La carrera del fin del mundo

Sucesos parte 2

Sucesos parte 2
No encontró ningún imperecible, el supervisor decidió regresar a las escaleras del centro
comercial y volver a la nave, cuando se encontraba al pie de aquellas escaleras eléctricas,
volvió a observar el Jeep y se preguntó ¿ cómo llegó a esa posición?, Soler estiró el pescuezo
y vio un enorme agujero en el techo, el auto debió caer desde un avión en combate, pensó.
Esta vez sintió un poco más inestable su descenso, procedió con cautela. Salió del centro
comercial, se introdujo en el auto y arrancó en dirección a la nave, recorría el muelle de la
bahía, abrió las ventanas, y apreció la brisa del mar, en la playa algo le pareció extraño y llamó
su atención, Esteban Soler paró el auto, sus expectativas eran muy bajas casi podría jurar, y
esperaba que solo fuera un cúmulo de esqueletos de peces muertos, cuando puso sus pies en
el muelle fuera del auto creyó que solo era una ilusión, un espejismo lo que vio ante sus ojos,
se retiró las gafas protectoras, sin abrir sus ojos los froto un poco, y volvió su mirada a la
materia extraña frente a él, en la playa junto al muelle a lado de un millar de esqueletos de
peces, un cadáver yacía tendido, sus pies apuntaban al oriente, su ropa estaba quemada; pero
lo que le restaba era suficiente para identificar que portaba el uniforme de oficial de mando de
la nave, similar al del capitán, parecía acostado boca arriba, descansando, sus brazos estaban
abiertos en dirección contraria de sus pies, Esteban Soler recorría con la mirada a los restos
mortales, se horrorizó cuando vio los detalles en el rostro del difunto, la cara de aquella
persona estaba chamuscada, se apreciaba la mandíbula abierta, la dentadura había
desaparecido, unos cuantos dientes sobrevivido, y las mejillas agujereadas mostraban el
cráneo, el cabello ausente dejaba a plena vista la cabeza rota en dos mitades, dentro de esta
cavidad un objeto negruzco se asomaba, lo que un dia fue el cerebro, parecía carbón, el
supervisor apartó la vista, asqueado de lo que tenía al frente, con la mirada a otra dirección del
cuerpo, buscaba un indicio más notable para por fin identificarlo, recorrió su pecho con sus ojos
y se detuvo en la extremidad superior derecha, su mano había desaparecido, reemplazada por
una prótesis plateada y esquelética, igual a la mano de un androide, como un juego de ping
pong comparaba con la mirada el otro brazo y observó que la mano izquierda la mantenia.
—¿Dos Santos?— Exclamó el supervisor. No podía creerlo dio un paso atrás y levantó la
cabeza, vio en dirección al este y dijo.
¡La tormenta! y en su mente imaginaba cómo pudo llegar hasta ese lugar. Por conjetura se le
materializó todo un escenario en su cabeza, y no se equivocaba.
Luego del accidente, cuando regresaba Sousa después de saciar su apetito, como le había
contado, Dos Santos salió de la cabina, estaba traumado, una especie de paranoia invadía su
sistema nervioso, se dirigió a los elevadores llegando hasta el primer piso, donde bajó las
escaleras, y salió de la nave, la paranoia le bloqueaba pensar con claridad, su cerebro no
funcionaba bien, y mientras los demás en la nave lidiaban con el accidente, una nave estrellada
con edificios, Dos Santos había huido, una especie de demencia lo había impulsado a
abandonar la nave, recorrió kilómetros durante todo el dia llegando hasta el muelle, bajo y se
adentro a la playa, casi agotado avanzaba lentamente, de pronto se detuvo, un fuerte viento
desde el este lo mantenía a raya, luego en el rostro sintió pequeños granos de arena, como si
alguien se los lanzara encima, era una tormenta de arena, después de un par de minutos
parecía que Dos Santos volvió en sí, se preguntó ¿dónde estaba? Pero ya era tarde, un
monstruo de arena amenazaba con devorarlo, la tormenta de arena lo lanzó hacia atrás los

metros de la playa que había avanzado, quebrandole los huesos de las extremidades
inferiores, Dos Santos no podía caminar, no pudo huir y resguardarse de la tempestad, yacía
en el suelo junto a cientos tal vez miles o más esqueletos de pescado, el dolor era insoportable;
pero un instinto de supervivencia lo obligaba a seguir a rastras, la tormenta había pasado y
suspiro creyendo que era todo. Un viento aun mas fuerte y cálido le soplaba el cuello, sus ojos
estaban bien cerrados, su cara, y su ropaje estaban cubiertos de arena, no presenció la
segunda tormenta que se le encimaba, una tempestad aun mas fuerte, electrificada y con
temperaturas aún más altas, doscientos tal vez trescientos grados celsius, cuando lo alcanzó,
su cuerpo fue lanzado por el aire, mientras caía lo quemaba vivo, gritaba con la fuerza que le
quedaba; pero el rugido de la arena desplazándose enmudeció sus gritos, Dos santos quedó
tendido en la playa horizontalmente con los brazos abiertos en dirección al occidente, había
muerto, allí quedó chamuscado durante tres meses hasta que Esteban Soler lo halló.
Soler regresó al Camaro, dio un último vistazo desde el muelle y se alejó del lugar, trago un
poco de saliva y aceleró, aún se preguntaba ¿qué era lo que había sucedido en la cabina del
capitán?, aquel día del accidente de la nave, debía ser una discusión tan fuerte que el Doctor
Cooper quedó en coma, la oficial Donoso decidió acabar con su vida, y Dos Santos el co
capitán a cargo, huyó del sitio y se adentro a la ciudad, siendo víctima y presa de las tormentas
de arena que azota a Río todos los días, pensó.
Eran cuarto para medio día y Soler llegaba a la avenida que quedaba al pie de la bodega de
autos, el Camaro apenas y llegaba, el combustible se había agotado a unos cuantos metros. Jo
Margaret Silva esperaba impaciente su auto.
Soler siguió a pie, sin siquiera importarle el auto, Margaret lo rebasó y corría a por su Camaro,
lo ignoró por completo cuando se lo topó, Soler tampoco le importó su presencia ni su andar.
Llegando a la bodega casi titubeante se dirigió a los presentes...
—¡Lo encontré! Encontré a Dos Santos, más bien a su cuerpo—
Todos quedaron perplejos, se miraron los unos a los otros. Solo Rodrigo sabía de qué estaba
hablando el supervisor, Sousa de inmediato preguntó.
—¿Donde ?—
Soler levantó la mano izquierda y apuntó al este, respondiendo.
—En el muelle a unos kilómetros antes del centro comercial en la bahía.—
—¡Debemos comunicarle al capitán!— Exclamó Rodrigo y puso en marcha sus longevas
piernas.
—Lo siento, deben dejar estos autos— propuso Soler dirigiéndose a Jhon.
—No lo haremos— respondió el joven Ekans.
—Que no han escuchado se avecinan terribles desastres naturales— Un pequeño debate
germinaba dentro de la bodega de autos, Rodrigo Sousa se detuvo y dio media vuelta soltando
su moción...
—Lo siento muchachos si siguen aqui estaran en peligro—
—¿Cuándo sucederá eso?— preguntó Jhon.
Acaso importa— respondió el supervisor— Había tensión en el aire como si la atmósfera
estuviera electrificada de alguna manera, todos tenían caras de pocos amigos.
—Han utilizado,¡no! malgastado recursos de la nave, y sin siquiera usaron los autos para




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