La cárcel de los rebeldes

SEIS

Fuego y agua.

Fuego y agua a todos lados a los que intentaba ver. Si giraba a la derecha, no había nada más que eso; si lo hacía a la izquierda, una llanura inundada me recibía con los brazos abiertos con el panorama de Lorên incendiada por detrás. Me sentía acorralado por inmensas columnas de fuego que se extendían más allá de lo que el hombre había intentado alcanzar y dominar; el cielo.

Allá sí vivían en paz, no como en aquella ciudad devastada por una guerra que nunca acabó y que con el paso del tiempo y el hambre solo se hacía peor.

Y yo me encontraba ahí, a las puertas de su interior.

—¿Seguro que estamos en el lugar correcto?

Las manos de Linn’a colgadas al cuello de mi traje halaron hacia sí, llevándome con ella gracias al impulso que empezaba a ahorcarme. Entorné los ojos y alcé la mirada una vez más —y la última en mucho tiempo— al manto celeste que me cubría. Lo único que todavía era real en su totalidad.

Tomé sus manos con las mías y las aparté, incómodo de su inesperada cercanía. A pesar de que era bella, no toleraba que se me pegara demasiado al cuerpo porque me hacía sentir observado por el resto del equipo y si quería pretender ser un buen líder para ellos, era imprescindible que tomara respeto por su parte. Si ella osaba a manosearme, nunca lo lograría: solo les produciría risa y quizá una extraña mezcla de lástima con irrelevancia que probablemente me condenaría.

Miré el reloj de muñeca que tenía en el antebrazo izquierdo y fruncí el ceño y cejas hasta casi unirlas; no podía creer que esa fuera la hora. Ya casi se acababa la mañana y dentro de poco no tendríamos más opción que movernos en pos del fuego aún creciente.

Dentro de un tiempo, este también se apagaría y quedaríamos a merced de los terroristas que vagaban todavía por las casas destruidas y el único centro comunitario, hurgando entre basuras y alacenas para ver qué podían llevarse como nuevas pertenencias.

Pero claro, pero solo especulaba.

Giré hacia Linn’a Abamïa y relajé el semblante mientras me obligaba en silencio a que tampoco debían verme como un mal tipo… Como alguien por temer, o algo parecido.

—Si de repente nos mandan a una misión real de rescate por un aviso que dieron internacionalmente… Y ves que a lo lejos una ciudad está en llamas, que los edificios están caídos y en general, nos vamos a encontrar con medio centenar de cadáveres apenas pisemos Lorên… —me crucé de brazos e inhalé bastante aire—, ¿crees que cabe la posibilidad de que estemos donde deberíamos estar?

Me observó unos segundos antes de entrecerrar los ojos y dejar salir una pequeña risa que reprimió de inmediato.

—Pues sí, ¿no? Es como lo obvio.

—Perfecto —rio alguien a nuestras espaldas con tono divertido, pero sin gracia a la vez. Al verlo, noté que el chico portaba unas gafas cuadradas unidas con cinta en la mitad de estas; clavó los ojos cafés tras el vidrio y sonrió—, ricitos de oro. Ahí has encontrado tu respuesta.

Linn’a me soltó de inmediato, y solo lo supe porque lo hizo con violencia; no me percaté de cuando volvió a cogerme. Revisé el reloj una vez más y noté con cierta sorpresa que no solo daba la hora, sino que también proyectaba mensajes si se oprimía un botoncito oculto en el lateral derecho. Hice  presión en aquel lugar y avisé con rapidez al resto del grupo para que se sentara sobre una pila de rocas sueltas para oír el itinerario que teníamos programado.

—Muy bien —comencé a recitar—. Al parecer hay un pequeño cardumen insurgente en las afueras de Lorên, a una media hora de camino si se va a pie sin detenerse. Vamos a estar en campo expuesto y debemos controlarlos sin hacer uso innecesario de las armas…

Por más que aparentaba estar bien y seguro de lo que decía, algunas cosas eran más fáciles al momento de comentarlas que de ponerlas en práctica.

Estaba muerto de miedo.

»Supongamos que todo va a salir bien, ¿sí? No suena tan mal en realidad.

—Es porque no conoces acá —dijo el mismo chico de los lentes y cabello castaño con un acento Lorênse bien marcado. Chasqueé la lengua y me recosté aún más sobre el césped achicharrado por las chispas de fuego que alcanzaron la zona tras las explosiones.

—Entonces dinos qué tan difícil va a ser o lo que se te ocurra para apoyar la misión —me incliné hacia él—, porque como dijo la Sra. Mariella, todavía seguimos en el examen. ¿Y qué sucede si no actuamos a tiempo? Perderemos.

A pesar de que no lo había dicho en voz alta, tenía la certeza de que ocultó bajo sus palabras, el verdadero destino de aquel que reprobrara el examen: la muerte.

El otro puso ambas manos a la altura del pecho con las palmas apuntando hacia mí en un gesto que me indicaba que no buscaba pelear. Apoyé la frente entre los dedos índice y pulgar de la mano derecha y solté el aire guardado.

Desde abajo, con una luz rojiza, el reloj indicaba que teníamos menos de tres horas para completar el trabajo y estar de vuelta a la base en la que se nos dejó al llegar al límite de la región.

Tras media hora de camino, las principales Torres de Comando de Lorên se lograban distinguir a detalle. La escena se asemejaba a la de un gigantesco ser que había decidido arrancar enormes trozos de piedra y metal de las edificaciones para tirarlos contra otros iguales.



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En el texto hay: futuro postapocaltpico, distopia, lgbt

Editado: 13.05.2023

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