La cara oculta de la Luna

Madrugadas de insomnio

Otra madrugada, despierto, acostado en brazos de la nostalgia, viendo los minutos pasar, el día pasar, las semanas, los años y así sucesivamente.

Vuelvo a confiar en que ya no hay más que hacer que intentar dejar de recordar y huir otra vez del eterno suplicio, ese martirio que agobia mi pensar y desviste mi alma ante la soledad absoluta.

Quizás se deba a todos esos fracasos que marcaron mi vida, a esa infancia perdida y totalmente arruinada, quizás, también, a esa adolescencia desvivida y aislada.

Puede que sea resultado de unos padres descuidados, desatentos e injustos, de haber sido rechazado innumerables veces por mi propia familia o de no haber conocido nunca el calor de un abrazo sincero. Puede que se deba a aquellos amores fracasados, esas ilusiones, las mentiras y los corazones rotos. Puede ser, también, por esas falsas amistades que acabaron por evaporarse, por el hallarme solo ahora a sabiendas de que no vendrá nadie a rescatarme, por encontrarme a solas conmigo mismo y aún así, rechazarme.

He oído a personas decirme que exagero, que estoy loco, que soy arrogante e ingenuo, un ser despreciable que no disfruta de lo que tiene. Pero me limito a ser un eccedentesiasta para evitar brindar respuestas a esos comentarios absurdos que no las tienen.

Fui convencido muchas veces de que todo esto es mi culpa, y así también, muchas veces lo he creído. Quizás no fui nunca capaz de aceptarme, de quererme o por lo menos brindarme afecto, por más mínimo que sea.

Pero sólo hay una cosa de lo que estoy seguro, una idea a la que no he podido renunciar. Y es que, el dolor solamente termina cuando a la vida decides renunciar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.