15 de abril de 1931, siete años para la caída de Nisrán…
-¡¿Acaso te volviste loco?! – fue la primera frase que oyó completamente. No era de extrañarse, pues los gritos de su madre llegaron hasta los rincones más alejados de la mansión.
<<¡Aahh, vamos! Solo un poco más a la derecha.>> Pegó su ojo contra la ranura del picaporte. Uno de sus mechones se cruzó en su camino, su visión quedó tapada por una hilada de anaranjados cabellos. Los apartó de un soplido y volvió a mirar. Apenas sí podía ver algo de lo que estaba pasando del otro lado. En la habitación, la silueta de su madre caminaba de un lado para el otro como loca. Su padre, en cambio, se mantenía quieto como un animal con temor a ser atacado por un depredador. Lía concentró su oído intentando escuchar con atención las voces. Algo importante había pasado. Lo supo en el preciso momento que su padre cruzó la puerta de la casa empapado en sudor, con la mirada perdida y un ligero temblor en la mano del bastón. Tuvo la intención de preguntar adecuadamente, mas su padre pasó frente a ella sin siquiera saludarla luego de todo un día de trabajo. Se había ido directo a dónde su madre y ambos se habían encerrado en su habitación. Llevaban cuchicheando algunos minutos antes de que a Lía la consumiera la curiosidad y se asomara a la puerta para espiar.
—Debes entregarlo, no seas idiota. — le reprochó su madre. — Si no lo haces, corremos el riesgo de ser los próximos.
<<¿Entregar?>> Buscó alguna lógica en las palabras de su madre. <<¿Acaso hay algún problema en la fábrica?>> Últimamente las cosas se habían complicado un poco en la fábrica de metales y dispositivos de la familia Kanst, Lía estaba al tanto de ello. Recordaba que su padre había estado los últimos meses quejándose de que por culpa de Narav y sus políticas habían perdido gran parte de sus ingresos. Debido a la pérdida de las minas de Lous, las herramientas de minería fabricadas por su familia habían dejado de ser de utilidad.
—¡No puedo hacerlo! ¡Solo piensa en lo que significaría! — la figura de su padre caminó hasta su cama y se sentó, Lía lo siguió moviendo levemente su ojo por el agujero de la cerradura. —No podría Lora… Si lo hiciera…Tú sabes lo que Narav y Airi significaban para mí. Para nosotros. Hemos compartido tantas cosas. Hacer eso significaría traicionarlos, traicionar nuestra amistad. — su voz sonaba distinta a lo usual. Un escalofrío le recorrió la espalda. Hablaba lento y entrecortado como si cada una de las palabras que saliera de su boca le provocaran un profundo dolor. Su respiración era tan pesada que incluso podía oírla detrás de la puerta. Sonaba angustiado, temeroso y sobre todo… <<roto.>>
—Oh, Dar. — Lía vio a la sombra de su madre moverse, se acercó hasta la cama y se sentó junto a él acariciándole la espalda. — Ya lo sé. Sé que es difícil, tanto para ti, como para mí, como para Lía. — <<¿Yo?>> Se preguntó. La curiosidad la carcomía cada vez más. Necesitaba saber lo que esos dos se traían entre manos. Acercó su ojo espía otro poco, en un torpe intento por ver más claramente la escena ante ella. — Pero no podemos correr ese riesgo. Si lo hiciéramos…
“Click”. <<Mierda>>. El pestillo de la puerta, antes mal cerrada, se activó con un ligero sonido cuando el peso de su cuerpo lo empujó hasta su posición original.
La conversación del otro lado se detuvo. Lía se irguió, rígida como un poste, se volteó e intentó escapar por el pasillo. La puerta se abrió a sus espaldas, a tan solo unos pasos de distancia.
—¿Lía? — ese tono sí lo conocía perfectamente. Grueso y decidido, el mismo que usaba cada vez que iba a regañarla.
<<Por un carajo. ¡Qué alguien me saque de aquí!>> Tímidamente miró a su padre. Darblar Kanst se encontraba de pie en la entrada de la habitación. Sus insondables ojos verdes, iguales a los suyos, la observaban con una mezcla de ira y decepción. En un intento por ocultar su vergüenza, Lía le dirigió a su padre una pícara aunque indudablemente hermosa sonrisa. Tal vez eso lo aplacara un poco, ¿no?
—¿Qué diablos crees que estás haciendo?
—¿Yo? — respondió haciéndose la tonta en un tono juguetón y exagerado, como si solo se tratara de la travesura de una niña pequeña. — Pues no estaba haciendo nada, ¿que crees? Simplemente me acerqué a saludar a mi padre quien acaba de llegar del trabajo. Pero cuando llegué, me encontré con que me habían cerrado la puerta en la cara… Así que solo me volteé y me fui, ¿o no fue así? — luego de tantos años, había notado que estas balbuceadas lograban calmar en cierta forma a su padre. No así a su madre.
Darblar suspiró. Obviamente no le creía, mas tampoco parecía querer insistir.
—Si sigues con estas tonterías, jamás podré conseguirte un esposo. — lo mencionó en parte como una burla, pero a Lía no le hizo gracia. Le dirigió una mueca, llevaba molestando con eso desde que había cumplido la mayoría de edad. Darblar agitó levemente su cabeza en un gesto de agotamiento, quedaba claro que no quería discutir.
Volvió a dirigir su atención a la habitación un momento.
—Lora, seguiremos con esto en un rato. Debo hablar con Lía. — desde el interior su madre asintió. Luego miró a su hija con una mezcla de recelo y vergüenza. Se acercó hasta ella. —Ven, camina.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué sucede…? — su padre no contestó, solamente siguió andando.
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Editado: 31.08.2025