La carrera del fin del mundo

Jo ama a Jhon

Martin examinaba minuciosamente un Fiat rojo y Lily Lane intentaba ser de ayuda, los autos,
una docena de estos, permanecían fuera de la bodega en toda la avenida, el dia estaba
nublado pero lo suficiente para que un extraño resplandor naranja iluminará a estos fanáticos
de las carreras, eran las quince horas y veintidós minutos, Jhon regresaba de dar una vuelta de
prueba en su flamante y recién restaurado Paradise. Al llegar el joven Ekans se vio por el
retrovisor y por un instante en su mente, recordaba la competencia donde estaba a punto de
cruzar la meta. Decidió volver a la realidad y siguió conduciendo por la avenida y se dirigió al
interior de la gran bodega.
Martin estaba con su Fiat mas que emocionado revisaba que todo esté en perfectas
condiciones, su cabeza se dirigió al interior del capó luego parecía que no hacía falta nada,
cerró el auto y de pronto una disque castaña vestida de uniforme azul, en el asiento del piloto,
era Lily Lane, en el volante como si de un niño travieso se tratara, movía el retrovisor y los
asientos inclinaba, Martin se fijó que Jhon había regresado y Lily no fue tras él, creía que lo
haría, le resultó extraño. Martín se limpió las manos llenas de grasa en una franela, luego se
acomodó las gafas y camino hacia la puerta del copiloto del Fiat, la abrió y se sentó junto a Lily.
—¿Todo bien con Jhon?—cuestionó el mecánico.
—Si todo va sobre ruedas—, contestó Lily, observando el lugar, intentando un buen
chascarrillo.
—¿Ya es oficial?— Indagó Martin que preguntaba todo lo que se le venía a la mente. A un auto
más atrás a escondidas Jo Margaret Silva oía la conversación de estos dos individuos, lo que
sea que escucho Margaret la hizo feliz, pues en su rostro sus grandes labios dieron paso a
mostrar una sonrisa malévola, se deslizó sigilosamente entre los autos sin que Martin y Lily la
vieran, y se dirigió a la bodega de autos, donde Jhon Ekans apenas arribava.
Esteban Soler junto a un escuadrón de unos treinta hombres vestidos de azul, en medio de la
ciudad de Río, Brasil, buscaban por todas partes a Dos Santos, del escuadrón la mayoría
jóvenes, destacaba la presencia de un anciano que siendo insistente, se unio a la busqueda,
Rodrigo Sousa exgeneral ya estaba un poco senil aun mas en estas condiciones, atrapados en
un planeta Tierra con extrema polucion, una nave que no servia para viajar, y la esperanza para
que la nave vuelva a funcionar yacia en coma sobre una cama, sin poder moverse.

Habían pasado semanas buscando dentro de la nave y fuera en la ciudad, ahora se
encontraban en la Iglesia de la Candelaria, inaugurada en mil ochocientos once, derrumbes a
su derecha y a la izquierda de la plaza del Papa X, por todas partes, sin embargo parecía
intacta al menos superficialmente, ocupaba un área de unos cincuenta metros por veinte de
ancho, su aspecto era una arquitectura barroca renacentista, un par de pisos y sobre estos dos
torres campanarias, apuntando el cielo.
Por mandato de Soler líder del escuadrón, habían rodeado la plaza en búsqueda de Dos
santos, otros escuadrones registraban los edificios alrededor de la nave, al no encontrar ni un
indicio de Dos santos, Soler y Sousa decidieron volver, y empezarían una nueva búsqueda con
distinta dirección un siguiente día, sin embargo Soler estaba perdiendo la paciencia, se
formulaba un plan en su mente, pedir a los demás Supervisores un apoyo y presionar a Kirt
Hudson para que diga realmente que ocurrió el nefasto día en que la nave fallo y porque sus
segundos oficiales, uno de ellos fallecido, y otro desaparecido. Sousa también pensaba algo
similar arrepentido totalmente el dia en que le gruñeron las tripas el día del accidente, si el no
hubiera ido por comida aquel día, tal vez tuviera un poco más claras las cosas, sin embargo
todo era una esfinge para él, y el capitán Hudson se negaba a decirle los sucesos durante su
ausencia en el puesto de mando, a menos que encontraran con Soler a Dos santos.
—Un esfuerzo inútil— mencionó Soler, pateando una piedra con sus botas con punta de metal,
eran las dieciséis horas, alrededor de su cuello guindaba un silbato en una fina cuerda, se llevó
el silbato a la boca y sopló tan fuerte como pudo, uso el silbato para que los del escuadrón que
buscaban cerca de los edificios escucharán y esto ya estaba planeado, ya sabían que al oír el
silbato era hora de marcharse.
Con rostros decepcionados, regresaban por la avenida Presidencial Vargas parecía una pista
de carreras muy extensa con unas cuantas curvas y uno que otro edificio desplomado sobre
esta, que interrumpía el paso.
Margaret entró a la bodega de autos, volteo y se seguro que nadie la viera adentrarse
sospechosamente cuando Jhon tambien estaba en este lugar, caminó moviendo sus enormes
caderas de un lado al otro, sus posaderas tenían el mismo ritmo, se acercó al Paradise, y Jhon
se sorprendió.
—¿Margaret? Cuestionó Jhon, mientras analizaba la silueta de la enorme mujer que tenían
enfrente, la mulata con un movimiento sensual de sus manos, se despojó de sus gafas de
protección solar, pues permanecían dentro de la bodega no era imprescindible para Margaret,
después las dejó sobre el capó del auto, y acorralaba a Jhon acercándose lentamente como un
tigre acec
hando y acosando su futura presa.
—¿Escuché que tu y la pálida muchacha aún no son algo?—
La pregunta de Margaret fue como un baño de agua fría sin embargo destrozo en silencio
incomodo que inundaba la bodega, sus senos aunque no visible por el traje de tropa que cubría
todo el cuerpo, eran muy pronunciados, Jhon intentaba solo enfocarse en sus palabras,
mientras Jo Margaret Silva le provocaba claustrofobia cada vez que se aproximaba centímetro
a centímetro.
—Es cierto, pero...




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.