Mucho tiempo ha pasado ya desde aquella primera vez, cuando salimos a recorrer el bosque en busca del tesoro perdido. Tesoro que, según creíamos, era custodiado por un arrogante duende.
Caminamos por dos horas dentro del bosque, que en realidad era el parque frente a tu casa. Exhaustos y decepcionados retornamos, el único tesoro que hallamos fue una amistad perfecta que perduraría aún después de un lustro, una amistad plagada de incertidumbres y alegrías, lágrimas de felicidad y de tristeza.
Un cuatrienio, desde el día en que pasamos las mejores vacaciones de nuestras vidas, un verano inolvidable. Ese verano en el que viajamos juntos a la playa, a quince mil kilómetros de nuestro hogar.
Ya pasó un trienio, desde que tus padres tuvieron la irónica idea de mudarse de ciudad, alejándote de todo aquello que amabas, qué soñabas, que anhelabas.
Más de un bienio, desde que una destructiva tristeza invadió tu alma, una depresión que robaría los mejores años de tu vida.
Y hoy, finalmente, se cumple un año desde tu renuncia a la vida, un año de que ya no existes, porque fuiste vencida por la agonía y ésta bailó sobre tus intereses.
Y por último, el próximo año, se cumplirán trescientos sesenta y cinco días de mi partida a tu encuentro.
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Editado: 08.05.2025