Cuando era pequeño, mi abuelo solía dejarme sabias enseñanzas, tales que alcancé a comprender a penas después de muchos años, cuándo, tras tantos eventos superados, adquirí la sabiduría requerida.
Cierto día de primavera, en qué las gotas caían a cántaros, mi abuela hallábase en la cocina preparando cálidas tazas de chocolate y sus tan sabrosas galletas.
Él solía contarme historias y cuentos de fantasías y, por su puesto, aquella tarde no sería diferente. Cada relato siempre iba acompañado de unas sabias palabras que añadía mi abuelo. Entonces, tras terminar, completó la historia con aquella idea.
—El mundo siempre te planteará incógnitas, pequeño. Y te empeñarás y atormentarás intentando hallar en otros las respuestas. Pero terminarás por descubrir que tienes en tu posesión la llave —señaló su cabeza, refiriéndose a su mente.
»Esta llave, abre las puertas propias del alma. Úsala, y obtendrás todas aquellas respuestas que anhelas. Pues somos nosotros mismos quienes cerramos las puertas y también quiénes sembramos nuestras propias dudas.
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Editado: 08.05.2025