Olena
Olena miró con detenimiento su colección de hierbas botánicas, negó y repasó con sus ojos marrón claro el contenido del botiquín, recogió los frascos de tranquilizante, observó la morfina, sonrió y la guardó en su bolso, aliviar el dolor de su anciana abuela podía ser reconfortante por momentos. Oyó a su madre gritarle algo sobre la comida, chasqueó la lengua al recordar la comida que le llevaría a su abuela, y corrió a la cocina para buscarla, no podía olvidar el regalo especial.
Abrió la puerta de la habitación de su madre, quién abrió mucho los ojos sorprendida y la miró de arriba abajo, Olena río ligero y pasó sus manos por el vestido ceñido que lucía.
—¡Lo sé! —dijo con coquetería y le lanzó un beso fugaz con la mano, cerró la puerta sin darle oportunidad de decir algo.
Se miró en el espejo y sacudió su brillante y largo cabello rubio, se aplicó labial rojo en los labios y un poco en las mejillas para ocultar la palidez, juntó sus labios y se guiñó un ojo así misma, sonrió satisfecha de su imagen: era hermosa y quería ser vista, suspiró mientras tomaba una capa roja impermeable por si llovía.
Hizo gesto de recordar algo, regresó a la habitación de su madre, abrió la puerta de golpe.
—No le abras a extraños, ya vuelvo —canturreó emocionada, cerró la puerta y corrió fuera de la casa adentrándose en el espeso bosque.
Admiró la vista llana cubierta de árboles frente a ella y sonrió; caminaba todos los días hacia la casa de su abuela, más que por necesidad, para hacer ese recorrido que la hacía sentirse en otro mundo, adoraba el crujir de la hojas secas bajo sus pisadas, iba para sentir la brisa que azotaba su cara y la hacía cerrar los ojos por segundos, o para sentir las frías gotas de lluvía que caían sobre sus mejillas, a veces tan heladas que se sentían como pequeñas cuchillas sobre su piel.
A veces tomaba el camino largo porque podía ver las montañas y abajo los sembradíos de los hacendados, muy a lo lejos, pero la vista era hermosa, a veces tomaba el camino corto, lleno de pequeñas lagunas dónde podía detenerse a refrescarse, ese día en particular, tomaría el camino corto porque había visto unas plantas de flores moradas junto a una laguna y deseaba ver si eran o no venenosas.
Escuchó el crujido de las hojas detrás de sí, se paró en seco, por ese lugar no solían caminar extraños, ella lo sabría, así que se giró atenta apretando muy fuerte su bolso, no vio nada, suspiró aliviada y siguió su camino, pero aminoró el paso para no escuchar sus pies y poder estar atenta a cualquier sonido poco común.
Volvió a escuchar las hojas crujir, se detuvo de nuevo, volteó tan rápido como pudo, está vez vio la silueta de un hombre correr y esconderse detrás de un árbol, caminó rápido hasta allí, su corazón estaba más acelerado de lo normal, examinó la figura del hombre que estaba agachado recogiendo algo.
—¿Me sigue? —preguntó con voz tensa.
El hombre se volteó y se levantó, una leve sonrisa apareció en el rostro de Olena: el hombre era guapo, de aspecto varonil, tenía los cabellos oscuros y brillantes, abundantes que caían sobre sus ojos azules casi rasgados, era alto y musculoso.
Olena tragó saliva con dificultad para deshacer el nudo de su garganta y lo miró con intensidad, él repasó su menudo cuerpo de arriba abajo deteniéndose en sus pechos, alzó la vista y le sonrió cuando finalmente la miró a los ojos.
—No, señorita. Busco un anillo que perdí cuando caminaba por aquí el otro día.
—Oh, espero que lo encuentre si lo perdió por este lugar, por aquí debe estar —dijo firme.
—Eso intento descubrir.
—¿Es de por aquí?
—De aquí soy, de toda la vida, pero recién me mudé a este lado del bosque ¿Anda sola?
Era un extraño, sí, pero atractivo, con voz grave y olor a perfume de gardenías, con disimulo la rubia aspiró el olor del hombre.
—Sí —confesó —, voy a llevarle unos medicamentos a mi abuela, vive sola y no está bien de salud, vive junto al río.
El hombre hizo una mueca de asombro ladeando la cabeza, afirmó.
—No tan lejos de dónde vivía antes.
—Vecino, entonces.
—¿Sabe cómo llegar más rápido?, ya va a oscurecer.
Alzó los hombros.
—Soy mala para ubicarme en tiempo y espacio, siempre me pierdo ¿Usted sabe? —preguntó con coquetería, desató la parte superior de la capa, sacudió su cabello y ladeó la cabeza dejando que su pelo brillante volara por el viento y su cuello quedará expuesto, él hombre no perdió detalle, suspiró y sonrió con nerviosismo.
—Debes cruzar a la derecha dónde veas el árbol talado y seguir el camino de la montaña, sabrás que vas llegando cuando a lo lejos veas el ganado y la siembra, siempre a tu derecha.
Olena sonrió de medio lado, lo repasó de arriba abajo antes de volver a mirarlo a los ojos, suspiró satisfecha por su descubrimiento.
—Es usted muy amable, espero que consiga lo que busca —dijo, se acercó eliminando la distancia entre los dos, se paró de puntillas inclinándose sobre él para alcanzar su mejilla, el hombre adivinó su intención y bajó la cabeza, ella dejó un beso intenso en su mejilla, los dos rieron mirándose a los ojos.