La caída de Nisrán

Ascensión - Parte 2

19 de abril de 1931 Capital de Garis, siete años para la caída de Nisrán…

Zranary Riss, primer predicador de la voz de Garis, se encontraba de pie sobre un taburete en su habitación privada dentro del Templo de la luz. Tres criadas giraban continuamente a su alrededor ayudándolo con sus vestimentas para la ceremonia. Ese día, a diferencia de muchos otros, no pudo evitar sonreír al verse en el espejo frente a él. Por lo general, mirar su reflejo lo deprimía un poco. Después de todo, el tiempo no le había dado cuartel. Los cuarenta años que llevaba dedicados al clérigo habían arrasado sin piedad con su juventud. Siempre lo entristecía observarse a sí mismo. Pese al estatus y poder que había logrado obtener, nada de eso evitaba que la vida siguiera su curso. Su cuerpo se lo recordaba continuamente. Su rostro seco y arrugado, sus ojos grises profundos y apagados, los pocos cabellos blancuzcos que aún se aferraban de manera frágil a los costados de su cabeza, todo eso le hacía notar que había envejecido.

Sin embargo, ese día se sentía más fuerte y vigoroso que nunca. Al mirarse no vio al débil anciano vestido de sedas que solía pararse frente al espejo. Sino que vio lo que siempre debió ser. El hombre más poderoso de todo Nisrán. La cabeza del culto de la luz. El primer predicador y la voz directa de Garis en la tierra. Infló el pecho sintiéndose aireado. Ese día todo cambiaría.

—¿Señor? — Una voz irrumpió repentinamente en la habitación. Zranary alzó la vista, observando por el reflejo al hombre que acababa de entrar en sus aposentos. Iba vestido de blanco, con detalles verdes en cada uno de los bordes de su toga, igual que todos los predicadores de alto rango. Keba Lampt, predicador de tercer nivel y discípulo directo de Zranary. Sostenía un libro en sus manos, uno de los doce Manuscritos de la Virtud.

—¿Pasó algo Keba? —Preguntó con calma.

Él negó con la cabeza. Hizo un ademán y las criadas, haciendo una reverencia, salieron de la habitación. Keba se acercó lentamente, apoyó el libro sobre un escritorio que se encontraba a su lado y tomó de este el manto de Garis, una capa larga hecha de finísimos hilos bañados en oro que solo podía usar el primer predicador.

—Jadnira ha comenzado con su lectura. Usted ya debería estar listo. — le dijo mientras colocaba el manto sobre sus hombros, abotonándolo a los pequeños enganches de su toga. — Si no se apresura, llegará tarde.

Por un momento, escuchar el nombre de Jadnira lo tensó. Esa mujer le había causado demasiados problemas últimamente. De no ser por su alta posición como predicadora de segundo nivel Zranary la hubiese hecho ejecutar hacía mucho tiempo. Pero ese día nada podía molestarlo. Sonrió nuevamente y bajó del taburete. A partir de ahora, las cosas se harían a su manera.

—Keba, el día de hoy no hay por qué apurarse.

Caminó hasta su armario y sacó de este el Testimonio Original. Un tomo mucho más grande y pesado que el que Keba había traído en un principio. Según el credo lucerino ese libro contenía las palabras originales que Garis había dejado para la humanidad. Solamente el primer predicador tenía derecho a hacer uso del mismo. Todo el resto de los creyentes únicamente podían leer los manuscritos que los arcontes habían elaborado para ellos.

—Señor, la plaza esta desbordada de personas. Todo el pueblo de Garis ha venido a observar. Incluso hay personas que han venido desde los otros arcos para ver la celebración de hoy. No puede dejarlos esperando.

Zranary cerró su armario y se dirigió hacia Keba. Pasó caminando a su lado y le dio una palmadita en el hombro mientras salía en dirección al pasillo central.

—No hay de qué preocuparse. ¿Acaso crees que alguien se iría sin ver el espectáculo principal? — respondió con tranquilidad. Avanzaba por el templo con la velocidad de un hombre al que no le interesa llegar a su destino. —Además, tú sabes lo mucho que le gusta hablar a Jadnira. Conociéndola, no debe ir ni por la mitad de su interpretación.

—Lo entiendo señor. Pero el día de hoy hay demasiada gente esperándolo. Tenemos a la milicia entera formada frente al templo. Las discípulas de Vestus ya han terminado con el trabajo y tengo a los acólitos a la espera de las instrucciones. Y por fuera de todas esas cosas, el sol está a punto de llegar a lo más alto. Sería un desperdicio que se nos escurra el tiempo y que la luz empiece a bajar.

Zranary suspiró. Esto último era verdad. Sería una pena no realizar la ceremonia justo al mediodía como se acostumbraba.

—Bien, tú ganas. Apresuremos el paso.

Caminaron durante unos minutos antes de llegar al salón principal. Una habitación tan grande que podía llegar a albergar a más de tres mil personas juntas. Con un techo de cristal abovedado que dejaba entrar perfectamente toda la luz solar. Repleto de imágenes de cada uno de los arcontes decorando las paredes y ventanas. En el centro de la sala colgaba una placa de oro macizo de dos metros de diámetro con el símbolo del sol grabado en ella, el símbolo de Garis. Al final, se encontraba el altar rodeado de un inmenso ventanal que daba en dirección al mar. Si uno se paraba en cualquier punto de la sala, podía ver sin ningún esfuerzo la playa que se encontraba a unos metros del templo.

Usualmente, en los días de reunión como ese, el salón solía llenarse hasta casi reventar. No obstante, se encontraba completamente vacío. No había nadie en los asientos. Tampoco en los palcos. Ni siquiera en el altar.

Zranary dejó escapar un pequeño soplido. Llevaba más de diez años viviendo en el templo de la luz y aún le seguía pareciendo extraño ver ese lugar sin nadie presente. Estar allí de pie, le daba una aterradora sensación de inmensidad.

<<Eso es…>> Sus ojos se cruzaron con las siluetas que se encontraban en la otra esquina del lugar. Apoyadas contra una pared, justo al lado de la puerta principal, se encontraban cuatro figuras. Reconoció instantáneamente lo que eran. La sensación de victoria que venía albergando desde hacía unos días aumentó. Sin dudarlo, se desvió para echarles un último vistazo.




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