La canción de Sabina

La canción de Sabina

Era una noche cualquiera.

Puede ser que fuera trece.

¿Qué más da? Pudiera ser que fuera martes.

Solo sé que algunas veces. Cuando menos te lo esperas.

El diablo va y se pone de tu parte.

 

La música de Sabina sonaba a todo volumen mientras Jesús se peinaba el revoltoso flequillo. Por más que intentaba ponerlo hacia el lado derecho, el se revolvía hacia donde quería, parecía que tuviera vida propia... igual que otras partes de su cuerpo que aún reaccionaban al menor estímulo.

Ojea su reloj, son las diez, como cada noche de fin de semana tocaba ir a los bares del barrio y emborracharse hasta llegar a casa en una nube de alcohol, alguna que otra vez no sabía cómo había conseguido llevar el cuerpo a su cama.

Se mira al espejo nuevamente, buscando algo distinto que no hubiera visto hace dos minutos.

 

Al llegar al primero de los bares se fija que en su interior está la misma gente de siempre. Un amigo en la barra, que ha dejado de serlo, una camarera que se pasa el tiempo protestando por su duro trabajo, una pareja comiéndose a besos en uno de los raídos sofás del local, vecinos jóvenes de su misma barriada que salen de caza, y un grupo de chicas bebiendo chupitos antes de irse a la pista de baile.

Da un suspiro antes de entrar, algo le dice que hoy debería estar en su casa con una cerveza y el disco de Sabina.

Sonia, la camarera, le saluda cuando se acerca a la barra. “¡Tripulación, Capitán a bordo!”. Jesús no había ido a la Marina, ni tenía un  barco, fue en una noche de chupitos donde le dijo que le gustaría ser el capitán de un barco pirata y desde ese momento la chica le hacía alguna gracia. Obvió preguntarle como estaba, pues ya sabía la respuesta, «Mal»

Se sentó mirando hacia la puerta mientras se bebía un Whisky. Había aprendido que esa bebida era lo que le hacía emborracharse con más rapidez.

 

Iba tarareando la canción de Sabina mientras llegaba al segundo de los bares. A veces era el paso hacia el último de los bares, otras veces era el punto y final de una velada. El reloj marcaba las doce de la mañana, llegaba un poco más temprano que de costumbre, más temprano y más sereno. La clientela se encontraba en una fiesta de risas y voces en alto, aquí la música era más fuerte y escucharse era algo complicado. Daba igual porque él no conversaba con nadie, siempre se sentaba solo en la barra y consumía la misma ración.

 

La sangre ya lleva una buena carga de alcohol, la risa en su semblante y el caminar con ese baile, ese baile del Cha Cha Cha. Jesús conocía bien su camino hasta "La Frontera", el último de los bares, aunque no importaba si lo conociera, o no, porque son muchos los que llevan su mismo destino. Mira su reloj,  pero ya no hay hora en esa esfera, tampoco se para en la puerta para ver quien está dentro, simplemente se lanza como cuando se tira a una piscina haciendo la bomba. Pero no es el único, no desentona con el resto de la muchedumbre que puebla ese lugar en ese mismo momento.

«Perdón», es la voz que escucha cuando se intenta levantar del suelo. Quiere tener una mirada dura, quiere golpear a quien le acaba de tirar de su taburete al suelo y le derramó la bebida por su pantalón.

«Perdón»", «No le había visto», era imposible no haberlo hecho, ni poder derribarlo de su torre... Pero... «No pasa nada», responde mientras empieza a nacer una sonrisa en su rostro. Gatea intentando ponerse en pie, pero no lo consigue hasta que le da su mano. Mira esos voluptuosos pechos atrapados en un ajustado corsé... se pierde en esos profundos ojos grises, y en esa melena dorada como el sol.
«Permítame invitarle a una ronda» escucha esa música de sus carnosos labios.

La noche fue muy diferente a todas las anteriores, el hombre solitario que se sentaba en la barra a beber, que soñaba bonitas historias con las mujeres que pasaban por su lado, ahora vivía una verdadera fantasía. Podría haber lamentado no estar ebrio, pero quizás no estarlo era lo que le daba el valor para hablar con esa mujer.

Al primer convide le siguieron otros más. Tenía una hermosa sonrisa, un tintineo en su voz, un alma arrolladora. Era todo aquello que había deseado, deseado de verdad en su vida, pero que nunca había encontrado. Y tuvo que ser el destino el que chocara contra él, lo que diera ese primer paso. Se la veía nerviosa, y él intentó ser todo lo caballeroso que pudo, sabía que los primeros minutos en una cita son los más importantes. Pero seguía allí, así que lo había conseguido.

Qué bonita sonrisa, volvía a repetirse para su interior, podría estar escuchándola toda la vida.

«Me tengo que ir, que mañana hay que trabajar», le dijo Clara. Jesús mira su reloj, eran las dos de la madrugada, el tiempo había pasado volando. Él se ofreció a acompañarla a su casa, le había insinuado que vivía por allí cerca, aunque en realidad estaba a la otra punta de la ciudad. No quería separarse del diamante que había descubierto.

Clara no se hizo de rogar, le subió a su coche y en su interior le besó. Fue un beso inesperado que él se apresuró a responder. Con suavidad le separó, tenía que conducir.
Risas nerviosas, palabras que se entrecortan, como si el cerebro se saturase o perdiera la conexión de la cordura. Su mano se apoya disimuladamente en el muslo de él, siente el latido de su corazón en esos dedos que rozan su pantalón. Su músculo deja pasar la sangre que llena su vaso, mientras su cerebro se llena de imágenes muy, muy sugerentes.



#6377 en Otros

En el texto hay: amor, trampa, desengano

Editado: 16.01.2023

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