La Caida de Urblux

5.- Noxanguis

5.- leyendas del norte

Adalis y Regis observaban la escena paralizados, Cisi tenía clavado el puñal en el pecho de la criatura que había clavado las rodillas en el suelo mientras miraba a la sanadora fascinado. No se había resistido, había murmurado algo que ellos no habían alcanzado a oír pero parecía que ella sí por su expresión de sorpresa y miedo.

Los cuerpos de los soldados caídos estaban a su alrededor, los caballos relinchaban a lo lejos y el dolor punzante de la pierna del príncipe rasgó el silencio de la noche.

  • Príncipe, ¿está bien? – Adalis lo sostiene para evitar que soporte el peso de su propio cuerpo – sanadora, haga algo.

Cisi aun contempla el cuerpo del maldito que permanece petrificado con sus manos sobre las de ellas. Poco a poco consigue separarse y deja que el cuerpo caiga provocando un golpe seco contra la hierba. El maestro de armas vuelve a llamarla y se concentra en Regis, que se sujeta la pierna con una expresión de dolor el rostro.

  • Te la has roto – dice ella agachándose frente a él -, pero tiene arreglo, no te preocupes. Adalis, coja una de los cinturones de los soldados caídos, le inmovilizaremos la pierna hasta llegar a palacio.
  • ¿No puede sanarlo aquí?
  • Será mejor en palacio, deprisa.

Con la pierna inmovilizada y soportando entre los dos el cuerpo del príncipe, se guían por el sonido de los caballos hasta su encuentro. Los pocos soldados que aún quedan se apresuran a ayudarlos e improvisan una camilla para el príncipe. Regresan por el cuerpo del maldito que debe ser incinerado en fuego mágico para evitar que pueda resucitar y se enrumban de nuevo al palacio. Cisi tiene muchas preguntas en su cabeza, no es la primera vez que pueda escuchar los pensamientos de un maldito pero es la primera vez que ha podido comunicarse con uno y lo que le ha dicho…lo ha sentido, dentro de ella, ha sentido algo extraño como si por un momento hubiera tenido acceso a la verdad por la rendija de una puerta pero antes de ver nada, la hoja se ha cerrado de golpe. Nunca se lo ha contado a nadie, ni siquiera al Alquimista, algo le dice que nadie vería con buenos ojos ese don y ni siquiera ella puede entenderlo. Es más, ¿podría considerarse un don? No, nada proveniente de esas cosas pueden ser un don. Quizás esté maldita, quizás fue tocada por los dioses al nacer pero también por los demonios.

  • Lady Cisiana – Adalis la llama sacándola de sus pensamientos –, ¿dónde llevamos al príncipe?
  • A sus aposentos, lo sanaré allí.

Adalis se deja caer en la pared mientras observa a Cisi sanar al príncipe; algo ha pasado en ese bosque, ha podido sentirlo en el aire, que ha cambiado de pronto cuando Cisi clavó el puñal en el pecho de esa cosa. No sé si es porque lleva demasiado en el sur, pero cada vez desconfía más de los magos y desde que llegaron el Alquimista y ella, no ha dejado de sentir cierta zozobra cada vez que están cerca.

La sanadora murmura algo con las manos sobre la pierna de Regis y la expresión de dolor de Regis se va suavizando hasta quedarse completamente quieto.

  • ¿Pasa algo? – pregunta preocupado al ver que no se mueve.
  • No – susurra – es parte del proceso. Me será más fácil trabajar la pierna si no se mueve. No se preocupe, el hechizo es inofensivo.

Los minutos pasan y Cisi acaba sudando pero satisfecha con su resultado, sonríe y Regis abre los ojos llevándose la mano directamente a la pierna sorprendido.

  • No siento nada…quiero decir, ya no hay dolor – dice asombrado y flexiona con cuidado la pierna -. Increíble, es como si nunca se hubiera roto.
  • Unir huesos es más complicado que unir la carne, pero los resultados son mejores. No te quedaran secuelas.

Regis se sienta en un ágil movimiento que provoca que Cisi de un paso atrás sorprendida pero el príncipe envuelve sus manos entre las de él.

  • Gracias, Cisi, me has salvado dos veces esta noche. No lo olvidaré.
  • No tienes que dármelas, has venido esta noche por mi culpa. Es lo menos que podía hacer.

Adalis carraspea y Regis se gira a mirarlo soltando las manos de Cisi.

  • Puedes retirarte, Adalis, mañana hablaremos.
  • Yo también me retiro, ha sido un día largo – se despide Cisi – que descansen.

La joven se marcha y Adalis se acomoda en una de las sillas próximas a la cama del príncipe, mostrando sus pocas intenciones de dejarlo solo.

  • Tu padre me mandará a limpiar las caballerizas si supiera que has venido esta noche – empieza Adalis -, pero lo que más me preocupa es que empiezo a creer que el Alquimista lleva razón y no sabemos a lo que nos estamos enfrentando.
  • ¿no creías que lo de las parejas fuera verdad?
  • No, la verdad, me parecía surrealista que esos seres fuesen en pareja y mucho menos, que algunos pudieran tener apariencia humana. Si no podemos distinguirlos de nosotros mismos – se pasa la mano por el pelo cano -, no sé cómo podemos protegernos.
  • Viviste en el norte, ¿nunca habías visto ninguno?
  • No, de los otros sí, pero muy pocos en realidad. El Alquimista ha querido explicarnos la diferencia pero…
  • Mi padre no quiere escucharlo – termina por él.




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