La Calavera Cuentacuentos

LA CALAVERA CUENTACUENTOS

Mis anodinas caminatas por el callejón contiguo al cementerio de la capital, me conducían casi diariamente a la vieja tasca del Sr. Bosco, donde acudía después de una agobiante jornada de labores, para ingerir en copiosas cantidades, las sustancias alicoradas con que procuraba olvidarme al menos por algunas horas, de la molesta rutina familiar y la complicada situación marital que sobrellevaba.

La dinámica de la tasca fue siempre la misma durante años. Esa noche allí, como de costumbre, Aurelio “El Manco” (apodo que se había ganado por una extraña deformidad congénita su mano derecha) y su primo Tito mi causal amigo de borracheras, hacían su acto habitual de presencia. También los pendencieros jugadores de villar, a quienes no valía la pena dirigir siquiera un ínfimo gesto.

Me reservaba a la taciturnidad del asiento rezagado del rincón y a consentir las ocurrencias rara vez hilarantes de Tito y de su primo tullido, mientras auspiciaba cada trago servido por aquel bigotudo cantinero, como el brebaje ideal antes del advenimiento aciago de volver a casa para encarar de nuevo una vida sinsentido. Y al parecer funcionaba, considerando que los efectos del tequila le hacían justicia a cada moneda por gota de sudor destilada en la fábrica.

Lo que más me agradaba de esta allí, en especial en ese asiento, era la vista al exterior que me obsequiaba la ventana desde ese ángulo. Una ubicación desde la cual podía contemplar las lapidas y los adornos fúnebres de la tumbas de aquel malogrado cementerio aledaño. Solíamos inventar historias basadas en los nombres y en las fechas que podíamos leer a distancia plasmadas en aquellas placas mortuorias. Un pasatiempo poco agraciado que sin sospechar, se nos hizo una práctica tan febril e imprescindible en nuestras vidas, que acabo por convertirse en nuestra faena nocturna; tanto que “El Manco” un día se las arregló para presentase con tres linternas. Muy pronto la importancia de estar allí para beber hasta el hartazgo pasó a un segundo plano, ahora la prioridad era procurar contar la mejor historia de la noche; con franqueza debo asegurar que las mías solían ser serias contendoras frente a las que narraba Tito, a diferencia de su poco ingenioso primo, cuyos cuentos tendían a llevarnos a finales carentes de consistencia. Sin embargo, y quizás por hacer flexible el juego para él, a veces alcanzaba una recompensa; -ronda de vodkas si nos hace reír- era lo que Tito y yo apostábamos sin su consentimiento. A fin de cuentas algo había que hacer para justificar su estancia en el juego, -no vaya a que se desanime y se retire con las linternas- nos decíamos.

Una noche, augurada con la preocupación inevitable de que se agotasen la lapidas con que seguir edificando relatos, no decidimos a pesar de ello, a prestarle mayor atención a las tumbas restantes, las más lejanas, pretendiendo encontrar alguna que despertase la inspiración.

Esa vez era mi turno, las linternas de mis compañeros se cegaron para dejarme indagar solo, sin más herramienta que mi hambre por contar historias y mi aguda intuición. Deslizaba de un lado a otro, la redonda huella que marcaba el artefacto por sobre la tétrica superficie ataviada con aquel mal peinado pastizal. Así me mantuve varios minutos, hastiado de arbustos y de repetitivas cruces y pasajes bíblicos.

Darme por vencido no era una alternativa, la racha que llevaba esa semana era un motivo más que razonable para perdurar en el juego, pero aun así, apagué la linterna e hice una brevísima pausa para tomar un sorbo de mi tequila. -más te vale que hoy si me sirvas para algo- le advertí al aguardiente antes de ingerirlo.

Un suspiro desesperanzador, precedió al retorno de mi cacería ya desganada, pero tan pronto encendí la linterna y ojeaba hacia la dirección en que me dictaba su resplandor, avisté, al fondo, muy al fondo, el celaje de dos columnas que se entretejían presumiendo ser dos piernas fornidas que daban sostén a un bulto que en lo más alto se concatenaba a una cabeza blanquecina, de tez pálida y calavérica.

-¡Tito, Tito!… mira esto -grité a mi amigo, y aun apurándolo para cerciorarme que no estar alucinando, ya era tarde, sólo pude indicarle la zona del avistamiento. El ente se había marchado dejándome una sensación de profunda incertidumbre.

-¿Qué cosa viste, un fantasma? -bromeó Tito, pero ante mi expresión pensativa, se me quedó viendo para entonces darme una palmada en el hombro y sugerirme que había bebido mucho y que era mejor que volviera a casa.

Sabía que lo que presenciado no era producto de los efectos del aguardiente, mi veteranía en la esfera del alcoholismo me lo corroboraban, es más, tan solo había bebido un cuarto de la botella. Empero, opté por hacerle caso a mi amigo de todos modos, considerando que un pensamiento repentino me trajo la figura de aquel ser mientras recogía mi abrigo y mi maleta, fue como un golpe punzante desde la memoria, parecía ahora como si todo en el lugar me condujera a pensar en ello, por eso encaminarme rápido a la salida se me hizo urgente para escapar de aquel maledicente recuerdo momentáneo. Me despedí de Tito y de Aurelio, -cuídate mucho, vuelve pronto -me dijo a distancia el Sr. Bosco cuando estuve a un solo paso de la salida. -¡pum-pum-pum…! -retumbó en ese instante la puerta principal que estaba por atravesar. Me giré y compartí mi mirada con Tito; ambos sabíamos que no era común la llegada de alguien a tales horas de la madrugada.




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