"Madre no es la que engendra, sino la que cría". ¿Y si no cría bien?
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Ese olor a humedad era algo que atraía y a la vez me hacía sentir irritada; normalmente, si traía paraguas, la sensación era diferente, pero aun así ya me estaba fastidiando. ¿Qué hago? No quiero volver a la oficina a ver si alguien tenía uno extra; tomaría tiempo y quiero llegar a casa. Tengo que tomar una decisión, no puedo quedarme parada y ver hasta qué hora parará. Por lo tanto, voy por lo seguro, aprieto mi bolsa, la coloco en mi cabeza y corro hacia la izquierda, donde queda la tienda más cercana. Al sentir el agua, noté de que no está intenso. Aumento, no confío, en cualquier momento puede cambiar.
Necesito el paraguas. Entro, inmediatamente seco por un momento los zapatos en la alfombra e ignoro el aire frío que golpea de repente, erizándome. Voy directo a donde se supone que están; se suponía que estaría aquí, justo debajo de las mochilas, en una cesta, estoy segura de que lo vi hace unos días. ¿Se acabó? No, sigo buscando, voy a cada sección, artículos de limpieza, papelería... con la esperanza de que lo hayan cambiado en cosmético. Vi a una chica con el nombre de la tienda en su ropa.
—Disculpa —me echa un vistazo, baja los productos que tenía en mano y presta atención—. ¿Sabes dónde están los paraguas?
—Oh, sí, los paraguas están... Un momento, ¡Carla! —una chica responde y asoma su cabeza en la esquina del pasillo—. ¿Dónde están los paraguas? —Desde que Carla contestó, supe de inmediato que mi suerte era un asco. Al llover tan de repente, las personas se amontonaron como hormigas, se llevaron todo, en pocas palabras, no tengo paraguas. Parada en medio del pasillo, eché un vistazo al cristal, se podía ver que el tiempo estaba cambiando. Las nubes grises iluminaban lo poco que podía ver. La lluvia se intensificó; esto estaba mal.
—Gracias. —Al darme la vuelta, pensaba buscar otra solución. Me cuestiono de la forma más estúpida: ¿La decisión anterior fue un error?,¿Qué probabilidad había de ir a la oficina y encontrar un extra?, ¿Esto era lo seguro?
—Señorita, no sé si le va a ser de ayuda, pero los paraguas infantiles están disponibles. Espero que le sea útil. Están cerca de la caja tres. —¿Infantiles? Esto es una broma, le doy las gracias nuevamente. De todos modos, está tratando de ayudarme, mi cara dijo mucho hace un momento cuando supe que estaban agotados.
Llegó a la caja tres. Sapos, princesas, conejos, un poni en un arcoíris; esos diseños eran los que estaban disponibles. Sería lo mejor si encontrara una calavera, pero sería difícil ver. ¿Quién diseñaría una calavera en un paraguas infantil? Probablemente lo demandarían por arruinar las inocentes mentes. Entre ese montón encuentro uno que llama mi atención, un elefante, sin pensarlo dos veces lo tomo. Qué más daba si alguien me veía, era un problema que ninguno de ellos iba a resolver. Al pagar, veo que la cajera no quitó sus ojos de mí. ¿Qué ve? ¿Nunca ha visto a alguien con un paraguas de elefante? Prefiero no alargar más esto, mi estrés está llegando. Le enseño la factura al vigilante. Abro el paraguas, no era grande por obvias razones, pero al menos no tendría el pelo mojado. Lo importante era no coger un resfriado, pero aun así llegaría muy mojada.
Emprendo el camino apresuradamente, gracias a mis investigaciones anteriores para conseguir trabajo. Mi casa no quedaba lejos; tenía una vida bastante plana, del trabajo a la casa, siempre estaba ocupada revisando documentos y reportes, no quería relacionarme con nadie —tampoco era buena en eso—. Le hablaba poco a mis compañeros de trabajo, una vida adulta común.
Me las arreglo para entrar, enciendo las luces y dejo los zapatos en la entrada. Cruzo directo al baño para secarme, quitarme la ropa, preparar un café y comenzar a trabajar. Salgo del baño, amarro bien la bata, veo el paraguas, las orejas del elefante sobresalían, tenía favoritismo por ese animal. Nunca los he visto, mi madre no tenía tiempo para ir al zoológico. Después de adulta no he planteado visitarlo. De niña, eso era lo que más quería: saber si en verdad los leones tenían los dientes tan afilados y si su rugido haría erizar tu piel, si los monos imitarían cada gesto que hacías y comprobar si eran tan amantes de la banana, si los elefantes jugaban con su trompa y te rociaban agua por diversión. Por simple curiosidad quería tocar los largos cuellos de las jirafas, ese deseo todavía no se había ido. Quería ir, pero ya estaba bastante grande para eso; además, mi deseo era ir acompañada.
Es gracioso, siempre lo quise, cada vez que pensaba en ello, sentía emoción. Tenía envidia y a la vez me incomodaban cada vez que los niños hablaban de cómo fue su visita, contaban exageradamente, pero nunca les creí. Lo que sabía lo vi en caricaturas y películas, no era cierto que hubieran visto un unicornio. La curiosidad por ir fue aumentando. Con paso perezoso me acerco a la chimenea, tenía frío y necesitaba entrar en calor si quería trabajar. Coloco pequeñas ramas como base y encima trozos más grandes de madera, acerco el fuego a la rama que dejé, con eso es suficiente para que esté lista.
Voy a la cocina para preparar el café, enciendo la estufa, vierto una taza y media, según mis cálculos —consecuencias de vivir sola— esto durará dos minutos y treinta segundos. Al vivir solitariamente, se adquieren habilidades como, por ejemplo, saber cuándo se acaba la pasta, el agua, esto es monotonía.
Cuando llegó a su punto de ebullición, busqué la taza, el café instantáneo, con cuidado vierto el agua, con dos cucharitas de café es suficiente, mezclo bien, agrego azúcar y, al final, lo más importante: la leche. El aroma llega de forma suave, esto está para relajarse un rato. Visualizo el sillón que está frente a la chimenea, unos minutos ahí y luego los deberes no estaría mal. Al apagar las luces, tomo asiento despacio para no echarme mi dulce café encima; sería un asco si pasara.