La cara oculta de la Luna

Caída libre

Arrastrado por la gravedad, vi mi cuerpo descender veloz nuevamente hacia el vacío. Las lágrimas, flotaban perfectas entre gotas de sangre, quizás más de las últimas que las vertidas de las cuencas de mis ojos.

Mis manos temblaban, mi piel palidecida hacía que mis venas se notaran aún más, mis cabellos danzaban contra su voluntad y mi respiración se volvió cada vez más dolorosa.

Reaccionar correctamente nunca me fue sencillo, tan sólo cerré mis ojos y borré de mi mente cualquier idea que por allí pasase. Permití que las lágrimas fluyesen y no me preocupé por limpiar la sangre de mis manos. Y así, entre el vaivén de pensamientos inexistentes, dejé que el silencio tomara el control, otra vez.

Por ello, la imagen perdida de una cima casi alcanzada se presentó ante mí, luego, la caída. Fue la confianza quien me limitó a seguir subiendo, sin notar con exactitud cada peldaño que subía y así, resbalé, a tan pocos pasos de la salida.

El tiempo parecía detenerse, pero logré reconocer en él sus tres últimos segundos.

Tres, por cada batalla librada que finalizó en derrota.

Dos, por el dolor de haberlo perdido todo, sin siquiera haber tenido nada.

Uno, por esa paz que jamás hallé y por todas esas noches en que mi alma me lo recordaba.

El impacto esperado, ocurrió. Aunque el haber caído tantas otras veces hiciese que en ésta el dolor disminuyera; por la simple adaptación involuntaria a las desdichas.

Y aquí me encuentro ahora, luchando entre dos ideas; volver a intentarlo o rendirme finalmente.




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