La casa bajo tierra (un cuento oscuro, #0.8)

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Una reina jamás debería sentarse a los pies de un trono, ni siquiera cuando este no era el suyo ni llevaba sobre su cabeza una bonita corona que marcase su posición. Pero Vivian no era ninguna reina. Ella era una Hija Predilecta, una gobernante feérica. No necesitaba ningún adorno que la diferenciase como tal, ni siquiera un asiento especial desde el que contemplar a sus cortesanos. Lo único que Vivian precisaba era su poder. Pero ni siquiera eso le pertenecía. Por eso estaba sentada en los escalones de tierra, duros y fríos, que llevaban al trono de la Reina sidhe que regía Elter desde hacía más de dos siglos.

Vivian se pasó las manos por la falda de su vestido de terciopelo de color azul intenso. La espalda le dolía después de tanto tiempo manteniéndola recta y los nervios por la anticipación hacían que la piel le hormiguease de manera desagradable por todo el cuerpo. El salón del trono en el que se encontraba estaba repleto de feéricos y también de algunos neònach, pero ella se sentía tremendamente sola.

Su familia, o lo que quedaba de ella, pronto llegaría para celebrar Beltane, que comenzaría la noche siguiente. No estaba segura de cuantas horas faltaban para que el sol se ocultase y sumiese el mundo de Elter en la oscuridad nocturna. Su cuerpo no había conseguido adaptarse del todo a funcionar sin luz natural aun después de tanto tiempo. Las velas, las antorchas y las escasas luces mágicas que alumbraban los pasillos del palacio bajo tierra se encendían y se apagaban dependiendo de la presencia de movimiento. Y allí abajo siempre había algo que se movía. Feéricos o no feéricos. Siempre había alguien patrullando, comprobando los corredores. Acechando.

Allí abajo, nunca se hacía de noche, pero tampoco era de día. La luz no era lo suficientemente intensa como para dar esa sensación, y la oscuridad tampoco era lo bastante densa como para que pareciera que se encontraba sumido en una noche estrellada.

Vivian procuraba que su mirada no se cruzase con la de nadie mientras sus ojos grises escaneaban a los presentes. Cada vez que veía movimiento en la entrada principal, custodiada por dos soldados sidhe y dos neònach de aspecto lobuno, su cuerpo se tensaba dolorosamente debajo de sus ropas, demasiado finas para evitar que el frío le mordisquease la piel.

Dejó escapar una exhalación silenciosa cuando vio los colores que adornaban los trajes y los vestidos de la pequeña comitiva fae que entraba en la estancia en ese momento. Verde esmeralda y rojo borgoña. La Tierra y las Espinas.

Su familia no podía tardar en llegar. Su Casa era una de las más alejadas, pero no se atreverían a llegar tarde. No sabiendo el precio que la Reina les haría pagar.

Vivian se recolocó discretamente en su posición y su espalda protestó por el movimiento. Volvió a pasarse las manos por la falda, a pesar de estar impoluta. Sus ojos repararon en las pequeñas flores moradas que adornaban sus mangas antes de que cerrase los dedos sobre su regazo, apartando así la visión de anillo azul que mermaba sus poderes.

Odiaba cómo le sentaban aquellos colores. Era la Hija Predilecta, pero el azul cerúleo y el morado oscuro del Agua y el Cristal se veían deslucidos en ella. Siempre lo había pensado, desde que era una niña y las sirvientas de palacio se afanaban en decirle lo contrario. A ella poco le había importado en aquel momento, pues siendo la menor de los descendientes del Hijo Predilecto de aquel momento y, además, mujer, siempre había aceptado que su destino no era el de gobernar.

Pero allí estaba, sentada en aquel palacio bajo tierra. Una elegida de los dioses, sin trono ni corona, ni tampoco poder. Una promesa frustrada y una vergüenza para su familia por las decisiones que había tomado. Decisiones para las que nadie la había preparado.

Porque ella no iba a ser una Hija Predilecta. Vivian iba a ser una moneda de cambio, igual que la mayoría de las mujeres de su posición. Igual que lo había sido su madre cuando se casó con su padre.

Sin embargo, el poder de la Casa la había elegido a ella cuando su padre murió a manos de la Reina sidhe. A ella, no a ninguno de sus cuatro hermanos mayores, los que todavía vivían cuando la Reina entró en el palacio de mármol blanco y cristal.



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En el texto hay: inmortales, fae

Editado: 07.10.2022

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