La carrera del fin del mundo

Muchas ideas pocas manos

Lily frunció el ceño y se marchó despidiéndose de sus cómplices, Jhon y Martín también daban
por terminado el día, fueron al gran comedor, subieron un ascensor, al llegar al piso destino, un
gran vacío se sintió mientras se abría la puerta del elevador, la muchedumbre típica de esas
horas hacía ausencia esta vez, Jhon salió primero y divisó la gran mesa, ésta que en menudas
horas permanecía atestada del gentío, estaba ocupada por apenas unas diez o doce personas
incluyendo a ambos, Jhon por primera vez sintió sosiego a la hora de la merienda.

¿Dónde estarán todos? preguntó Martín con la boca llena.
—Algunos comen temprano, otros más tarde y la mayoría ya ni come—

Una voz envejecida se oyó del lado izquierdo a unos cuantos puestos donde Jhon y Martin
merendaban, era un anciano de unos setenta y más años, se le notaba canas en un poco de
cabello que aún conservaba, y su barba era tan blanca como un plato, en sus ojos se apreciaba
cataratas, y sus ojeras guindaban como bolsas, sus labios eran arrugas rojas, y su piel estaba
cubierta de manchas hepáticas, pequeños lunares, manchas cafés, sus manos temblaron
cuando llevaba un bocado de comida a su boca, eran las diecisiete horas y cincuenta minutos,
y el señor de avanzada edad había elegido unas lentejas con arroz y carne de soya, luego aún
masticando la comida con su mandíbula, decidió seguir hablando.
—La gente está triste, sufre por estar varados aquí, la comida era para el viaje, se acabará, no
se sabe cuando pero se sabe que pronto—
Jhon tragó lo que masticaba y vio al anciano como si su padre le hablara, Martin vio su plato y
achicó sus ojos, por momentos olvidaba que estaban en una difícil situación, una nave de mil
quinientas personas debía ir a Marte, no sucedió y quedaron en la Tierra con comida quien
sabe hasta cuando.
Jhon asintió, y le preguntó el nombre al desconocido, él quiso hacerse el interesante.
—No importa quien soy, si no lo que hago, lo que hice, y lo que haré—
Martín dejó de triturar con los dientes, y sus ojos se dirigieron hacia el anciano, luego miró a
Jhon y este estaba con los ojos hacia la nada.
Jhon imaginó sus padres por un momento, luego también se enfocó en su plato de comida y lo
disfruto como si langosta fina probaran sus papilas, echo un vistazo al viejo, y este ya no

estaba, se había esfumado por completo cual fantasma, Martín se quejó con la boca llena y
llamó la atención de Ekans, apuntó con su pulgar indicando hacia atrás y Jhon volteó, el viejo
estaba sirviéndose una porción más, la vitrina donde se sirven los alimentos estaba siendo
confiscada por un hombre flaco, barbudo y canoso, era el anciano extraño de la gran mesa, al
fondo de la línea de alimentos en el suelo un hombre de contextura gruesa dormía, sus
cabellos se salían de la cofia, la malla que protegía que no cayera pelo alguno sobre los
alimentos, yacía dormido junto a él una radio grabadora del año dos mil, sonaba una melodía
de antaño, se escuchaba ligeramente suave a un volumen para quien preste atención sabría
que la canción era, "What a wonderful world de louis Armstrong" repitiendose una y otra vez.

Diecisiete de Abril del año dos mil cuarenta y uno, Martín Mora se había levantado de la cama,
aun soñoliento, cepillo sus dientes y fue a desayunar al gran comedor, todos estaban allí esta
vez, la gente parecía estar hambrienta, decidió por hojuelas de cereal deshidratado y se
pregunto como hacen la comida, había escuchado hace poco que las plantas se enfermaron
por todo el mundo las bacterias a las que los humanos estaban acostumbrados a interactuar y
apenas se enfermaban, para las plantas era el juicio final, el solo toque de sus hojas, ramas y
frutos por la mano del hombre provocaba su extinción, para evitarlo construyeron robots que se
encargaban de todo el sistema, desde el cultivo, la mantención y su cosecha, lo hacían dentro
de vitrinas, "in vitro" ningún humano podría entrar allí, los robots suministraban agua, fertilizante
generados por desechos humanos y esteroides para que produjeran mucho más que lo natural,
consecuencia la cebada sabia horrible, los frutos apestaban a cartón mojado, y el arroz parecía
plástico sin embargo todo este avance científico sólo representaba un diez por ciento de los
suministros, estos procesos se multiplicarian al llegar a Marte y un estaban en la Tierra.
Martin Mora se sentó y el gentío que susurraba y gritaba chismes, se enmudeció por un
momento, sus miradas se dirigían hacia Martín, la mayoría empezó a llamar su atención, el
mecánico sentía que sus oídos estallarían, no entendía nada, todos hablaban al mismo tiempo.
¡Silencio! gritó Martín.
Cerraron sus bocas y el silencio triunfó nuevamente, uno de ellos se alzó cual firme teniente y
pronunció un par de palabras.
¿Usted es Martin Mora, el mecánico?
—Si así es, respondió Martin que aún no daba ni un pequeño mordisco a su desayuno.
¿Es cierto que van a excursión fuera de la nave?
—Es correcto¿ por qué tanto alboroto?—
Escuchamos que ustedes encontraron misiles, y autos.
¿Eso es cierto?
—Si, yo los encontré, pero los autos no funcionan—
Todos agacharon las cabezas y algunos dejaron de prestar atención, ya no había importancia
en el resto de la historia que Martin iba a contar, se dirigió a su plato y siguió devorando su
comida.
¡Oye!
Una voz le llamó a unos dos puestos a su izquierda, Martín se asomo a la mesa, se inclinó
hasta que llego a distinguir ante los demás a quien interrumpió su deleite, era un tipo con piel

canela ya lo había visto antes un brasileño de unos treinta y cinco años, lucía el típico uniforme
de tropa, un conjunto de pantalón y camison azul, en su pecho figuraba el logo de la misión a
Marte, un planeta rojo y naves dirigiéndose hacia él como pie de página "In Mars we trust" su
cabeza estaba totalmente rapada, y la luz de las lámparas se reflejaba cual una bola de boliche
bien pulida, tenía un sutil bigote y en la barbilla indicios de una barba recién rasurada.




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