—¿Quién eres? —pregunté a la imagen que tenía enfrente.
—¿Quién eres tú? —respondió.
—¿Por qué te niegas a responder?
—¿No deberías responderte tú mismo?
Silencio. Lo observaba tan profundamente como él lo hacía también.
—Eres el sol —comenté—. Sales radiante y alegre por la mañana, pero te debilitas y oscureces al atardecer. Te ocultas en la penumbra de la noche y te desvistes ante tus propios pecados.
»Eres mar, por la fuerza de tus olas, pero también por el frío en lo más profundo de ti, ese sitio en penumbra dónde cosas inimaginables aguardan por que las descubras.
»Eres viento, porque aunque nadie pueda verte son consientes de tu enorme fuerza y de que de un segundo a otro puedes perder el control y arrasar con todo.
»Te asemejas a los animales, las flores y árboles, porque te aniquilan sin conocer tu importancia, te menosprecian sin entender tu belleza, te sustituyen, sin pensar en las consecuencias.
»Eres el espacio exterior y todos sus misterios, porque sabes que jamás te conocerán del todo.
»Eres la Luna, porque alimentas la nostalgia de algunos, la seguridad de otros y la paz de unos pocos. Porque eres la luz en épocas oscuras.
»Eres ese ave rapaz que vuela sin rumbo, anhelando la presencia de una presa, esa con la que siempre soñaste.
Sin desviar la mirada de la suya, vuelvo a indagar.
—¿Quién eres?
—Soy tu reflejo.
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Editado: 08.05.2025