El Alquimista se había topado a lo largo de sus años con toda clase de criaturas, desde las más inocentes hasta las más sangrientas y peligrosas, casi siempre había salido victorioso pero debía reconocer que su último objetivo le estaba causando más exasperación de lo habitual. Tampoco ayudaba todo el tiempo que tenía que fingir en Urblux donde había adoptado el papel de invitado modélico; pero el Rey era realmente estúpido y tanta tontería empezaba a cansarle. Le daba una ligera ventaja a Regis pero le quedaba aún mucho para acceder al trono. Tampoco es que estuviera avanzando en sus estudios sobre los ghouls y los noxanguis, los libros que había encontrado en Urblux eran escasos, muy desactualizados y eran sobre todo copias de los que existían en el norte. Sin embargo, el Alquimista sabía qué hace mucho existió un rey de Urblux que sí conocía a las criaturas malditas y fue obsequiado con un libro por los Antiguos, pero ese libro aún no lo había encontrado porque formaba parte de la biblioteca privada del Rey y este aún no le había dado acceso a ella. El camino del sur de Harveston a Urblux era largo, se necesitaba al menos dos días en caballo y el Alquimista no iba a pasar la noche la intemperie, muchos menos después de notar que Viren lo había seguido desde la salida de la posada. A mitad de camino había un pueblo costero, donde el Alquimista conocía una posada con buen vino y comida, así que a medida que el sol iba cayendo se desvió a Marteras para pasar la noche. Como la mayoría de los pueblos costeros, la vida se hacía junto al mar. Pertenecía al reino de Urblux pagaban el diezmo por las ventas de pescados y piedras preciosas que encontraban en el mar y por el uso de sus puertos, uno de los más transitados debido a la facilidad de acceso. Eso también lo convertía en un blanco fácil de invasiones y a lo largo de la historia tanto Harveston como Urblux habían luchado por sus tierras. Varios siglos atrás, los dos reinos firmaron un Tratado de Paz cediendo el pueblo a Urblux a cambio la bajada de aranceles de comercio, lo cual benefició a las arcas algo exiguas de Harveston en esa época. El Alquimista había visitado el pueblo con Cisi meses atrás y dejó que la joven gestionara todo para así evitar desvelar su identidad, se preguntó si no debía hacer lo mismo con Viren a cambio de dejarlo continuar la conversación de la noche anterior. Dio una identidad falsa, al fin y al cabo, en aquellas tierras no conocían su aspecto aunque sí su nombre y nadie mejor que él sabía lo poderoso que podía ser un nombre; y tras dar de comer a su caballo y guardar su carruaje, decidió pasear por el muelle, donde algunos barcos se preparaban para salir a la mar. El olor característico de la zona le golpeó con fuerza mientras caminaba y como era habitual sintió la llamada de las criaturas del agua, él podía detectarlas y ellas a él, siempre había sido así aunque el Alquimista siempre había ignorado la llamada. Aun no debía encontrarse con ellas, eso era algo que sabía. Una sombra se movió tras él y supo que era Viren pero en vez de enfrentarlo permaneció sobre la madera del muelle contemplando a un barco que se iba perdiendo en la oscuridad de la noche. Siguió paseando, perseguido por el cazador y cuando se cansó de caminar regresó a la posada donde cenó y luego, se marchó a la habitación alquilada. De su bolsa de viaje sacó un espejo que le permitía ver el interior de su habitación en Urblux, estaba en completa oscuridad y su magia le decía que la última persona que estuvo en ella fue Cisi, pero de eso había pasado días y la aprendiz no había regresado. Colocó la mano sobre el espejo, murmuró unas palabras y la imagen reflejada cambió mostrando a una mujer encadenada a una pared de roca oscura. Estaba sentada, con el cuerpo inclinado hacia un lado y el pelo castaño le cubría el perfil del rostro, no podía asegurarlo pero parecía dormir. Un sentimiento de exasperación recorrió el cuerpo del Alquimista al recordar la última conversación que había mantenido con la prisionera. <>. *** El palacio blanco de Urblux se iba perfilando en el alto de la colina mientras el Alquimista se acercaba en su carruaje, Viren lo seguía a varios cientos de metros en su caballo y el Alquimista se preguntó cómo