La caída de Nisrán

Ascensión - Parte 9

6 de mayo de 1931 Capital de Garis, siete años para la caída de Nisrán…

«¡Me lleva la...!» Un fuerte ardor en el estómago lo despertó.

El líquido se abrió paso a la fuerza por sus entrañas hasta llegar a su boca. Se retorció bruscamente, pero sus movimientos se vieron limitados. Un suave tintineo de metal contra metal se oyó, al tiempo que se inclinaba hacia un lado para vomitar. Algo lo jaló hacia atrás, pero ya no pudo aguantar. El fluido se le escapó, disparado a presión entre sus labios, cayendo inevitablemente sobre su regazo.

Tosió repetidamente para quitar los últimos restos de su garganta. El ambiente entero se colmó de un olor a bilis y alcohol.

—Maldita sea.

Intentó abrir los ojos, pero la mera luz de la habitación fue suficiente para cegarlo. Los cerró y trató de parpadear para acostumbrarse al resplandor. Tenía el cuerpo entumecido y una insoportable punzada en la cabeza. «Otra vez...» Quiso moverse, mas algo lo retuvo nuevamente. «¿Qué?» Aplicó más fuerza, el ruido metálico se repitió seguido de un estrepitoso crujido, pero aun así no consiguió moverse.

—¿Qué carajos...? —exclamó en voz alta.

La imagen a su alrededor seguía borrosa, sus ojos no lograban enfocar con claridad. No recordaba donde se encontraba, mucho menos por qué no podía moverse. Tenía la mente completamente nublada, apenas sí era capaz de mantenerse consciente.

«Vamos, ¡concéntrate!»

Se obligó a volver a la realidad. Comenzó a mover su cuerpo, intentando desentumecer sus músculos. Pudo entonces reconocer un poco sus alrededores. Se encontraba tirado sobre un suelo de cemento. Tenía ambos brazos atados juntos por una cadena justo por encima de su cabeza. No llevaba ropa del torso para arriba, ni tampoco calzado. Concentró su vista y poco a poco la imagen se volvió más clara.

—¿Dónde estoy? —se preguntó al ver la precaria habitación en la que se encontraba.

Un cuarto estrecho, con las paredes de cemento corroídas por las goteras del techo. Iluminado por una única bombilla amarilla que colgaba de un dudoso cable de alambre. En una esquina, había un antiguo camastro de madera con algunas sábanas sobre él. Mientras que, al otro lado, a tan solo un par de metros, se encontraba una pequeña caldera; cuyas cañerías se expandían, recorriendo toda la habitación como un intrincado camino de telarañas. Él mismo había sido encadenado a una de ellas. La única salida era una puerta de hierro oxidada, demasiado fuera de su alcance.

—¿Dónde rayos te metiste Zenith? —se preguntó a sí mismo.

Hizo un esfuerzo por recordar qué había sido de él las últimas noches. Sin embargo, todo estaba borroso. Solo llegaban a su mente sonidos de gritos y una asquerosa sensación a sangre. «¿Qué fue lo que hice?» Su cabeza le dolía más con cada intento de hurgar en ella. No importaba cómo, no recordaba nada luego de haberse despertado en el bar de Lum días atrás.

Trató de zafarse nuevamente. La cañería tembló y se retorció, pero no cedió.

Un segundo espasmo cortó su energía, obligándolo a retorcerse. Pero otra vez, las cadenas lo mantuvieron inmóvil y parte del vómito cayó sobre él. Asqueado, se recostó contra la pared. Se encontraba demasiado cansado como para intentar escapar siquiera.

—Mierda, ahora sí que estoy jodido. —se lamentó.

-----------------------------------

Pasaron algunos minutos hasta que por fin se oyó un ruido proveniente de la puerta. Zenith abrió los ojos como platos, se había medio dormido nuevamente en esa incómoda posición. Observó hacia el final de la habitación. Desde fuera, se oía a alguien bajando por una especie de escalera. La puerta se abrió con un estridente rechinido y un hombre alto y fornido entró en la habitación.

—¿Lum?

El cantinero se veía igual que en su última visita, salvo por el enorme moretón que le cubría casi todo el lado derecho de su rostro. Además, esta vez su expresión se notaba un poco más iracunda que de costumbre.

—Así que al fin decides despertar.

—Lum, ¿qué carajos está pasando? ¿Dónde estamos?

Su amigo se acercó lentamente, asesinándolo con la mirada en cada paso. Zenith se arrastró contra la pared, intentando alejarse. Algo no iba bien. Podía sentirlo en la piel. Era la misma sensación que tenía cuando alguien intentaba matarlo en el campo de batalla.

—¿L…?

Su cabeza golpeó contra la pared. Lum lo tomó por el cuello con su única mano y lo sacudió violentamente.

—¡¿Dónde carajos estabas Zenith?! —gritó finalmente, sin dejar de sacudirlo.

—¿Q-qué? —carraspeó con la garganta obstruida.

—¡No me jodas Zenith! —la paciencia de Lum se agotó y lo lanzó contra el suelo. La cabeza de Zenith rebotó contra el cemento y, por un segundo, su visión se nubló. —¡¿Qué diantres estuviste haciendo estos días?!

Zenith tosió, escupiendo algunos trozos de, lo que él esperaba, fuera pollo. Se incorporó despacio, sin quitarle los ojos a su compañero.

—Lum, amigo. Perdón, pero no entiendo nada. —se disculpó. El cantinero no parecía muy conforme con su respuesta, tenía su único puño cerrado, probablemente esperando para sacarle un par de dientes. —¿Podrías explicarme que está pasando? ¿Dónde estamos? ¿Qué día es hoy? ¡Por todos los arconte! ¿Por qué estoy encadenado?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.