La Cárcel no es El Marginal I

Capítulo 5: La violencia: entre mitos y realidades.

Cuando alguien piensa en la cárcel, lo primero que le viene a la mente es violencia. Peleas, asesinatos, apuñalamientos en los pasillos, guardias golpeando presos, presos atacando guardias. La imagen de un infierno sin control, donde solo sobrevive el más fuerte.

Los medios de comunicación lo refuerzan con titulares sensacionalistas, con imágenes de motines, con historias de internos descuartizados. Las películas hacen su parte, mostrando cárceles donde la vida no vale nada, donde los internos se matan entre sí por un cigarro o un malentendido.

Pero la verdad es más compleja. Sí, la violencia existe. Nadie va a negar eso. Hay peleas, hay muertes, hay ajustes de cuentas. Pero no es el caos descontrolado que muchos creen. En la cárcel, la violencia tiene reglas. Y cuando esas reglas se rompen, las consecuencias son inevitables.

La verdadera cara de la violencia carcelaria:

La violencia en la cárcel no es gratuita. No es como en las películas, donde un preso ataca a otro porque simplemente tuvo un mal día. Aquí adentro, cada golpe tiene un motivo, cada enfrentamiento tiene una historia detrás.

Existen tres tipos de violencia en la prisión:

1.La violencia por poder: Es la que surge entre grupos organizados. En las cárceles donde hay presencia de bandas, siempre hay luchas por territorio, por el control de la droga, por el manejo de la cantina o por la protección de los pabellones. Estas peleas no son impulsivas, son estratégicas. Se piensan, se planean y se ejecutan cuando conviene.

2 . La violencia por respeto: Aquí dentro, la imagen lo es todo. No se puede permitir que alguien te falte el respeto y salir impune. Si alguien te roba, si te insulta delante de otros, si te desafía y no reaccionas, quedas marcado. No es una cuestión de orgullo, es una cuestión de supervivencia. Porque si hoy dejas que te falten el respeto, mañana cualquiera puede hacerlo. Y eso, en la cárcel, es una sentencia de muerte lenta.

3. La violencia por desesperación: Este es el tipo de violencia más impredecible. Es la que nace del encierro, del hartazgo, de la impotencia. Un preso que lleva meses o años acumulando rabia, que explota por cualquier motivo. Puede ser contra un compañero de celda, contra un guardia, contra sí mismo. Esta es la violencia más peligrosa, porque no sigue reglas, no se puede predecir ni controlar.

Lo que no se cuenta sobre la cárcel es que muchas veces, la violencia no es el problema. Es la solución. Es la forma en que se resuelven los conflictos, en que se establece el orden. Es un lenguaje. Un lenguaje brutal, pero claro.

Cómo y por qué se mata dentro de la cárcel:

La muerte en prisión no siempre es ruidosa. No siempre es un motín con sangre en las paredes y cuerpos tirados en los pasillos.

A veces, la muerte llega en silencio. Un preso que desaparece y nadie pregunta por él. Un interno que aparece colgado en su celda y la versión oficial dice que se suicidó. Un cuerpo con heridas en la ducha, donde no hay cámaras, donde los guardias tardan demasiado en llegar.

Otras veces, la muerte es un mensaje. Un interno apuñalado en el patio, a la vista de todos, para que quede claro que nadie traiciona a los suyos. Un ataque en el comedor, rápido, limpio, para mostrar que el poder no se discute.

Cada cárcel tiene su propio código, su propia forma de hacer justicia. Algunas son más violentas que otras, algunas tienen un equilibrio frágil que se mantiene hasta que alguien lo rompe. Pero en todas hay algo en común: cuando alguien debe morir, muere. Y cuando alguien se salva, no es por casualidad. Lo que no se cuenta sobre la cárcel es que la violencia no es solo física. Hay castigos peores que un golpe, peores que una puñalada. Hay presos que viven en terror constante, que saben que cualquier noche puede ser la última. Hay quienes no mueren de una sola vez, sino de a poco, cada día, con cada amenaza, con cada mirada.

El papel de los guardias: verdugos, cómplices o espectadores:

Los guardias no son ajenos a la violencia en la cárcel. Algunos la fomentan, otros la ignoran, unos pocos intentan frenarla.

Los hay de todo tipo. Están los que disfrutan el poder que tienen sobre los presos, los que humillan, los que golpean, los que usan su uniforme para sentirse superiores. También están los corruptos, los que hacen negocios con los internos, los que permiten el ingreso de drogas o armas a cambio de dinero. Y están los que simplemente hacen su trabajo, los que intentan mantener el orden sin involucrarse demasiado.

Pero lo que no se cuenta sobre la cárcel es que hay momentos en los que los guardias eligen no ver. Saben cuándo va a pasar algo, saben cuándo un preso está marcado, saben cuándo un ajuste de cuentas es inevitable. Y a veces, en lugar de intervenir, simplemente desaparecen del pasillo, dejan la puerta abierta, tardan demasiado en llegar.

Porque la violencia en la cárcel no siempre es descontrolada. A veces, es permitida. A veces, es necesaria para que el sistema siga funcionando.

La otra cara: cuando la violencia deja de ser la única opción:

A pesar de todo, no toda la cárcel es violencia. Existen sectores donde los internos eligen otra forma de convivencia. Hay pabellones donde se organizan actividades, donde la educación y el trabajo son más importantes que las peleas.

Hay presos que logran mantenerse al margen, que evitan los conflictos, que encuentran en la lectura, en la religión, en el arte o en el estudio una forma de resistir sin necesidad de usar los puños.

Pero estos casos rara vez salen en las noticias. Porque lo que vende es la sangre, lo que llama la atención es la guerra.

Lo que no se cuenta sobre la cárcel es que hay quienes salen de aquí sin haber levantado nunca un arma. Que hay quienes cumplen su condena sin lastimar a nadie, sin ser lastimados. Que hay quienes logran romper con la lógica del encierro y encuentran en sí mismos una razón para no dejarse consumir por la violencia.




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