Otro estúpido día había llegado a su fin. Llegué a casa, bebí una taza grande de té de hierbas y fui a la cama. Arrojé mi mochila al suelo, me quité las zapatillas y me desplomé en ella.
Permanecí unos segundos así antes de voltear a ver el techo. Lloré, inundando la habitación de lágrimas, lloré como nunca antes, lloré todo lo que jamás pude llorar en mi vida, porque según dicen, un hombre no llora. Pero llega un momento en que tanto dolor acumulado nos hace colapsar, haciéndonos estallar en lágrimas con la imponente fuerza de una catarata.
Pero es llorando como se van nuestros temores, pues las lagrimas al deslizarse se llevan nuestras penas, nuestros miedos y los vestigios de nostalgia.
Lloré mirando al techo y preguntándome una y otra vez, ¿Qué estoy haciendo mal? Sin encontrar respuesta alguna.
Entonces, me limité a abrazarte, a dejarme hipnotizar por tus caricias, a corroborar que tan sólo existes tú en mi vida, a aceptar que a ti estoy destinado.
Abrázame y no me sueltes, porque sólo te tengo a ti, mi amada soledad.
#1139 en Otros
#234 en Relatos cortos
#8 en No ficción
nostalgia, relatos cortos, amor accion mentiras secretos familia
Editado: 08.05.2025