Agente Martín
Revisó a los dos lados de la carretera con la vista y se frustró ante lo evidente, el hombre que había escapado de la cárcel debió haberse adentrado en el bosque, resopló incómodo, ya caía la noche y los sonidos que salían del lugar provenían de animales y la brisa que azotaba los árboles y no le apetecía averiguar si era eso o algo más.
Caminó hasta una pequeña cabaña a la orilla de la carretera con la esperanza de que alguien le ayudara a regresar al pueblo, para su buena suerte, un hombre grande salía con un hacha en la mano, la clavó sobre un tronco y alzó la vista, Martín enseguida alzó la mano mostrando la placa que lo identificaba como agente de la policía científica.
El hombre con gesto amable asintió en su dirección.
Martín avanzó unos pasos hacia él.
—Buenas tardes, soy el Agente Martín.
—Buenas noches, Agente, soy Frank James.
—Necesito regresar al pueblo, me preguntaba si había una forma rápida de hacerlo.
—Cruzando el bosque, a pie.
Sonrió nervioso, negó ligeramente con la cabeza.
—Preferiría no tener que dejar mi coche.
—No, solo hay una carretera, de todos modos debe saber que es peligroso tomar esa vía a esta hora.
—¡Ah! ¿Sí?
El hombre lo miró con extrañeza.
—¿No está aquí para investigar las desapariciones?
—¿Desapariciones?, no, andamos tras la pista de un fugado de la penitenciaría Rault, vengo de la ciudad, seguimos su rastro hasta aquí, mi compañero se quedó en el pueblo.
El hombre palideció, se quedó mirándolo a los ojos con insistencia.
—¿Tal vez lo vio? —preguntó Martín al advertir la expresión de Frank, sacó de su bolsillo una foto del prófugo, el hombre se echó hacia atrás, pasó saliva y volvió a mirarlo directamente a los ojos.
—No lo he visto ahora, pero lo conozco, es Harvey, el lobo Thomas, un asesino, ladrón y quién sabe qué cosas más, solía ser el guardabosques, robaba las casas, estaba confabulado con un grupo criminal, trajo la intranquilidad a estas tierras que estaban llenas de paz, lo denuncié.
—¡Oh! Ya veo, no descartemos nada, pudo venir aquí porque conoce bien la zona, el bosque es vasto.
—No, vino por mí, juró que se vengaría.
—No se lo voy a negar, es mejor que se mantenga alerta, mañana temprano hablaremos con el comisario de la policía local, no han sido muy cooperadores hasta ahora, pero si uno de los habitantes de estas tierras está en peligro, debería intervenir.
—Lo hará.
—¿Y qué con las desapariciones? No se ha escuchado nada en la ciudad.
—Tiempo después de que el Lobo entrara a robar en varias casas, empezaron a suceder cosas extrañas, desaparecieron animales, luego niños, turistas, visitantes, familias completas.
—Se escucha muy grave, ¿Por qué relaciona las desapariciones con los robos?
—Se dice que en una de las casas había encerrado un monstruo, una bestia, o un asesino serial, o tal vez un demonio condenado, y debido al sobresalto de la situación, quedó liberada esa bestia, los tiempos coinciden.
Abrió mucho los ojos y pasó saliva, eso era lo que detestaba de los pueblos alejados de la civilización, las historias tenebrosas sin fundamentos.
—¡Vaya! Lo comentaré con el comisario.
—Se lo agradezco, eso nos tiene intranquilos.
—¿Tendrá en su casa un teléfono desde dónde pueda llamar a la estación? El del auto dejó de funcionar desde que llegué.
—No es raro y sí, tengo uno, mi casa queda atravesando el bosque.
Martín aspiró aire y lo soltó con disimulo, se negaba a cruzar el bosque, menos cuando la noche había terminado de caer por completo y la luna se mantenía oculta tras nubes, lo que hacía la noche más oscura aún.
—Voy a regresar al hotel por la carretera —dijo resignado.
—¡Nooooo! ¡Ahhhh! —se escuchó el grito desgarrador de un hombre, los dos se miraron con los ojos muy abiertos, ya Martín había desenfundado su pistola reglamentaria, se tocó el pecho y tanteó su chaleco antibalas, se ubicó delante de Frank quien ya había sacado el hacha del tronco y la mantenía en el aire mientras miraba en todas direcciones.
—¿De dónde vino ese grito? —preguntó Martín con los sentidos en modo alerta.
—Solo pudo venir de la casa junto al río, al otro lado del bosque o del bosque mismo, allí vive una anciana sola, doña Lete.
—Pero gritó un hombre.
Martín entendió que no podía seguir huyendo a la tarea de cruzar el bosque, si alguien estaba en peligro, era su deber acudir.
—Vamos hacia allá, Frank, lléveme.
—¡Vamos!
Martín corrió a su auto para dejarlo cerrado y a orilla de la carretera, aspiró aire varias veces y siguió a Frank hacia el camino que le marcaba.
Con cada paso la noche parecía más oscura, el bosque más largo, el aire más denso.