La Carretera del Diablo

Quinta parte del desastre: Alma número 666

El doctor Lyon Müller despierta sobresaltado en aquel bar de carretera. Huele a rancio y la barra donde estaba recostado está pegajoza y llena de colillas de cigarros que han rebosado los ceniceros cayéndose por el borde.

Levanta la cabeza sintiendo la saliva seca que se le ha quedado pegada en la comisura de la boca, y el corazón todavía le late deprisa por la pesadilla que acaba de tener.

Alza los ojos al cantinero que se le acerca limpiando la barra y de la impresión que le provoca verle, casi cae al suelo cuando pega un brinco que tumba el taburete donde se encontraba.

—¿Que pasa, colega? —farfulla el chico joven con el delantal negro —pareciera que has visto a un fantasma — se burla y con el paño blanco barre las colillas que hay fuera del cenicero, hasta el piso. —Estaba a punto de despertarte, vamos a cerrar en cinco minutos, ya todos se fueron.

El doctor Müller mira a su alrededor, confundido, y vuelve a posar sus ojos en el chico frente a él.

—Tú... Yo te maté —susurra asustado.

El cantinero suelta una carcajada violenta y se quita el delantal poniéndolo sobre la barra.

—¡Sí que estaba fuerte lo que sea que hayas fumado antes de entrar aquí!

Lyon respira profundo analizando que todo se trataba de una terrible pesadilla, y vuelve a acercarse a la barra.

—¿Cómo llegué aquí? —pregunta.

—Entraste hace algunas horas alterado y gritando que te estaban persiguiendo y querían matarte, luego te desmayaste en medio del suelo y algunos clientes te levantaron y sentaron en la barra —explica pausado el joven —casi de inmediato comenzaste a despertar y me pediste una cerveza. Colgué el número de urgencias descubriendo que solo eras otro borracho más. Te serví una jarra de cerveza que bebiste al instante, y luego volviste a roncar en la barra.

El doctor Müller tiene recuerdos borrosos de todo lo que le cuenta el cantinero, y se toca la cabeza víctima de la confusión.

—¿Qué hora es? 

—Las 3:00am, ya es hora de que me pagues y te pires, tengo que cerrar.

Él asiente y pone un billete de veinte dólares en la barra.

—Quédate con el cambio —dice y se dirige a la puerta de salida.

—Arnold —la figura de un hombre vestido de negro, cubierto de tatuajes y con varias perforaciones en el rostro y las orejas, aparece de pronto llamando al joven de detrás de la barra. —Cierra el almacén antes de salir.

—Pensé que ya te habías ido —comenta el aludido.

—Estaba contando la mercancía.

Lyon atraviesa la salida y el frío de la noche cala en su cuerpo como pequeñas dagas siendo lanzadas desde lejos. No tiene llaves en sus bolsillos y su auto no se encuentra en el estacionamiento, le toca caminar a través de la espesa niebla. Reconoce el camino de más adelante porque lo utiliza algunas veces para ir al hospital. Desde la muerte de su mujer e hijo se ha refugiado en el alcohol, así que no le sorprende no recordar nada de lo que le ocurrió esa noche.

Toma su celular y lo mira. 31 de octubre de 2022. 3:13am. 13°C, 33% de batería. Observa la foto de su familia en el fondo de pantalla y la nostalgia le hace un nudo en el pecho. Vuelve a guardar el celular y continúa por la Carretera del Diablo, oscura y tenebrosa como la recordaba.

La luz de la luna se filtra débilmente por entre las ramas de los árboles, y al rato de caminar siente que la pequeña molestia que notó en la parte baja del abdomen cuando despertó en el bar, ahora se ha convertido en un dolor agudo. Se alza el pullover y encuentra una herida mal curada que no recuerda haberse hecho antes.

Tiene que dejar de beber. Ya lo ha perdido todo. Su familia, su trabajo, sus amigos. El dinero no lo llena ya, la fama como el mejor cirujano del continente se ha visto opacada con la noticia de su despido, y ya no le encuentra sentido a la vida, solo que es demasiado cobarde como para quitársela.

A los pocos minutos siente unos pasos detrás de él y su corazón se salta un latido cuando una figura se posa a su lado.

—¿Te perdiste? —le pregunta la voz del cantinero de antes y Lyon vuelve a respirar con normalidad.

—Sé perfectamente donde estoy —responde aún sobresaltado.

—Dicen que esta carretera, pero aún más este bosque, tienen una historia bastante digna de algún relato de terror.

—Algo así he escuchado —concuerda el doctor y continúa caminando sin mirar a su acompañante.

—Cuenta que si el demonio te mira, te marca, y de él no vas a poder escapar.

—Historias de folklore —asegura el hombre de la perilla y a partir de ahi cada uno rerorre el camino en silencio por unos minuos.

—¿Me puedes decir la hora, por favor? Es que hoy cerramos un poco más tarde y mi novia se molesta cuando me demoro más de la cuenta en llegar. —Sonríe con picardía el chico —Siempre piensa que estoy con otra, algunas veces se equivoca.

Müller se saca el celular del bolsillo y se mantiene inexpresivo. 

—3:33am —responde sin más y lo vuelve a guardar.

—¿Sabes que esta es la hora del diablo? —Lyan lo escucha y sigue caminando. El cantinero se adelanta y lo obliga a detenerse cuando se posa delante de él —Y a mí me encanta llevarme las almas que poseo a esta hora —Una voz del averno se escapa de su garganta, y exiende sus afiladas garras para perforar el estómago del doctor Müller, haciendo un recorrido hacia arriba, hacia su pecho, llegando al corazón y agarrándolo en un puño. Tira de él y lo arranca fuertemente —Feliz día de los muertos, alma número 666...

 

FIN




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