Lyon Müller entró sumamente cansado a su imponente departamento en el último piso de aquel lujoso condominio. Sacó sus zapatos de un puntapié como acostumbraba al pasar el umbral de la puerta, caminó descalzo hacia su cocina de estilo americano, y tomó su copa favorita para servirse una copa de vino tinto que lo ayudaría a conciliar el sueño aquella madrugada, pues a pesar de su cansancio físico, el insomnio se apoderaba de él cada noche desde hacía ya varios años.
Miró a su alrededor mientras olía el vino antes de darse un largo trago de aquella delicia, y caminó hacia donde se encontraba su hijo, a quien observó durante unos segundos con una sonria en los labios, para después redireccionar sus pasos y contemplar a su amada esposa. Había sido un hombre afortunado, durante años logró escalar en el mundo de la medicina hasta convertirse en un reconocido y respetado cirujano, y por ello había logrado amasar una importante fortuna, pero mientras lo hacía entendió que el éxito no es nada si no tienes con quién compartirlo. Recorrió nuevamente la figura de su mujer y a su mente llegaron varios momentos de completa felicidad junto a ella y su hijo Tomas. Sonrió con nostalgia y se repitió que su éxito laboral y todo el dinero que tenía no compensaban las horas en las que su trabajo lo mantenía alejado de ellos.
Regresó al salón y apagó las luces que había dejado encendidas, dejó la copa de vino vacía sobre la encimera, caminó después hacia su habitación, y finalmente se durmió.
A la mañana siguiente el doctor Müller se desperezó con un baño de agua helada, desayunó y se marchó nuevamente al hospital. La carretera del diablo no parecía tan aterradora con la luz diurna, aún y cuando los débiles rayos solares de esa época del año casi no se fitraban por entre las gruesas ramas de los árboles
Desaceleró su deportivo rojo y se permitió admirar aquel desolado paisaje que catalogó como triste y hermoso. La temperatura era considerablemente más baja allí, la niebla nunca se iba del todo y el sonido del viento al chocar con la copa de los árboles emitía una especie de susurros espectrales que harían dudar al más incrédulo de los mortales. Tenía la impresión de que cerca había un cementerio, y cualquier reflexión casual que estuviese ideando mientras manejaba, quedó interrumpida por las dos figuras de negro que por entre los árboles lo observaron, uno a cada lado de la carretera.
Los dos hombres llevaban gran cantidad de tatuajes, incluso en sus rostros, y además las perforaciones casi en cada parte visible de su piel que mostraban, eran realmente impresionantes. El sujeto de la derecha vestía una especie de sotana de saten y se cubría la cabeza con un gorro que salía de ella. El de la izquierda del camino vestía pantalón y sudadera de igual color, y convencido de que su vista no falla al reconocer tal fluído, juró que las manchas carmesí de su rostro y manos eran sangre. Siguió de largo mostrándose impasible, y continuó su camino hasta el hospital.
Era más de medio día cuando entró a la habitación del joven que había rescatado la noche anterior. Se encontraba despierto aunque visiblemente débil. El efecto de los calmantes aún no se iba del todo.
—¿Me recuerdas? —preguntó al chico y se adentró más en la habitación, capturando el interés de este. Lo vio dudar unos segundos antes de responder.
—Usted es el doctor que me salvó anoche —afirmó entonces el muchacho.
El doctor Müller volvió a torcer media comisura de los labios y se sentó en la punta de la cama donde estaba su paciente.
—¿Recuerdas algo de anoche?
El chico volvió a quedarse pensativo y sus pupilas comenzaron a moverse bastante rápido, como cuando revives escenarios intensos en tu memoria.
—Recuerdo fuego —dijo pero fijó la vista en un rincón de la habitación, ligeramente a su derecha —un cículo de fuego. Bailes extraños y algunos cantares más extraños aún. Risas, muchas risas —continuó como en una especie de transe, y el doctor se percató de que había juntado sus manos como si las tuviera atadas —Al principio éramos tres, al otro día dos, y finalmente solo quedé yo, cuando a mi compañero lo empezaron a dividir con unas motosierras como si fuese cualquier cosa menos un ser humano.
Lyon tuvo que sujetarlo de los hombros cuando los recuerdos se hicieron demasiado vívidos, y comenzó a gritar realmente asustado.
—Sangre —continuaba gritando —hay mucha sangre, visceras, partes mutiladas, cuerpos sin vida...
El doctor Müller se las ingenió para inyectarle un calmante que comenzó a relajarlo poco a poco, y lo ayudó a recostarse con cuidado.
—¿Cómo te hiciste la herida del abdomen?
El chico miró a Lyon a los ojos por primera vez desde que este lo encontró. Sus pupilas se dilataron y su rostro palideció. Los recuerdos de la noche anterior habían creado un trauma profundo en su psiquis, y sería complicado ayudarlo a eliminar el miedo.
—Me caí —dijo simplemente antes de volver a caer en la inconciencia, esta vez gracias al calmante suministrado.