La Carretera del Diablo

Primera parte del desastre: La Carretera del Diablo

La niebla cubría aquel desolado camino cubierto por las ramas de los árboles. El reloj marcaba un minuto pasada la medianoche y las luces del deportivo rojo eran lo único que iluminada la carretera que dividía el bosque entre horrible aterrador.

El sujeto aceleró el auto y las gruesas ruedas removieron el polvo y cortaron la niebla. Bajó el sonido de la reproductora de música y se concentró en salir cuanto antes de aquel lugar que había alcanzado cuando introdujo en el gps la dirección más corta para llegar al hospital desde su nuevo apartamento.

La llamada de emergencia la había recibido hacía menos de veinte minutos, su paciente había entrado en un coma crítico y era necesaria su precensia cuanto antes en la sala de cuidados intenivos; pero si no salía pronto de ese bosque, poco podría hacer por el señor Fletcher antes de quedar infartado en medio de la nada.

"La Carretera del Diablo"  así se conocía a aquel camino, y era casi la versión real del inicio de una película que su esposa habría descartado sin apenas escuchar el primer diálogo. Miró la pantalla que tenía un poco a su derecha y vio que marcaba 2 kilómetros para incorporarse a una rotonda que lo llevvaría a la avenida principal por la que en pocos minutos llegaría al hospital.

Pisó a fondo el acelerador y el motor rugió con fuerzas sobre palos secos, hojas y pequeñas piedras que quedaban polverizadas cuando el deportivo rojo alcanzó su velocidad límite. Un golpe sorpresa en el parabrizas delantero desconcentró al doctor Müller, quien perdió momentánemente el control del volante, zizagueando unos metros mientras disminuía la velocidad hasta frenar por completo.

Con ambas manos apretó fuertemente el cuero del timón y soltó un largo suspiro a la vez que intentaba acompasar sus latidos con su respiración, llevándolos a ambos a un ritmo normal. Alzó la vista con cautela hacia el parabrizas temiendo lo peor cuando la sangre corrió por este, pero al pestañear más calmado advirtió las plumas negras incrustadas a los limpiadores, y adivinó que el cuerpo del cuervo debía estar algunos metros atrás en el pavimento.

Tomó un trago largo del café bien cargado que había dejado sujeto en el portavasos, y continuó el resto del camino en completo silencio luego de apagar el reproductor y centrarse en la carretera.

Las luces de la rotonda se divisaban ya a lo lejos, y volvió a bajar la velocidad cuando una figura menuda cruzaba la carretera justo delante de él. Era un chico joven, veintipocos tal vez, menos de veinticinco seguro. Se tambaleaba al caminar y sostenía la parte baja de su abdomen con ambas manos. Su lado profesional enseguida intentó frenar, bajarse del auto y auxiliar al chico que no se veía en buen estado, pero el instinto de supervivencia se hizo presente casi de inmediato anunciándole una señal roja y parpadeante de PELIGRO. Él había visto suficientes películas de aquellas que su esposa evitaba, como para saber que las probabilidades de morir al bajar de aquel vehículo serían altas. Siguió de largo al pasar por el lado del joven y miró por el retrovisor izquierdo cómo los ojos lastimeros de ese chico lo veían alejarse. Cambió la vista hasta la foto de su hijo que tenía colgando en el auto, volvió a apretar los dedos en el volante, cerró los ojos y frenó. Tomó la pistola que guardaba en la guantera y abrió la puerta del conductor.

La adrenalina comenzó a fluir por su cuerpo como cascada en épocas de diluvios, y apuntó el arma mientras se acercaba al joven que había caído de rodillas al suelo y alzó poco a poco la cabeza para mirarlo.

—Adelante, mátame —gimió aquel chico con voz opaca —acabo de ver morir desmembrado a un hombre delante de mí. Escapé en un descuido rezando por no vivir lo mismo que él, pero las imágenes de su muerte se repiten una  otra vez en mi mente —hizo una pausa y secó una lágrima que corrió solitaria por su mejilla izquierda, dejando un rastro de sangre en su rostro, y volvió a presionar la parte baja de su abdomen —si no me matas tú, ellos me encontrarán y lo harán, soy la presa, y solo me dejaron huir para hacer más entretenida la cacería.

El hombre bajó ligeramente el arma sin dejar de apuntar, y alzó una ceja en señal de confusión. ¿Qué demonios ocurría en aquel bosque?

—¿De qué hablas, muchacho? —quiso saber —¿Quién te matará?

—Los responsables de hacer cumplir el ritual —susurró casi sin fuerzas —Ellos... ellos... —cayó en la inconciencia ante de terminar la frase, y la niebla ya comenzaba a volverse más espesa.

El doctor Müller cargó al joven con facilidad, era un hombre alto y aquel chico no podía medir más de un metro con sesenta y cinco centímetros. Caminó con él en brazos y abrió la puerta del copiloto para dejarlo, la cerró y rodeó el auto para tomar su asiento y acelerar hasta el hospital.

El muchacho poco a poco recobró la conciencia y un suspiro largo se escapó de su boca.

—¿Por qué me ayudas? —preguntó al chofer —Podrías haber muerto al bajarte del auto. Puedes hacerlo ahora, no me conoces —puntuó el extraño joven.

El médico torció la esquina derecha de su boca en una débil sonrisa, estacionó afuera del hospital y llamó a los camilleros para que llevaran al chico dentro y pudiera ser atendido...




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