3 de mayo de 1931 Capital de Garis, siete años para la caída de Nisrán…
Frenó a tan solo un paso de la puerta. La imponente abertura de caoba permanecía cerrada, ocultando completamente los murmullos que, con mucha probabilidad, debían estar flotando del otro lado. Cerró sus dedos alrededor del enorme tirador de bronce. Dudó un momento, se sentía tenso, aunque esperaba que su inquietud no se reflejara en su rostro.
<<Luego de esto, no habrá vuelta a atrás.>>
Miró de reojo a las filas de hombres a sus espaldas, veintiséis soldados armados esperaban ordenadamente dispuestos. Arlin Mauster, teniente de la séptima división de defensa de la capital, pasó caminando, susurrando órdenes a sus hombres, hasta situarse junto a él. Garbath se relajó, contar con el apoyo del teniente suponía una gran fuerza a su lado.
—A mi señal… —ordenó.
Arlin asintió, alzó la mano y todos los hombres se enderezaron con firmeza.
Tomó aire, visualizando el porvenir. Empujó con fuerza y las puertas de la sala de reuniones de la casa de gobierno de Nisrán se abrieron con gran estruendo. Garbath avanzó con paso firme y un odio ardiente en su mirada. Arlin y sus soldados lo siguieron por detrás, el peso de las botas resonó amenazante contra el suelo de mármol. Enseguida los gritos de desconcierto poblaron el aire, un extenso amotinamiento atropellado de preguntas e improperios los cuales fingió no escuchar. Pasó con tranquilidad por un lado de la larga mesa de ébano oscuro, ignorando adrede a las personas sentadas a su alrededor, quienes no paraban de pedirle una explicación por lo que estaba ocurriendo. Llegó a uno de los extremos, corrió con suavidad la elegante silla que allí se encontraba y se quedó de pie, con los puños apoyados sobre la mesa, admirando a su inquieto público con ojos fríos como el acero. Arlin se paró a su lado, sosteniendo entre sus manos una carpeta con un centenar de archivos que habían estado recopilando para ese momento. La puerta se cerró con un leve chasquido, dos soldados la custodiaban, el resto de ellos se habían dividido posicionándose contra las paredes de los laterales de la habitación. Los tenían como querían, rodeados y sin escapatoria.
—¡POR TODOS LOS ARCONTES, GARBATH! ¡¿Qué carajos es lo que pretendes?! — gritó Miusler, ministro supremo de infraestructura y transporte.
—¡DILES A TUS MALDITOS HOMBRES QUE SE MARCHEN! — chilló Gilina, ministra suprema de asuntos exteriores.
Garbath se mantuvo en silencio, observando a cada uno de los once ministros supremos que se encontraban reunidos alrededor de la mesa. Conocía a todos ellos, pues hasta antes de su ascensión como primer regente él había formado parte de ese grupo tan exclusivo. Los doce ministros supremos de Nisrán, las personas con más autoridad en el gobierno luego del primer y segundo regente. Cada uno de ellos había sido escogido por el mismo Narav años atrás; y desde ese entonces casi ninguno había perdido o abdicado de su puesto. Esa mañana se habían reunido allí con la idea de saber a quienes decidiría reemplazar Garbath y a quienes pensaba conservar. Sin embargo, en cuanto la horda de soldados atravesó la puerta en su compañía quedó claro que ese no sería el único motivo de reunión.
—¡Por la gracia de Garis, Garbath! ¡¿Acaso piensas decir algo?! — concluyó finalmente Neriva, ministra suprema de cultura y asuntos sociales. Sus palabras fueron las últimas pronunciadas.
Mientras aquellos hombres y mujeres seguían con su discurso, Garbath lentamente dirigió su mano a la cintura, desenfundó su arma y amartilló.
La sala entera se enmudeció.
De un segundo para el otro todos los ministros se quedaron sin palabras. Garbath apoyó lentamente la Venator sobre la mesa.
—¿No pensarás…? — murmuró Gilina, aunque su voz fue apenas audible.
Garbath se mantenía quieto, observando como el miedo se calaba en los huesos de su público. Como una fiera que aguarda pacientemente a que su presa se calme antes de atacar, esperaba el momento preciso. Un silencio total inundó la sala, solo las respiraciones exaltadas revolvían el aire. Los ministros se miraban unos a otros con un claro nerviosismo. La treta de Garbath funcionaba. Lo veía en sus rostros, estaban confundidos e inquietos, pero a su vez demasiado atemorizados como para hacer algo. Cada algunos segundos, uno de ellos se animaba a alejar sus ojos de la brillante arma sobre la mesa y miraba con temor a los hombres armados a sus espaldas, buscando alguna forma de escapar.
Entonces, cuando toda la atención estuvo sobre él, cuando ya ningún ministro se atrevía siquiera a murmurar, solo entonces habló.
—¿Ya se calmaron? — preguntó con voz ronca.
Ninguno respondió, nadie se atrevió.
—Bien, pues comencemos con la primera reunión del gabinete.
Tomó el arma por el mango y, colocando la punta en dirección a la mesa, jugueteó con ella balanceándola de un lado para el otro, rozando el gatillo con su dedo índice.
—Como ustedes sabrán, desde hace casi un siglo el gobierno de Nisrán ha estado bajo el mando de los regentes y los doce ministros supremos; quienes, por su parte, son minuciosamente elegidos por el primer regente. Ahora mismo, en mi nueva posición, tengo el derecho de decidir quién de ustedes se quedará y quién será reemplazado de su puesto…
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Editado: 29.09.2025