Una noche es más que suficiente para arrasar con un alma bondadosa, tal como sucedió con él. La noche anterior había sido terrible para aquél agónico escritor, pues un colapso emocional lo destruyó en cuestión de milésimas; la sonrisa se esfumó espontáneamente de su rostro, las lágrimas, desteñían sus rosadas mejillas y, en un intento por liberar tanta presión, profundos cortes verticales recubrían sus muñecas, decorando con rojas gotas un frío suelo gris.
Pero, dicen que un día nuevo es una nueva oportunidad, una ventaja que tan sólo poseen aquellos que en ella creen y confían; pero para aquél débil escritor se hace difícil volver a confiar, porque detrás de su accionar se oculta toda una vida de desdichas y fracasos, haciendo que el triunfo haya incluso desaparecido de su vista al horizonte.
Dicen que la vida es como una página en blanco, en la cuál debemos plasmar nuestra propia historia, pero nadie le aclaró a aquél escritor que, como tinta, tendría que usar las gotas de su propia sangre. Esas gotas que surgían en cada escalada, llegando al punto de hacerlo resbalar nuevamente al fondo de aquél pozo interminable, esas gotas que no le permitían llegar jamás a la superficie.
Poco se sabe ya de él, algunos dicen que enloqueció buscando la manera de entrar en alguno de sus escritos, en un fracasado intento por huir de la realidad, otros dicen que se aisló del mundo y ya nadie tuvo contacto con él. Y, algunos pocos, creen firmemente que, ese escritor y sus locuras, viven dentro de cada uno de nosotros.
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Editado: 08.05.2025