La caída de Nisrán

Ascensión - Parte 6

1 de mayo de 1931 costas de la bahía de Sut, siete años para la caída de Nisrán…

Tosió, escupiendo los restos de vómito que aún quedaban en su garganta. <<Mhmm… ¡Apágala, por favor! Duele demasiado.>> Frunció el entrecejo, incluso pensar resultaba una tortura. La cabeza le retumbaba como un tambor, y se sentía golpeado por cada nota musical que llegaba a sus oídos. Una parte de él quería levantarse y destrozar la rocola que sonaba en el fondo del lugar; la otra, sabía que era poco probable que pudiera ponerse de pie. Tenía el paladar inundado con un horripilante gusto a bilis, y sentía la mejilla pegajosa contra el charco de saliva que había dejado sobre el mostrador.

—En serio, no sé qué voy a hacer contigo.

Escuchó una voz familiar, aunque no pudo reconocer a quién le pertenecía. Su mente estaba nublada. No recordaba dónde se encontraba. Mucho menos cómo había hecho para llegar.

Se obligó a abrir los ojos. La tarea fue más ardua que lo habitual, parecía como si todo el peso de su cuerpo se hubiera concentrado repentinamente en sus párpados. Gimoteó un poco cuando la luz penetró con dureza en sus pupilas. Una imagen borrosa apareció frente a él. Su mano sostenía una jarra de cerveza volcada arriba de una barra.

La realidad cayó pesadamente sobre su consciencia. En cuanto sus pensamientos se organizaron, la fría sensación de vacío que lo había asolado durante los últimos días volvió a él. <<Ella ya no está.>> Algo se retorció dentro de su pecho, y unas cuantas lágrimas saladas comenzaron a fluir junto a sus lamentos.

—Ya levántate —dijo la voz. —No puedo tener este lugar cerrado todo el día, ¿sabes?

<<No quiero.>> Respondió caprichoso dentro de su mente.

Esta vez reconoció al hombre que le hablaba. Sus recuerdos de la noche anterior empezaban a ordenarse dentro de su cabeza. Aun así, no tenía intenciones de despertar. Hacerlo lo obligaría a volver a la realidad, a volver a un mundo en el que ella no se encontraba, un mundo en el que había fracasado.

—Zenith, ¡vamos amigo! ¿Acaso si quiera estás vivo?

Una mano le agitó la cabeza, luego se deslizó por su cuello y revisó su pulso palpando su yugular.

Zenith resopló.

—¡Es-shoy b-biedn madhito-imbécil! —Arrastró las palabras, con su lengua adormecida la frase resultó apenas comprensible.

Apartó de un golpe la mano sobre su cabeza. Sus articulaciones crujieron cuando decidió levantarse. El mundo giró a su alrededor. Estuvo a punto de desplomarse de su asiento, pero consiguió aferrarse a la barra en el último segundo.

—Carajo —exclamó mientras intentaba recuperar el sentido.

Restregó sus ojos, la imagen frente a él fluctuó. Luego de unos segundos, su visión volvió a la normalidad. Frente a él, el pequeño bar se hizo presente. Se había quedado dormido sentado sobre uno de los banquillos, con el rostro apoyado sobre la barra de madera. Del otro lado, se encontraba parado el cantinero del lugar. Vistiendo una camisa blanca, arremangada en su brazo derecho y atada a la altura del hombro del otro lado, ocultando el muñón de su brazo izquierdo. Sobre ella llevaba un delantal oscuro de tela gruesa, con una gran mancha todavía húmeda a la altura de su vientre.

El hombre tomó un trapo viejo y, con su única mano disponible, comenzó a limpiar la baba que él había dejado esparcida por todo el lugar.

—Lum… —llamó al cantinero.

Lumyus Firanda alzó una ceja, sus ojos café lo observaron con una mirada un tanto acusatoria.

Zenith se rascó la sien, incómodo con el momento. No le asombraba haber terminado en ese bar, después de todo, Lum era uno de los pocos amigos que le quedaban. El hombre era un tanto más joven que él, su cabello castaño apenas tenía algunas canas esparcidas. Llevaba una barba bien recortada, era alto, y seguía tan fornido como la vez en la que se habían conocido. Luego de todo lo que ambos habían bebido la noche anterior, Lum se encontraba fresco como lechuga, a diferencia de él. Solo unas pequeñas bolsas debajo de sus ojos denotaban su cansancio.

—…lo siento —murmuró.

El cantinero dejó el trapo a un lado. Se acercó hasta él y lo miró como quien mira con pena a un animal herido. <<¿Eso es lo que soy?>> Se preguntó. <<¿Acaso en eso me habré convertido?>>

—No hay de qué disculparse. Para ser honestos, yo tampoco sé cómo procesarlo. —Dejó escapar un suspiro. Sus pupilas estaban vidriadas, aguantándose las lágrimas.

Lum tomó la jarra de cerveza, se dio vuelta y caminó hasta el fregadero que se encontraba en la otra esquina de la barra. Abrió el grifo y comenzó a lavarla.

—Oye, —comentó sin apartar la mirada del agua que fluía. —¿recuerdas lo que mencionaste ayer?

Zenith pestañeó. Apenas sí recordaba algo de su conversación pasada. No sabía de qué hablaba exactamente, ni tenía intenciones de hurgar en su memoria para descifrarlo, eso podía ser riesgoso. De todas formas, Lum lo ignoró y continuó como si le hubiese entendido.

—¿Te importaría si vamos ahora? Es que quisiera abrir el bar por la tarde. Ya sabes, para no levantar sospechas.




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