Darblar salió del edificio, sintiendo como si su corazón quisiera estallar dentro de su pecho. No reparó en los guardias que lo observaban con recelo desde la puerta. Bajó apresurado las escaleras de la entrada y se encaminó hacia su coche. Andaba con pasos cortos y erráticos, tenía la cara roja como un tomate y producía un estridente sonido cada vez que inhalaba. Cualquiera que lo hubiese visto en ese momento, creería que el hombre estaba a punto de desfallecerse; y ese pensamiento, no estaba del todo equivocado.
—Maldito seas Garbath —exclamó una vez en el estacionamiento.
Apoyó su espalda contra la puerta del conductor, dejando caer gran parte de su peso contra este. El vehículo rechinó al inclinarse levemente hacia el lado contrario.
Intentó recuperar el aliento. La discusión con Garbath lo había dejado al borde del colapso. Sentía latir sus sienes, y tenía una molesta punzada en su oído derecho. Masajeó su cabeza, intentando aligerar la presión. Últimamente el estrés lo estaba afectando demasiado. Lo había hablado con sus doctores, debía cambiar su estilo de vida o este lo terminaría matando. Sin embargo, en ese momento las cosas no hacían más que empeorar a cada minuto.
<<¡Lo descubrirá!>> Algo gritó dentro de su mente. Recordó la mirada de Garbath. Esos ojos azules lo habían estado inspeccionando durante toda la conversación, estaba claro que no se fiaba de él. <<¡Maldita sea! ¡Se dará cuenta! >> Su pecho se puso rígido, de repente tuvo que utilizar mucha más fuerza para expandir sus pulmones. Asustado, aflojó su corbata, pero eso no mejoró la situación.
—Carajo —sus palabras fueron tan solo suspiros entrecortados. Tiró de la corbata hasta desanudarla, luego la dejó caer a un lado sobre el pavimento.
Se arrodilló, incapaz de sostener su propio peso, aferrándose únicamente al picaporte del vehículo. Su visión se ensombreció un poco. Entonces el pánico comenzó a circular por su sangre. Nunca había tenido un infarto, pero los médicos no habían dejado de insistirle en que debía cuidarse o corría el riesgo de sufrir uno. <<¿Y si este es mi final?>> Se preguntó, mientras el frío del miedo recorría su cuerpo.
<<No.>> Por un momento se imaginó lo que pasaría si abandonaba el mundo en ese mismo momento. Todas las cosas que había hecho, y las que aún quedaban por hacer. <<No puedo irme. No puedo abandonarlas en esta situación.>> Los rostros de su mujer e hija aparecieron en su mente. Algo era seguro, no podía dejarlas así. De otra forma toda su culpa recaería sobre ellas.
<<Debo volver. Tengo que moverme.>>
Hizo un esfuerzo por levantarse, pero fue inútil, sus músculos ya estaban entumecidos. Su mano resbaló y Darblar Kanst cayó de cara al suelo, incapaz de oponer resistencia. << Por favor.>> Insistió a un cuerpo que ya no le respondía.
Su rostro ardió contra el pavimento. El dolor lo invadió como una marea helada, arrastrando consigo toda esperanza de volverse a levantar. Su consciencia se extinguía con cada latido, un simple hilo de humo que se perdía en la oscuridad. Y en esa agonía de desesperación, Darblar volvió a hacer algo que llevaba años sin realizar. Utilizando su último atisbo de conocimiento, rezó…
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—Señor Kanst, ¿es usted? —Aquel sonido, frío y afilado como una aguja, vibró dentro de sus tímpanos, expandiéndose por sus nervios como un brutal hormigueo. Conocía aquella voz, solo había una persona en todo Nisrán con un tono tan áspero y elocuente.
Entonces todo su cuerpo tembló. Una descarga de adrenalina se dispersó en su interior. Fue como si sus más primitivos instintos se activaran, culpa de la aparición de ese hombre. Sus pupilas se dilataron y se le erizaron cada uno de los bellos de su piel. Algo le decía que huyera. Cada parte de sí pedía a gritos la retirada. Aquella presencia… lo hacía sentirse como un animal indefenso, parado justo bajo la atenta mira de un depredador dispuesto a devorarlo.
Movió sus dedos. De repente, se volvió capaz de controlarse otra vez. Todos sus músculos estaban tensos, provocándole un profundo dolor, pero al menos se movían forzosamente a sus órdenes. Su mente se aclaró, como si esta también se negara a rendirse ante él.
—¿Se encuentra bien? ¿Necesita que llame a alguien? —Escuchó los pasos sobre el pavimento. El peligro se acercaba.
Acomodó su cuerpo, levantándose poco a poco. <<”De todas las personas peligrosas en Nisrán…”>> Las antiguas palabras de Narav volvieron a su memoria, atraídas por la amenazadora figura que se cernía sobre él. <<”…Zranary Riss es de quien más debes cuidarte.”>>
—Sí, lo lamento. Estoy bien —se obligó a decir, aunque su voz no sonaba demasiado convincente. — Simplemente, me resbalé.
Alzó la vista. Efectivamente, el alto predicador se encontraba delante suyo, seguido por un pequeño grupo de clérigos. Vestido con sus clásicas túnicas ceremoniales, aunque sin portar esa larga capa dorada que utilizaba para cada uno de los encuentros. Su calvicie brillaba como un espejo bajo la luz de la mañana. Con las manos juntas alrededor de su pecho, lo observaba con una falsa expresión de preocupación. Por un segundo, se preguntó qué haría alguien como él en ese lugar, pues raramente el primer predicador salía del Templo de la Luz. Sin embargo, resultaba probable que estuviera allí por su misma razón, para ver al nuevo regente.
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Editado: 31.08.2025