pretendía colarse en el palacio, pero suponía que no quedaba mucho para descubrirlo. Las calles de la ciudad empezaban a vaciarse con la llegada de la noche pero el Alquimista notó que lo hacían con más premura de lo habitual, algunos comerciantes lo observaban con más interés y los guaridas custodiaban su llegada de forma discreta. Ya no podía sentir al cazador entre tanta gente pero probablemente había entrado en la ciudad buscando cobijo en alguna posada. Adalis se encontraba en la cima de las escaleras que conducían a Palacio, parecía esperarle; portaba el uniforme de capitán y su semblante era serio, algo habitual en él, sin embargo el Alquimista detectó algo más en su mirada: incertidumbre. - Alquimista, me alegra volver a verlo – saludó Adalis con cierto alivio en su voz, como si su regreso no fuese del todo seguro. - Gracias, maestro de armas. ¿Dónde está Cisi? necesito hablar con ella. - Probablemente en la biblioteca, es donde ha pasado casi todos los días – el tono intranquilo del capitán llamó su atención. - ¿Ocurre algo? Adalis toma aire, debe decirle lo ocurrido la noche pasada antes de que lo haga la sanadora y la situación empeore entre el brujo y el Rey. - La noche anterior hubo un desencuentro entre el Rey y Lady Cisi, el Rey decretó que ella nos acompañara a una batida para encontrar a la pareja del noxa…de lo que sea. El Alquimista se mantiene serio pero su expresión no se inmuta con el relato del capitán que explica que en todo momento estuvo a salvo y que se encuentra bien, sin embargo el Rey incumplió su palabra de mantenerla en la seguridad del palacio. - Es extraordinaria su aprendiz, si el príncipe conserva su pierna sin un rasguño es por ella – añade Adalis y parece sincero – sin embargo, al Rey sigue sin agradarle. Quizás la estadía de Lady Cisi en este palacio debe llegar a su fin. Por el bien de ella, claro está. - Mi aprendiz se marchará cuando yo lo haga, si el Rey no nos quiere en Palacio solo tiene que decirlo. Las mejillas se Adalis se encienden. - No quería sugerir tal cosa, solo era un consejo. - Bien, busque a Lady Cisi y que vaya a mi despacho. Esta noche me gustaría cenar con el Rey, si le place. Dale mi mensaje. - Por supuesto, señor. Adalis hace una casta reverencia y el Alquimista se dirige a sus aposentos que se encuentran vacíos. Se cambia de ropa, coge el diario que dejó sobre el escritorio y se detiene frente al espejo que le devuelve su reflejo, sin embargo él ve algo más en él. Cisi entra media hora después en su despacho con los brazos cargados de libros. Lleva el pelo rubio recogido en un moño bajo y una túnica de gasa marrón que le llega a los pies. Su piel sigue tan pálida como cuando estaba en el norte, a pesar de lo soleado de la ciudad, ella rara vez sale de la biblioteca pero está claro que el sur está influenciando en su imagen. Ha dejado atrás las tensas trenzas en las que recogía el cabello y las pesadas túnicas que dejaban visible el mínimo espacio de piel. - ¡Maestro! – saluda ella alegre – qué dicha tenerlo otra vez aquí, pensé que los soldados me estaban gastando una broma cuando me dijeron que había llegado. La joven suelta los libros sobre el escritorio y se sienta frente a él con los ojos brillantes. - No me diga que me ha echado de menos, Cisi, sería una deshonra para una norteña. Cisi se ríe y el Alquimista medio le devuelve la sonrisa. - Yo tampoco creí que lo haría – suspira -, me he sentido un poco sola estos días. - La magia no hace amigos, y tu magia es cada vez más poderosa. Te temerán y eso les impedirá acercarse a ti – los labios de Cisi se abren de disgusto -, es el precio del poder. Pero no decaigas, hay gente que aún así querrá estar cerca de vos, aunque no será un gran número. Y ahora dígame, ¿Por qué el Rey la mandó a una batida para cazar al noxanguis? - Por decirle la verdad – retuerce uno de sus mechones dorados entre sus dedos y hace una mueca de desagrado – no están tan preocupados por las criaturas sino porque el pueblo lo sepa, están siendo imprudentes. - Debes entender que aquí funcionan las cosas de otra forma, los norteños conviven con el miedo, lo han integrado en su vida pero aquí no ocurre lo mismo. Si el pueblo sospecha que están en peligro habrá revueltas, hambre y guerras. Ningún