Reino de Versteck, Guerrindor
Varios augures predijeron que algo sucedería. Vaticinaron el invierno inmortal, las columnas y columnas interminables de guerreros cansados, congelados y hambrientos contra seres abominables de otro mundo, en una guerra vestida de blanco y rojo.
No supieron ver quién o quiénes serían sus guías en esa turbia temporada, el que los llevaría a la gloria o a la derrota.
Y finalmente, ocurrió el 31 de denmere del lorán 980.
Cinco años después, todo continúa en su rumbo. Comentan que eso del invierno eterno es un cuento absurdo, inventado para hacerlos doblegarse ante un líder dictador como lo es Erás Wittker, actual gobernante de Versteck, capital de los Cuatro Reinos de Hierro.
En ese mismo continente capitalista, habita una elfa guerrera, que lidera con puño de hierro a su pequeño clan en Guerrindor. Aquella líder de cabellos rubios platinados entrena personalmente a su niño adoptado, en el patio trasero de su casa hecha de madera, musgo y piedra, mezclados con la vegetación en la que se encuentra sumergida su aldea.
El niño de casi cinco años aparta de su frente mechones rebeldes húmedos por el sudor. Está agotado, luego de entrenar con su pequeña espada durante toda la mañana. A los elfos los preparan desde muy temprana edad, y este es su segundo mes. No es tan bueno con el arco y la flecha, pero la espada se le da mejor que las anteriores.
—Ese niño no sobrevivirá —murmura un elfo de largas hebras rubias a otro castaño—. Parece un elfo, huele como uno, pero no tiene la agilidad o la gracia. —No deja de observar con sus grisáceos ojos a esa criatura, suspicaz—. Aun no entiendo por qué Fiodora insistió tanto que lo rescatáramos de los augures.
—Es uno de nosotros, Loras. —Le dice el elfo a su lado, entrecerrando sus claros ojos verdes sobre aquel que mencionó—. Salvamos a todo elfo juzgado injustamente. —Mira de nuevo al niño con ojos lastimeros, recordando la vez que fueron a buscarlo, luego de que a sus oídos llegase la noticia de que iban a ejecutar a un elfo híbrido recién nacido—. Tadeus era sólo un bebé.
—Sí, pero este... niño no va a vivir por mucho tiempo, Ordin. —Loras no piensa cambiar la forma en que ve a Tadeus—. Lo has visto. Todos lo hemos visto. Tadeus no nació para la batalla, pero aun así lo siguen entrenando. —Gira su cabeza para observar a Ordin, pero este no se inmuta—. Otros elfos de su edad ya dominan estas armas, porque está en nuestra esencia. Nosotros también lo hicimos.
—Tenle un poco de fe —musita suavemente, al mirarlo por el rabillo de su ojo—. Sé que tiene más potencial.
Tadeus cae de espaldas sobre la tierra oscura, soltando su arma. Fiodora deja suspendida la punta filosa de su espada a pocos centímetros de su pálido cuello.
—¿Decías? —masculla Loras con sequedad, antes de caminar con toda la gracia de un elfo hacia ellos, portando sus vestimentas verdes; las que usan para camuflarse en el bosque.
Pero Ordin se queda en su sitio por unos largos segundos más, detallando a esa criatura con forma de un niño pequeño.
—Yo sé que sí lo tiene.
Susurra, por último, antes de emprender su caminata por el mismo rumbo por el cual Loras partió, bajando la pequeña colina desde donde veían el entrenamiento del joven Deus.
—Tadeus, concéntrate. —Fiodora lo reprende, observándolo fríamente y deja de apuntarle al chico con su espada—. A este paso solo lograrás que te maten.
Tadeus se levanta, ejerciendo mucho esfuerzo. Se siente molido, avergonzado, y es por eso que baja la cabeza cuando se endereza frente a ella. Un viento frío comienza a secar las lágrimas que se acumularon en sus tiernos ojos.
—Lo siento mucho, madre —dice con un hilo de voz—. Realmente hago todo mi esfuerzo.
Fiodora se pone de cuclillas frente al niño, muy cerca, sin vacilar en ningún momento su semblante serio. Con sus dedos toma la barbilla de Tadeus, obligándolo a mirarla con aquellos cristalizados iris grisáceos, que a veces parecen volverse como de felino.
—Jamás vuelvas a bajar la cabeza, Tadeus. —Él asiente ante su orden. Los ojos grandes de Fiodora, de colores verdes y amarillos, lo cautivan en segundos—. Y no llores.
El niño vuelve a asentir con la cabeza. Fiodora se endereza y Tadeus se gira para recoger su corta espada del suelo, con una sensación en el pecho que no sabe cómo describirla. Se yergue, con la mano izquierda empuñando la tela verde oscura de su chaleco, en el lado izquierdo, donde yace su corazón agitado.
Loras y Ordin llegan con ellos, y junto con Fiodora, perciben que algo no anda bien.
—Tadeus, ¿ocurre algo? —pregunta Fiodora, sintiendo de pronto preocupación por el niño que todavía le da la espalda y no ha cambiado de posición—. Tadeus...
Algo blanco y limpio como la cal, comienza a descender desde las nubes. Ordin tiende sus manos, atrapando los copos blancos que inician su caída.
—¿Nieve? —cuestiona en voz alta, con su voz profunda y liviana.
—Pero... ¿Cómo puede ser posible, si es verano? —La preocupación en el tono de su voz no es algo que la líder pudo eludir, mientras hace lo mismo que Ordin. Está confundida.
—Tiene que ser obra de esos brujos desgraciados. —Loras masculla con repudio y enfado, apretando la nieve que dejó caer sobre su mano, ahora en puños—. ¡Quiero aplastar a esos malditos augures yo mismo!
La respiración del niño se vuelve cada vez menos regular, con las pupilas en sus ojos anaranjados cambiando a forma vertical, similares a las de un gato, con un destello brillante de amarillo claro recorriéndolos por un instante. Los copos cayendo sobre él, contrastando con su pelo largo, ondulado, y sin orden hasta los hombros.
—Iks Fyutz Envern...
« El Fausto Invierno. »