La casa bajo tierra (un cuento oscuro, #0.8)

2

─Tienes que irte.

Vivian dio un respingo en el sitio y se giró con rapidez hacia su madre. Demasiada rapidez. Habían pasado varios meses desde que había superado la Turas Mara, pero su cuerpo y sus sentidos todavía parecían no haber terminado de procesar los cambios que se habían producido en ella. Los márgenes de su visión se difuminaron. Vivian parpadeó para volver a enfocar la mirada y cuando lo consiguió, lo primero en lo que repararon sus ojos fue el pesado abrigo de pelo blanco que su madre estaba dejando sobre su cama en ese momento.

Vivian frunció el ceño mientras seguía con la mirada el avance de su madre hacia el enorme armario en el que guardaba su ropa. Confundida por sus palabras y su repentina aparición, Vivian se giró de nuevo y miró por la ventana de su habitación.

La villa palaciega de su Casa se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Allí no vivían más familias nobles que en otras Casas de Elter, pero la peculiaridad de aquella villa era el palacio alrededor del cual se había construido. Un palacio de mármol blanco con pequeñas vetas grises y grandes ventanales erguido en el centro de una pequeña isla rodeada por un lago.

El invierno había llegado hacía más de un mes, por lo que el agua debería estar congelada, formando una capa de hielo blanco y lo suficientemente gruesa como para poder caminar por ella sin miedo. Sin embargo, en ese momento el agua que rodeaba el palacio se veía oscura, casi negra, y se agitaba con suavidad, mecida por el viento frío del norte.

Los ojos grises de Vivian se desplazaron hasta los límites de la villa, rodeada por un muro de piedra oscura. Su vista de feérica conseguía distinguir las siluetas de los árboles a lo lejos, delgadas como palillos y con las ramas finas y recubiertas de hojas tan pequeñas que apenas se distinguían. Parecían soldados jóvenes, con el cuerpo demasiado delgado todavía, incapaces de hacer frente al ejército que cargaba contra ellos.

Un ejército de pesadilla, armado hasta los dientes. Un ejército enviado por los mismísimos dioses, había escuchado Vivian.

La joven fae podía distinguir las siluetas de los feéricos y de aquellas criaturas a las que aun no había visto en persona. Los neònach. Seres de otro mundo, con brasas ardiendo en sus ojos. Todavía estaban lejos, rodeando los muros de la villa, preparándose para la estocada final, pero Vivian podía percibir el aroma de su esencia en el aire. Tenue, pero allí estaba, aun con los ventanales cerrados, hormigueándole en la nariz y cubriendo su garganta con su regusto ácido y nauseabundo, desconocido.

Y su reina…

La nueva favorita.

Vivian se estremeció antes de volver a dirigir la atención hacia su madre.

─ ¿A dónde? ─comenzó a decir─ La villa está rodeada...

─Por los canales subterráneos ─cortó su madre mientras rebuscaba con rapidez entre la ropa.

Los ojos de Vivian se abrieron un poco más. Solo se escuchó el murmullo de la tela y el latido de su propio corazón acelerado en la estancia, resonando contra las paredes blancas adornadas con detalles azules y morados.

Cuando consiguió volver a hablar, su voz apenas fue un murmullo, suave como la caída de los copos de nieve sobre el suelo.

─Es invierno, estarán congelados…

Su madre se giró hacia ella con una velocidad asombrosa. Sus ojos grises, varios tonos más oscuros que los de Vivian, se clavaron en ella como puñales.

─ ¿Vas a decirme que le tienes miedo al frío, Vivian?

No alzó la voz, pero tampoco fue necesario. Su madre sabía usar las palabras y el tono con el que las pronunciaba como si se tratasen de una daga afilada. Una guerrera, de una manera diferente a la de los soldados que intentaban defender en ese momento la villa, pero tan peligrosa como cualquiera de ellos.

Vivian se quedó muy quieta, procurando que los músculos de su cuerpo no se pusieran rígidos, soportando en silencio el golpe que acompañaba aquellas palabras. Era una hija del agua y el cristal, había nacido en el hogar de la tierra helada y el hielo perpetuo. El poder de su Casa se alimentaba del frío.

No dijo nada mientras se levantaba del alfeizar desde el que había estado contemplando el avance de las tropas sidhe, asustada e impotente, y se dirigía hacia la cama. Vivian apenas tenía pantalones, blusas, o nada que recordase vagamente a las ropas que solían llevar los hombres. Su madre lo desaprobaba, por muy cómoda o más brigada que resultase, pero sabía que no podría moverse con rapidez por los túneles que discurrían por debajo del palacio y de la villa con ninguno de sus elegantes vestidos.

La esposa del Hijo Predilecto había depositado sobre la cama un par de pantalones oscuros, de tela gruesa y forrados con una espesa capa de pelo de conejo. También había dejado una blusa y un jersey de lana negro. Vivian alargó la mano hacia la ropa, dispuesta a intentar hacer más preguntas mientras hacía lo que su madre le había dicho, cuando se dio cuenta de la apariencia de esta.

No pudo evitar fruncir el ceño mientras sus ojos vagaban por el vestido morado que llevaba, sencillo y grueso para protegerse del ambiente gélido que siempre reinaba en el palacio, pero elegante y sofisticado al mismo tiempo. Su madre siempre conseguía verse arreglada y majestuosa sin importar lo que llevase, no como Vivian.



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En el texto hay: inmortales, fae

Editado: 07.10.2022

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