Rey quiere eso. - Eso es egoísmo, mucha gente morirá de todas formas. Solo es cuestión de tiempo que aparezcan más malditos. - Cisi, nosotros llegamos hasta donde llegamos. Estamos aquí para ayudarles y para investigar lo que podamos sobre el origen de los noxanguis y los ghouls, eso es todo. Ahora concéntrate en lo que importa y no te metas en más líos con el Rey, es más peligroso de lo que te crees. Nadie gobierna un reino con el corazón en la mano. La joven cruza los brazos enfurruñadas pero el Alquimista se limita a darle una lista de los brebajes que necesita que prepare y deja que se marche a la habitación contigua donde empieza a trabajar. Con la llegada de la noche, uno de los guardias del Rey viene a buscarlo para cenar en la terraza privada del monarca que le espera mientras saborea una copa de licor que él mismo ha traído. - Gracias por esto – el monarca alza la copa de plata – es realmente el mejor licor que uno puede beber. - No tiene que agradecerlo, alteza. - Y bien, ¿para qué quería reunirse conmigo en privado? - Cisi me ha dicho que cazaron un noxanguis – la mandíbula del Rey se contrae con la mención del nombre -, fui claro al pedir que se mantuviera a salvo en el palacio. - La seguridad es algo que uno debe ganarse, Alquimista. Fue con mis mejores hombres al bosque, pero debe entender que no puede cuestionar las ordenes de un rey, es algo sumamente descortés por su parte. El Alquimista nota cierto peligro en el tono del Rey, no le gusta que le cuestionen y no lo necesita de mal humor. - Es joven, aún tiene que aprender muchas cosas. El Rey asiente y el silencio se extiende mientras los sirvientes sirven la cena consistente en pescado y uvas, algo que al Alquimista no le entusiasma pero se limita a seguir bebiendo. - Entonces, pudo ver al noxanguis por su propios ojos. Vio que no exageraba. - No lo vi pero mi hijo sí, se enfrentó a él y le venció – sentencia con orgullo -, trajo su cabeza para quemarla. - Si lo venció seguramente le dijo lo difícil que es hacerlo, me gustaría que considerara mi petición de entrar en su biblioteca privada, puede que encuentre algo que nos ayude. - En esa biblioteca se albergan secretos que pasan de generación en generación, solo la familia Real puede acceder a ella. Lo siento, pero no puedo dejarle sacar ningún libro de ese sitio. - En ese caso, no tenemos mucho más que hacer aquí – dice el Alquimista y con satisfacción ve como el Rey abre los ojos con sorpresa y algo de temor-, en Silasvold han aparecido varios aquelarres y han infectado a muchos habitantes. Nos necesitan allí. - Tiene un contrato que cumplir, Alquimista- le recuerda – no se puede ir así como así, vino para ayudarnos contra esas cosas. Le pagué muy bien por ello. - No puedo ayudarle si no deja que lo haga. No escucha mis consejos, no me permite investigar con nueva información… - Puede acceder a la biblioteca Real – se excusa en un tono defensivo. - Ahí no hay nada que ya no sepa, son reproducciones de las obras del norte. - ¿Y por qué cree que sí tengo nueva información? - Su antepasado fue obsequiado con un libro de los Antiguos, uno en el que se hablaba de esas criaturas. Los Antiguos quemaron todos los libros que escribieron pero no pudieron hacer nada con los que no estaban en su poder. - Entregarle ese libro sería cometer un delito de traición. Hice un juramente cuando accedí al trono. El Alquimista se guarda las palabras que quiere realmente decir pues ofender al Rey no le sirve de nada. - Es su decisión, le daré una semana para que lo piense, alteza – se pone en pie sin probar el pescado –. Cumpliré con la parte del contrato que me deja cumplir y es la de curar a los infectados pero para ello no es necesario que nos quedemos en el reino. Lo dejo en sus manos, buenas noches. El brujo se marcha y el Rey contempla el mar mientras medita las palabras del hombre. Sabe de qué libro habla, lo leyó cuando el Alquimista le habló de él y por ello, no quiere que nadie más lo haga.
La biblioteca en Booknet es una lista útil de libros, donde puede:
guardar sus libros favoritos
ver fácilmente las actualizaciones de todos los libros de la biblioteca
estar al tanto de las nuevas reseñas en los libros
Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.