Es curioso cómo nos pasamos la vida mintiendo una y otra vez, por más pequeña e insignificante que sea la mentira. Pero nos olvidamos de algo realmente importante, que a pesar de ello, la mentira sigue ahí, esperando a ser encontrada.
Simplemente, decidimos olvidar la belleza que se esconde en la verdad, esa eunoia que nos sumerge en un ambedo absoluto; olvidamos, que nacimos siendo maestros de la parresía y nos permitimos corromper por el mundo y sus mentiras.
Amar la verdad es el arte de defender lo que es real, sin importar su crudeza, porque más vale una cruel verdad que una dulce mentira.
Pero aunque la despreciamos, ella nos perdona y permanecerá paciente aguardando nuestro regreso, porque la ignominia que le tengamos resulta insignificante para ella.
A la verdad no le importa el amor efímero que le tengamos, tan sólo se concentra en que el suyo hacia nosotros sea eterno.
Amemos la verdad, hagamos uso de ella correctamente y no nos dejemos aturdir jamás por esta tierra barahúnda, porque la verdadera paz está en la verdad y, claramente, en sus consecuencias.
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Editado: 08.05.2025