La cárcel de los rebeldes

DOS

Lo primero que vi al entrar a la sala que se me mencionó minutos antes, fueron el conjunto de bloques de colores desperdigados por el suelo; al cabo de un tiempo de intentar descifrar si la forma en que estaban colocados significaba algo, me di cuenta de que no tenían orden alguno.

Avancé a paso inseguro hasta la silla de cuero gris que reposaba junto a un escritorio de madera oscura; junto a los juguetes, eran las cosas más coloridas de la habitación. Indeciso de si debía sentarme o no, me apoyé en el espaldar de la silla giratoria todavía de pie, a la espera de que algo —interesante— sucediera. Movía muy poco el asiento, como si temiera que al hacerlo estuviera obrando mal.

Cuando alcé la mirada me topé con un reloj de esos viejitos cuyos engranajes sonaban desde adentro debido a tantos años de uso; Sara decía que esos eran de mucho antes del Apocalipsis Viral, y que era un milagro que todavía fueran funcionales. El típico tic, tac era lo que llenaba la estancia junto a mi pesada respiración.

Pasaba el tiempo, mucho para mi gusto, y comencé a inquietarme; además, no se percibía nada del exterior, por lo que era probable que ellos tampoco supieran nada de mí.

¿Y si había fallado nada más empezar?

Me revolví en el lugar con cierto nerviosismo. Una pierna frotaba a la otra en un gesto incómodo, gracias a la media hora que el reloj mostraba que había pasado. Di otro vistazo a la sala al aventurarme a detallarla más, intentando tener cuidado de no poner los bloques o cualquier otra cosa fuera de lugar.

Al girar un poco el rostro me topé con un cuervo muerto que yacía con el estómago abierto, revelando así todas sus tripas al aire sobre el elegante escritorio.

No pude evitar gritar de horror y asco; no obstante, me dio algo de pesar y culpa por el estado del pobre animalito.

Con rapidez tomé uno de los bloques, haciendo caso omiso a mi anterior renuencia a tocarlos siquiera, y lo aventé hacia el animal para probar qué tan vivo estaba en realidad; el pájaro negro cayó con un sonido pesado al suelo, y respiré aliviado, pues no había nada por qué temer.

O eso creí hasta que la voz de una señora de aproximadamente cuarenta y tantos años de edad habló tras de mí.

—Jöel Dakken, ¿verdad? —preguntó con una plástica sonrisa en el rostro estirado por las cirugías que de seguro tenía.

Medité si era bueno o no decirle mi nombre. Después de todo, vestía demasiado elegante como para ser miembro de alguno de los grupos clandestino que a veces merodeaban por las zonas de alta clase de Raesya, Mörr incluida.

Al notar mi duda ante ella, enarcó ambas cejas mientras estiraba la falsa mueca. Aguanté torcer la boca de horror al ver cómo su piel se contraía de una forma extraña, como si fuera látex viejo, listo para desechar.

—Eh… sí, soy yo —dije finalmente.

—Perfecto, perfecto —contestó distraída; estaba leyendo algo que me parecía familiar. Al acercarme un poco para ver de qué trataba, descubrí que llevaba el informe que había entregado a la señora de la entrada, y que parecía no gustarle lo que estaba escrito ahí ya que arrugaba la cara cada pocos segundos al ojearlo—. Bueno, no tan perfecto, en verdad —finalizó al torcer la boca hacia un lado. Me relamí los labios con nervios de lo mal que pudiera resultar mi futuro—. Esto está mal, muy mal —me miró sobre las gafas—. ¿Seguro que lo escribiste tú?

—¿Por qué? Lo redacté por mi propia cuenta; mi hermana Sara estuvo ahí para asegurarse de que no iba a estropear mi informe con fallas de ortografía.

—Y la chica esa hizo bien, porque esto está pésimo, ¡horripilante!, pero sin una falla. Habría sido una buena editora… si fueran otros tiempos, ¿comprendes? Hoy en día su oficio se ha extinguido porque no les necesitamos; las máquinas hacen todo el trabajo pesado. Y el liviano, ¿no son geniales estos aparatos? —señaló el celular inteligente que guardaba en su bolsillo. Espero que la hermana tuya haya quedado en una buena profesión, así sacamos esta nación adelante, y evitaremos algo como… Como eso que ya sabes que no tuviste que vivir —añadió con voz estirada.

—Por favor, no hable de mi familia; ya tengo suficiente con que todo el mundo me reproche por ser un Dakken que no ha hecho nada con su vida juvenil. De verdad, lo que dice ahí —señalé el informe— es cierto; desde la primera hasta la última línea.

Simulé una sonrisa para ocultar el temblor que se apoderaba se las comisuras de mis labios, y cuando creía que la mujer iba a devolverme el gesto me sentí como si acabara de pasar el examen de aptitud.

Sin embargo, solo se rio segundos después, en una seca y única carcajada llena de veneno.

—Patético —movió la cabeza a los lados con lentitud; mientras la siniestra mirada que tenía clavada sobre mí se hacía más fuerte—. Qué vergüenza debería darle, señor… ¿Jöel? ¿Cómo demonios se dice esto? —se burló de camino a la silla que estaba al otro lado de escritorio; al andar meneaba las caderas de forma artificial. Pensé que era para hacerle juego a su papel—. Qué muchacho tan, tan raro. En serio.

Rodé los ojos, lleno de odio a mí mismo por permitir que el rostro se me enrojeciera por sus palabras. Debía darme una bofetada mental.

—Se pronuncia «Yual», así como el del héroe que luchó en la guerra de nuestros antepasados.



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En el texto hay: futuro postapocaltpico, distopia, lgbt

Editado: 13.05.2023

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