Que extraña es esa sensación que nos puede llegar a veces en los momentos más inoportunos, esos domingos nostálgicos en los que nos cuesta tanto levantarnos de la cama, salir al mundo, abrir una ventana.
No es tristeza, no es angustia, no es dolor, ni agonía. Es ese simple y maldito vacío que nos atormenta.
Sabes perfectamente que no estás bien, pero pese a todo, no llegas a sentirte mal. Te ves ansioso, tus manos tiemblan, pero tu mente está tranquila, vacía, en blanco.
No sientes, no piensas, no deseas, solo… existes. El día pasa, otra vez ya son las doce y sigues ahí, tumbado, intentando buscar una salida de esa prisión mental a la cuál te sometes, pero se hace difícil cuando en realidad sigues siendo libre. No puedes escapar de la libertad que te encadena; tan solo es otra insensata paradoja de la libertad ajena.
Generas dudas que no tienen respuestas, buscas soluciones a problemas que no existen, buscas paz, dónde sólo hay vacío.
No hay nada más que encontrar, al final, entiendes que a veces solo se trata de eso, de existir. Es… el terrible arte de sobrevivir.
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Editado: 08.05.2025