El manto negro con estrellas bordadas arropaba al Palacio de Urblux, era una noche fresca, algo más fría que las anteriores y eso significaba que el invierno estaba próximo. El Alquimista se había ido a su habitación tras cenar con el Rey y Cisi había decidido pasear por el palacio, deteniéndose en uno de los grandes balcones que le daba una vista hermosa de la ciudad a sus pies con el mar de fondo. El sonido de las olas podía percibirse en la tranquilidad de la noche y mientras contemplaba el paisaje pensó en lo mucho que le gustaría a sus hermanos estar en un sitio así. Los echaba de menos, igual que a sus padres, nunca había pasado tanto tiempo sin verlos ni saber de ellos y solo esperaba que no les pasara nada durante su ausencia. Con la vuelta del Alquimista se había sentido algo mejor pero él solo era un lazo con su antigua yo, con sus raíces y no podía sustituir el abrazo de su madre o el calor de su hogar. Todo eso le pesaba en estos días que había pasado sola en la biblioteca del Palacio y no se le ocurría a nadie con quien compartirlo, quizás con el príncipe, pero él estaba también muy ocupado y apenas habían podido mantener una breve conversación que se basaba en los avances del entrenamiento de los soldados contra los malditos.
Regis, que también había decidido pasear esa noche, vio a Cisi de espaldas y se encaminó en su dirección. Se fijó en el bonito vestido que llevaba la joven, dejando al descubierto buena parte de su espalda y no pudo evitar pensar que tenía una piel bonita. La sanadora escuchó los pasos del príncipe y ladeó la cabeza ligeramente en su dirección.
Cisi se queda mirándolo unos segundos hasta que él le devuelve la mirada.
El príncipe toma una de las manos de Cisi entre las suyas y las acaricia suavemente, casi de forma imperceptible. El gesto le provoca una leve sonrisa a la joven que suelta un suspiro.
Cisi vuelve a sonreír levemente, se gira hacia él y a continuación lo abraza de una forma mucho más intensa mientras que Regis le palmea la espalda de forma torpe sorprendido por el gesto.
El príncipe se queda en silencio contemplándola y sonríe ampliamente cuando tiene una idea.
***
El príncipe y la sanadora se escabullen entre los pasillos del palacio esquivando a los soldados que montan guardia, el corazón les late por el miedo a ser descubiertos y por la emoción de hacer algo que no tenga que ver con órdenes, protocolos, política y magia.
Regis no le contesta pero atrapa la mano de ella y la hace correr más rápido ya que escucha las voces atrás de los soldados que parecen haberse percatado de su huida. La risa de Cisi le hace aminorar un poco la velocidad para disfrutarla y se permite mirarla, ella le devuelve una mirada brillante y él se calla el pensamiento de que parece que sus ojos son dos estrellas. Dos hermosas estrellas.
Llegan a la zona más rocosa y la hace descender unos pocos metros con cuidado, parece que han podido despistar a los soldados y Regis la ayuda en la última bajada.
Se quedan frente a una cueva rocosa que emite una extraña luz en su interior.
La oscuridad de la noche va quedando atrás mientras caminan hacia el interior de la cueva, es profunda y el olor a mar se hace más intenso a medida que el camino se inclina hacia abajo. En las paredes se va reflejando cada vez con más claridad una luz verdosa y Regis la detiene cuando lo que parece un lago comienza a sus pies.
Regis la deja contemplar el espectáculo y se recuesta sobre una pared cruzando los brazos sobre su pecho, observándola. Cisi lo nota y también lo mira y de pronto es consciente que se encuentran solos, lejos de todos, en la oscuridad de una cueva realmente hermosa y empieza a ponerse nerviosa. El príncipe le mantiene la mirada y consciente de que ella le está viendo, le recorre el cuerpo con los ojos de forma lenta. El corazón de Cisi se acelera mientras sus mejillas se tornan carmesí y aparta la mirada.
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Editado: 30.11.2025