La carretera

1

La maestra no para de decir cosas que ya todos sabemos, repitiendo una y otra vez las tareas y proyectos de la semana y los próximos eventos dentro de la universidad.

Le doy vueltas a mi bolígrafo, el sueño amenaza con salir pero, me recuerdo que solo hace falta unos minutos para que acabe esta tortura y caminar directamente a mi casa. Me daré una de esas duchas calientes y caeré directamente en mi cama haciéndome una con las sábanas.

El timbre de la maestra suena y lanzo mis cosas de golpe en la mochila, pronto empiezan las vacaciones y son de esas veces en las que ya no quieres prestarle atención a lo que dicen en las clases, solo piensas e imaginas que ya estás viviendo en esas vacaciones tan deseadas.

Las escaleras en cuestión de segundos se convierten en estampida humana, todos desesperados por bajar al último piso igual que yo, pero ninguno tiene la decencia para bajar unas escaleras de una manera normal. Parecían perros cuando los desamarraron de la cuerda. Bajo las escaleras con algunos empujones en mi mochila y hombros. Llevo mi vista hacia la carretera de afuera para buscar el carro de mi padre en algún sitio.

No lo veo así que, me siento en uno de los bancos del campus con la esperanza de que llegara temprano. Todos pasan a mi alrededor con rapidez sin darme atención alguna. Esa es mi rutina en la universidad, mi única vida social es sentarme a hablar con los maestros de la facultad. Saco mi teléfono y verifico si no hay ninguna notificación: no hay ninguna, claramente.

Suspiro llevando mi cuerpo hacia atrás, los minutos pasan tan lentos y densos, los pasillos y jardineros están cada vez más vacíos, que patética me veo. “Ya en la universidad y aún esperas que tu papi te recoja” me digo a mi misma. Y aunque trate de evitarlo en la verdad. Tengo ya 24 años y mi padre aún me recoge, podría decir algo como “Al menos yo si tengo un padre” pero, a esta edad y estar aquí esperando a que me recojan me hace ver como una colegiala.

Reviso mi teléfono nuevamente y lo veo claro: ya pasó una hora. Me llevo las manos a la cabeza, desordenando todo el cabello por la frustración. Me levanto de la banca y decido irme yo sola a casa, afortunadamente llevo conmigo el dinero suficiente para subirme al autobús. Si mi padre me regaña luego ya no sería mi problema, le espere demasiado ya, quedando como una colegiala en la universidad.

Cuando salgo de las paredes de la universidad me siento vigilada, un escalofrío me llena la espalda hasta mi cuello, la piel se me pone china de golpe. Volteo hacia todos los sitios posibles, acelero mi paso hasta que llegó al estacionamiento, busco a algún maestro o alguna persona pero todo está desolado. Escucho un rugido de coche familiar y volteo hacia atrás, visualizo el carro de mi padre y corro hacia él rápidamente, abro la puerta y me siento en el asiento de copiloto, dejó salir un suspiro pesado y veo a mi padre con algo de ira.

— ¿¡Por que te tardaste tanto!? ¿¡Por qué no me avisaste que habías llegado!? — me quejo tratando de no alzar la voz. Mi padre no responde en lo absoluto, solo empieza a manejar sin decir una palabra. Me como mis palabras aceptando que quizá me hace la ley del hielo sin saber el porqué. — Está bien, respiro. Pero dime el porque no me llamaste para avisarme que estabas ya en el estacionamiento. — insisto pero, él sigue dándome la misma respuesta: silencio absoluto. Solo el sonido del motor del carro me responde de alguna manera.

Resoplo y abro la ventana tratando de sentir el viento tocar mi rostro, cierro mis ojos tratando de no pensar en nada más que no sea “Chicos traigan el proyecto finalizado el próximo viernes, vale toda la calificación del parcial, no lo olviden” que maestra más molesta. Se la vive en mi mente como un bicho que te come la mente hasta la última neurona que te quede.

Observó el camino y veo que se ve más desolado de lo normal ¿En qué momento aparte la vista y vamos a otro sitio?. Volteo a ver a mi padre y sigue sin dirigirme la mirada. Resopló otra vez y enciendo la radio, detesta que toque el radio, es su preciado objeto en el coche aparte del motor. Así que, quizá de alguna manera lo hago para que hable pero no pronuncia ni una sola sílaba, ni siquiera me voltea a ver.

— ¿Te comió la lengua el gato, papá? — Reniego con el tono frustrado. Aprovecho la radio y colocó algo de música Pop para alegrarme el día: que día mas detestable.

El clima se pone más frío, veo el aire acondicionado y está apagado, saco mi mano por la ventana y efectivamente lo helado está afuera. Pongo más atención al sitio por el que pasamos, no hay ni una sola casa, completamente desolado, no pasa ni un solo carro o persona.

Veo que pasamos por unas montañas, el clima empieza a ser más denso a medida que vamos más arriba.

— Padre ¿a dónde nos dirigimos? — pregunto esperanzada, pero obtengo la misma respuesta de su parte.

La radio empieza a distorsionarse, cambio el volumen y de estación pero aún así sigue distorsionando hasta quedarse en silencio, vaya hasta la radio me abandono.

Busco un suéter entre las cosas de mi mochila y no encuentro ni una. Suspiro llevando mi cabeza hacia atrás, solo sintiendo el viento congelarme los pulmones. Cierro la ventana buscando algo de calor pero mi padre baja la de él.

—¡Pa! ¡Tengo frío, sube esa ventana!. —Solo voltea verme de reojo con una pequeña risa burlona, por un comino, no solo me ignora se divierte haciéndolo. Regreso mi mirada hacia el frente encontrándome con una neblina densa. Me siento nerviosa, desde que salí de la universidad siento que algo anda mal, no es normal que haya neblina en pleno verano.

Vuelvo a voltear a ver a mi padre quien no ve hacia delante, solo me ve a mi con una sonrisa maniática que me sube un terror en mi cuerpo. Suelta el volante y yo grito desesperada cuando el carro se empieza a mover sin control a cualquier dirección.

El sigue viendo con esa misma sonrisa, maniática y ojos vacíos.




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