. La madera pulida se transformó en astillas, los papeles salieron disparados en todas direcciones.
Sin perder un segundo buscó el pomo del cajón entre los restos. El mismo había ido a parar contra una de las patas del escritorio. Al verlo comprobó que la llave oculta unida a este había quedado por fin liberada. Rápidamente la recogió y se dirigió a la biblioteca que estaba a un lado.
No recordaba cuál era el estante, llevaba años sin sacarla de su escondite. Metió la mano en el primero que vio y lanzó al suelo todos los libros y decoraciones que ocupaban lugar. Las grandes enciclopedias hicieron que el piso de madera retumbara con gran bullicio, uno de los tomos más grandes cayó sobre su pie aunque Narav no se enteró de ello. Cuando no quedaba un solo libro sobre el estante revisó la pared de lado a lado, utilizando la yema de sus dedos para barrer la superficie. No había nada allí. Sin detenerse continúo con el estante directamente inferior. Otra serie de objetos voló por los aires.
#928 en Thriller
#347 en Suspenso
thriller accion, accion drama suspenso y misterio, fantasía drama
Editado: 12.08.2025