La carrera del fin del mundo

Martín versus Jhon

Todos regresan a la bodega de autos y acuerdan prepararlos en mejores condiciones.
¿Prepararlos para que? pregunta Lily Lane.
¿Qué tal tu y yo? Vociferó Martin mientras salía del Fiat, propuso competir sobre una pista de
arena en medio de una ciudad destruida, edificios colapsados, derrumbados sobre las calles y
estadios ocupados por misiles, Jhon le echó una mirada a Lily, y subió a su auto, se puso el
cinturón de seguridad, embrago y escucho el motor del Chevy, se escuchaba ronronear cual
felino, acomodó el retrovisor, y Martin se alineaba junto a él con su Fiat rojo.
Ambos sabían que deseaban competir, lo sabían desde el día que encontraron los autos,
estaban atrapados en la tierra, su viaje a Marte no se dio, pero el descubrimiento de los autos,
cambió la forma de pensar de este par de amigos, cuando fueron a buscar las llaves en las
oficinas aquella vez hace días atrás, tuvieron un conversación fuera de lo común, fantaseaban
y se preguntaban el uno al otro, y ¿ si los autos estan en condiciones para correr en la ciudad
de Río con pistas cubiertas de arena?
Jo Margaret Silva estaba reparando los frenos de su Camaro, Lily la observaba con desdén,
algo dentro de la canadiense culpaba a Margaret su desdicha con el Camaro, sin embargo se
replanteaba sobre los autos, no era su culpa, estuvieron años allí en la bodega, se aseguro que
Margaret no sería la culpable, solo fue una descarriada suerte del destino, tomar el turno y este
mostró la avería del auto.
Jhon Ekans y Martín Mora competían entre sí, los velocímetros de ambos marcaban los
noventa kilómetros y aumentando, un sonido escuchó Martin en su vehículo, desaceleró y
quedó atrás en la contienda, Jhon supo que algo andaba mal dio un giro y se acercó hacia
Martín.
El Fiat se detuvo, luego encendido nuevamente se movía como gelatina a medio cuajar, ambos
volvían, los autos no estaban listos, necesitaban más reparaciones.
¿Qué sucede? preguntó Margaret, se acercó a Jhon moviendo sus enormes caderas, Ekans y
Martín escudriñaban dentro del capó del Fiat.
—Necesitaremos más tiempo en estos autos—
Suplicó Martín
Lily a solo unos metros atendía la conversación, ella se acercó y Margaret la observo hizo una
tenue mueca con sus gruesos labios y se marchó, Lily se la topó, sin siquiera ver, paso como
un enorme ferrocarril sin frenos, Lily se extraño pensó por un momento si había hecho algo que
enoja a la gran brasileña Jo Margaret Silva.
¿Qué sucede? Preguntó Lily dirigiéndose a Jhon. El italiano pero solo de nacimiento, con las
manos llenas de grasa, se acomodo las gafas, observó a su alrededor, un montón de hombres
y mujeres vestidos de azul, el uniforme de tropa de la nave, unos autos en una avenida
maquillada con una ligera capa de arena, que se acumulaba en partes, y se dispersaba en
otras, luego se dirigió a Lily, Martin parecía ser parte de la conversación.
—Quieren competir— susurró Jhon.
—De lo que hablas estos autos no sirven, contestó Lily.

Cuando Margaret se acercó a Jhon y Martin fue para ofrecerles un reto y una competencia,
después de todo qué más podría hacer con estos autos, la mecánica indicó que los demás en
la bodega quedaron que restauraran los autos y luego competirán entre ellos Margaret se unió
al reto, y aseguró que Jhon y Martin también estarían dentro de los planes. Ambos aceptaron,
no había límite de tiempo para repararlos para la carrera, sin embargo necesitaban que la
mayoría estén listos, entonces los demás quedarían fuera, asi que deberian darse prisa.

¡Funcionarán! Soltó el joven Ekans luego Martín se unió como si defendiera de un ataque a su
amigo.
—Los haremos funcionar—
Esteban Soler toco la puerta de la cabina de mando del capitán, la puerta se abrió deslizándose
a través de las paredes, Soler entró con pisadas fuertes, dentro observó, cuatro asientos y en
el espaldar de cada silla el apellido de una persona "Cooper" luego en la siguiente figuraba el
nombre de "Dos santos" al frente de estas dos habían dos sillas más en una de estas "
"Donoso" junto otra con el nombre de "Sousa" el general Rodrigo Sousa ex combatiente, Soler
ya lo conocía era un anciano de unos cincuenta y ocho años de edad, durante el accidente
estaba fuera de la cabina, a veces solo se aislaba de todo y divulgaba frases e historias a los
comensales en la gran mesa, se hacía el interesante, portaba el mismo uniforme que los
demás, no le gustaba el traje de autoridad, se decía asimismo que no tenía gracia, ya que no
están en el espacio, no hay fortuna, no hay viaje, no hay un general.
Soler se acercó a la quinta silla la del capitán hasta al frente, en la consola de mando, palancas
y cientos de botones, de frente un cristal enorme oscurecido de fábrica, dejaba entrar la
suficiente luz para iluminar la cabina por dentro, sin que fuera necesidad colocarse las gafas,
desde este punto se divisaba la gran ciudad de Río, cientos de edificios algunos de estos
derrumbados sobre otros, calles enormes revestidas por un manto de arena color crema, un
cielo resplandeciente naranja, y ese naranja nuboso, ni una sola ave y un escaso verde natural,
ni un solo arbusto, ni árboles, ni plantas, la silla del capitán no tenía nombre, pero se apreciaba
que era mucho más cómoda que las demás.
Soler se preguntó en su mente el porqué la silla del capitán no tenía nombre, y así fue.
¡Capitán!
¿Por qué su silla no tiene nombre?
"Cualquiera puede ser capitán, pero no cualquiera un buen capitán"
Con eso concluyó Hudson dio media vuelta a su silla y se puso de pie, ahora estaba frente a
Esteban Soler, aquel supervisor que no intentaba simpatizar, su mirada era acusadora como si
supiera todos los secretos del capitán o luchará por averiguarlos.
—Estoy esperando su historia capitán Hudson—
—Si no no podré ayudarlo a encontrar a Dos santos—
Kirt Hudson planteaba la verdad sobre lo que ocurrió el día del desastre.
Recordaba en su mente cada detalle y lo compartía con Soler.
—El día del accidente...




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