La tarde parecía perfecta. Un cielo despejado, salvo por algunas pequeñas nubes sin forma que flotaban libres con el viento. Una tenue luna creciente que empezaba a hacerse visible, mientras que el sol se ocultaba lentamente en el horizonte. Sus suaves rayos anaranjados iluminaban el paisaje con un bello degradado de colores. A la distancia se oía el trinar de los pájaros, y una fresca brisa primaveral le revolvía el cabello.
Resultaba extraño.
Ese día tan precioso, con ese cálido ambiente... no hacían más que realzar la horripilante escena que tenían frente a sus ojos. Era como si las imágenes no coincidieran. Como si el mundo hubiese ignorado adrede lo que allí había ocurrido.
Meerei tragó saliva intentando aflojar el nudo que tenía en la garganta. La única cosa que parecía adaptarse a la situación era el olor. Un horripilante hedor a podredumbre que emanaba de todos lados.
Subió despacio las escaleras. Con cada paso, la sangre seca que cubría los escalones se pegaba a la suela de sus botas. Frenó al llegar a la entrada. La puerta principal se encontraba abierta, pero el cadáver de uno de los mayordomos obstruía el paso. Al pobre hombre lo habían asesinado mientras intentaba escapar. Tenía un extenso e irregular corte que recorría de lado a lado su garganta. Se encontraba boca abajo, rodeado por un charco de sangre que se había esparcido por toda la escalinata.
—Es el quinto que vemos ya... y ni siquiera hemos ingresado a la mansión. —Sus palabras sonaron ásperas, llenas de un profundo remordimiento y rencor.
Los guardias de la mansión, los soldados que habían estado siguiendo a los Kanst e incluso el jardinero de turno había terminado con su tijera de podar incrustada en el pecho.
Garbath bufó. «Quien quiera que haya sido, se tomó varias molestias.»
—Lo sé. Honestamente, es peor de lo que me había imaginado — murmuró Shiba a sus espaldas.
Garbath sintió su pulso acelerarse. Una parte de él no quería continuar. Sin embargo, había algo de lo que debía cerciorarse. Alzó con dificultad su pierna mala para pasar por sobre el cadáver. Tuvo que apretar los dientes para aguantar la tensión sobre su rodilla.
Su pie de apoyo resbaló con la sangre a mitad del movimiento. Apenas tuvo tiempo para sostenerse con el marco de la puerta e intentar mantener el equilibrio. Todo el peso de su cuerpo cayó con un fuerte pisotón sobre su pierna coja.
—Mierda… —aguantó el grito cuando el dolor punzante de su rodilla lo recorrió como un rayo extendiéndose hasta su cintura.
«¡Por un carajo!» Gruñó para sus adentros en lo que esperaba que el malestar menguara.
—¿Estás bien? —preguntó Shiba sujetándolo por un brazo para ayudarlo.
Garbath asintió aguantándose los comentarios. Con la ayuda de Shiba, se enderezó. Y maldiciendo entre dientes, apartó de una patada el cuerpo que lo había hecho trastabillar.
—¡Señor! —Una voz resonó desde el fondo del pasillo.
Miró de reojo a la persona que se acercaba caminando desde dentro. Su expresión no debió ser la más amable posible. Pues en cuanto vio a los ojos al joven soldado raso, este tembló y se puso firme, rígido como piedra. El pequeño hombre se encontraba completamente sudado, y su cabello rubio tenía manchas de sangre en varios puntos al igual que su traje. Tenía el rostro extrañamente pálido, como si estuviera a punto de vomitar.
—Cabo Rans —saludó Shiba por cortesía. Al parecer, se trataba de uno de los hombres que había mandado a revisar el área
—B-buenas noches T-teniente Shiba, R-regente Garbath. — tartamudeó.
Garbath dio un paso al costado, dejando que su compañero pasara al frente. No estaba de humor para tratar con otras personas. Mucho menos con una que lucía como si apenas hubiera salido de la academia.
—¿Pretende darnos su informe, soldado? —preguntó Shiba un tanto exasperado.
—A-ah... S-sí. S-sí señor. —tembló con nerviosismo. —Hemos r-revisado toda la mansión. S-salvo por ustedes y nuestro equipo, n-no queda nadie v-vivo dentro de la mansión.
—¿Y los Kanst?
El muchacho tragó saliva.
—Síganme, por favor...
Agachó la cabeza y echó a andar por el pasillo, Garbath y Shiba lo siguieron en silencio.
El eco de sus pasos sobre los pisos de madera lustrada eran el único ruido que los acompañaba. Meerei había visitado en el pasado la mansión de los Kanst, y siempre le había parecido un lugar impresionante. Sin embargo, ahora la casa lucía hueca, vacía y con un aire estremecedor. Al doblar en la esquina a mitad del pasillo, entraron en una amplia sala de estar. Se sorprendió un poco al ver que todo se encontraba en orden. El mullido sillón en frente de la enorme chimenea principal. Las elegantes vitrinas con la inconmensurable colección de tazas de porcelana de la señora Kanst, todo se encontraba en perfecto estado. El único indicio de que allí había ocurrido algo era el cuerpo mutilado de una de las mucamas. La mujer de avanzada edad había muerto junto a la chimenea, culpa de un atizador incrustado en su espalda.
«“Todos están muertos.”» Por un instante, una escalofriante imagen pasó por su cabeza. Llevaba evitando pensar desde que Shiba le dio la noticia. Aun así, hay veces en las que los pensamientos son imposibles de controlar.
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Editado: 19.12.2025