La Carretera del Diablo

Cuarta parte del desastre: Asesino en serie

Había pasado una semana desde que el doctor Müller trajo al hospital a aquel extraño y traumado muchacho. La policía investigó el bosque minuciosamente y no se encontró rastro alguno de los cuerpos que supuestamente se habían sacrificado allí, ni siquiera encontraron sangre seca o algún reporte de desaparecidos en la ciudad o sus alrededores, y el caso se dio por terminado.

Aún así el joven continuaba presentando severos episodios donde se siente vigilado o perseguido, y jura que quieren hacerle daño. Un psiquiatra especializado del centro concluyó, tras algunas sesiones, que aquel joven sufre de esquizofrenia paranoide, y cada día aumentan más sus alucinaciones y delirios, durante los que muchas veces intenta automutilarse.

Se le ha remitido al área de psiquiatría del hospital y allí continuará ingresado mientras siga representando un peligro para él o para la sociedad. No se ha logrado hasta el momento contactar con algún familiar del chico, apenas ha conseguido decir que se llama Arnold, y la policía continúa la búsqueda de su identidad. En tres ocasiones ya ha procurado escapar del centro y ha sido interceptado por el personal de seguridad del hospital, pero cada vez se vuelve más creativo en sus intentos de fuga.

El doctor Müller continúa llendo de su apartamento al hospital y de regreso por la Carretera del Diablo. Ha llegado a acostumbrarse a ese recorrido y cada vez le parece menos epeluznante y demoníaco. Además, ahorra una cantidad considerable de tiempo y combustible al atravear por ese lugar y no bordear la ciudad desde las afueras para trasladarse desde su casa hasta su centro de trabajo.

Acaba de salir de una cirugía de urgencia, un paciente con perforación de colon del cual la vida pendía de un hilo. Como ya es costumbre para él, luego de lavarse el rostro, respirar con fuerza y exalar exageradamente, toma su teléfono celular, observa unos segundos la foto de su familia, sonríe a la pantalla y lo vuelve a bloquear al mirar la hora, la temperatura, y el porcentaje de batería que le queda.

Está bastante entrada la noche y ha llegado la hora de volver a casa. Su deportivo rojo ha estado algo defectuoso últimamente y ya va siendo hora de hacerle una visita al mecánico, aunque espera que no sea nada muy grave.  Live And Let Die de Guns and Roses suena en su reproductor de música, y enfila el camino tarareando la letra mientras se adentra en la Carretera del Diablo. 

Las luces largas de su automovil captan un cuerpo en movimiento unos metros adelante, y frena violentamente cuando lo reconoce a traves de la niebla. El pobre chico diagnosticado como esquizofrénico corre sin parar frente a él, y al verlo intenta adentrarse a la izquierda del bosque. Lyon se baja de prisa del vehículo, tomando la pequeña linterna que caga en su llavero, para alumbrarse, y deja las luces del auto encendidas.

 —¡Arnold, detente! —le grita al joven y trastornado muchacho —¡Arnold! —corre tras él intentando alcanzarlo.

Ve su silueta y siente sus pisadas desesperadas adentrarse cada vez más.

—¡Es aquí! —grita —¡Es aquí!

—¡Arnold! —repite Müller ya casi sin aliento y se ve obligado a detenerse cuando sus pulsaciones se aceleran de más.

Arquea el cuerpo y pone las manos sobre sus rodillas, repirando con pesar. Teme haber perdido al chico, pero duda poder correr más por aquel terreno tan irregular.

Siente unos pasos cerca suyo y alza la vista con cuidado, iluminando con la pequeña linterna el rostro que lo observa todo con cautela.

—¡Es aquí! —repite Arnold con la mirada perdida —Aquí los mataron, pero nadie me cree.

—Tranquilo, pequeño —advierte el doctor —yo sí te creo, por eso debemos alejarnos de aquí —pide alzando las manos y acercándose al muchacho lentamente.

—No debió seguirme, es peligroso.

—Ven conmigo —pide al llegar a él y tocarle un hombro con sutileza.

—¡No! —grita Arnold —¡No me toque! —toma su brazo con una mano y alza un bisturí con la otra, acercándolo peligrosamente al cuello del doctor —Debió tener más cuidado conmigo, además de esquizofrénico, como me han catalogado, también podría ser un psicópata peligroso, un asesino en serie disfrazado, o algo parecido.

El doctor Müller comienza a reír de la nada, sabe reconocer a un psicópata, y este chico no lo es.

—Lo veo poco probable —susurra y el muchacho alza una ceja confundido sin alejar el bisturí del cuello de Lyon.

—Es más que probable —contradice —¡Estoy loco! Su amigo me diagnosticó.

—No me refiero a eso, sino a que a pesar de que pueda ser posible, es poco probable que hayan dos asesinos seriales juntos aquí en este momento —señala y en un rápido y estudiado movimiento toma el bisturí con el que lo amenazaba el chico y da un profundo corte en su cuello, rebanándole la yugular.

El cuerpo de Arnold cae a la tierra desangrándose velozmente y Müller realiza otro corte profundo en la arteria carótida del muchacho, provocando aún más sangrado. Los ojos de su víctima lo obsevan exaltados mientras se van apagando poco a poco.

La niebla se vuelve más espesa a su alrededor y una sombra se refleja delante de él por la luz de la linterna que ilumina al ser que camina a su espalda.

—Otro cuerpo a cambio de que dejes el mío en paz un año más. Este es el último de la temporada —dice a la sombra del demonio que está tras él.

—Puedes alargar tu presencia en este plano todo lo que quieras, pero tu alma es mía, y algún día la tomaré...

 




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