La caída de Nisrán

Insurrección - Parte 5

13 de abril de 1931, 23:58 pm.

Meerei Garbath escuchó el crujido momentos antes de llegar a la puerta. Al entrar vio, mezclados entre los juguetes y el desorden de la habitación, los cuerpos de los dos hombres que habían entrado antes que él. Uno yacía tendido sobre la cama, una bala le había abierto un nuevo orificio entre las cejas. El otro se encontraba tirado sobre una montaña de muñecos de felpa, su uniforme estaba impregnado en sangre. Garbath chasqueó la lengua con disgusto. Junto con ellos, el traidor ya había matado a ocho de sus soldados.

<<Resulta increíble.>> Se vio obligado a admitir. <<Aún sin entrenamiento militar y a esta edad… Al parecer, ese hombre siempre sabe cómo complicarme.>> Caminó con dificultad hasta la ventana. Desde que habían entrado en esa casa la herida de su rodilla se había vuelto más molesta que de costumbre. Una parte de él sospesó que podía ser una señal de mal augurio. Los retazos de vidrio crujieron bajo el peso de sus botas. Acercó levemente su rostro a lo que quedaba de la ventana. En el exterior la noche reducía todo a sombras. Las luces de la mansión no alcanzaban para iluminar mucho más allá de las paredes de la casa. A pesar de ello, pudo verlo. Arrastrándose por el suelo, incapaz de levantase. <<Sin entrenamiento militar…>> Recordó nuevamente. Aparentemente la caída desde el segundo piso había sido suficiente para inmovilizarlo finalmente.

La pequeña figura de Narav se movió, como si hubiera detectado su mirada. Meerei se percató con el tiempo justo y dio un paso hacia el costado. El silencio del momento fue quebrantado por la explosión de la pólvora. El primer disparo falló por tan solo unos metros. Incrustándose en el marco de la ventana. Su cuerpo se movió por instinto, cubriéndose contra la pared de la habitación. Se oyeron dos disparos más, todos golpearon contra el exterior de la casa. Garbath resopló agitado. Ya iban más de dos ocasiones en la que ese tipo estaba cerca de asesinarlo. Si seguía exponiéndose de ese modo la noche no terminaría como él esperaba.

-¡Señor! – otro de sus hombres apareció en la puerta. - ¡Hemos terminado de revisar el segundo piso, no queda nadie más aquí!

-Narav Shinn acaba de aterrizar en el patio de la mansión. Quiero a todos los hombres rastrillando la zona. En su condición no será capaz de llegar muy lejos. Encuéntrenlo y captúrenlo. Vivo o muerto no me interesa, solamente asegúrense de que no se escape.

-¡Sí, señor! – el soldado hizo una reverencia y salió al pasillo. Tras señalizar a sus compañeros se oyó una gran cantidad de pasos bajando por la escalera de madera.

Meerei se alejó con dificultad de la ventana. No se atrevió a volver a asomar la cabeza nuevamente, si lo hacía era muy probable que ese hombre lo estuviera esperando. Salió al pasillo, prácticamente arrastrando su pierna herida. Su rodilla parecía empeorar con cada minuto, ya casi no era capaz de flexionarla. Llegó hasta la escalera principal. Se aferró con ambas manos a la barandilla y con suma lentitud comenzó el descenso. Apretaba los dientes cada vez que apoyaba su peso sobre su pierna mala. Siempre era igual, en días como aquellos casi podía jurar que aún sentía el plomo dentro de su rótula.

-Que Garis condene a todos los Shinn. – proclamó mientras intentaba no caer rodando cuesta abajo. -Aquellos que mancillan su tierra merecen llegar hasta lo más profundo del abismo.

Poco a poco los escalones fueron quedando atrás. Al llegar a la planta baja refunfuñó sabiendo que aún le quedaba un largo tramo por recorrer hasta la entrada principal. No veía la hora de que la noche encontrara su final. Todavía quedaba mucho por hacer. De un modo u otro, todo cambiaría.

<<Si tan solo no hubieras sido tan estúpido.>>

Meerei había acompañado a Narav Shinn desde el mismo día en que puso un pie en la política de Nisrán. Lo había visto ascender de trabajar como un simple secretario a asumir la jefatura de gobierno hacía ya ocho años. Durante toda su carrera Garbath lo había apoyado. Había confiado en ese hombre, había trabajado a su lado y había estado orgulloso de eso. Pero todo eso había cambiado dos años atrás. <<Traicionaste a tu país. Robaste todo aquello que nos pertenecía. Y para colmo… Osaste burlarte de mí y de mi pueblo.>> En los últimos meses Garbath no había dejado de advertirle a Narav que debía irse. Le dijo en repetidas ocasiones que abandonara el país, que ya no había lugar allí ni para él ni para su familia. Sin embargo, no solo hizo caso omiso a sus avisos, sino que esa misma mañana se había atrevido a pisotear su orgullo como nunca nade lo había hecho.

-Te creíste más listo que dios, - murmuró llegando al último tramo del vestíbulo. – ahora las fuerzas del cielo caerán sobre ti.

Se acercó rengueando hasta la entrada. Apoyó su torso contra el marco de la entrada y utilizó sus manos para suavemente masajear su muslo. Blasfemó unas cuantas veces mientras intentaba apaciguar su sufrimiento. Afuera, los ornamentados faroles alumbraban tenuemente los caminos de piedra que recorrían el exterior. Garbath inspeccionó con atención el panorama, había algo que llamaba sumamente su atención. A la distancia, había reunida una pequeña multitud de soldados. Todos estaban de espaldas, reunidos en un semicírculo, completamente estáticos.

-¿Y ahora qué? – masculló intrigado.

Retomó marcha, pero esta vez ayudándose de una de sus manos que llevaba apoyada en la pared. Deslizaba los dedos por la piedra fría y húmeda por el rocío, dejando reposar su peso cada vez que debía mover su pierna herida. Intentó llamar a sus hombres en algunas ocasiones, pero estaban tan atónitos qué ni siquiera lo oían. Su rodilla molestaba cada vez más con cada paso que daba. Recordaba este sentimiento de algunas ocasiones anteriores, donde el dolor se había vuelto incluso más fuerte que el original. Era un presagio. <<Algo ha pasado.>>




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