La casa bajo tierra (un cuento oscuro, #0.8)

3

Vivian se sobresaltó cuando una taza humeante apareció delante de ella. Sus ojos siguieron la mano de dedos largos y elegantes hasta llegar al atractivo rostro del fae que la miraba con una sonrisa socarrona y una ceja enarcada, consciente de que la había cogido inmersa en los recuerdos.

Vivian trató de devolverle la sonrisa a Keiran mientras aceptaba la taza que le ofrecía.

─Gracias.

Él se sentó a su lado, sin llegar a tocarla, pero lo suficientemente cerca como para que pudiera sentir el calor que emanaba de su cuerpo. Y también su olor.

Vivian se llevó a los labios la taza que Keiran le había dado, pero no bebió. Aspiró discretamente el aroma dulce y afrutado de la infusión, tapando el del fae que tenía a su lado. El olor de Awen y lo que habían hecho momentos antes seguían prendidos en su piel.

La Reina siempre se entretenía con Keiran más de lo habitual en ocasiones como aquella, con una gran celebración feérica a la vuelta de la esquina. Con él, y también con Aedan, el Hijo Predilecto del Fuego y la Arena. Vivian no terminaba de comprender por qué elegía a Aedan; hasta donde ella sabía, Awen no se acostaba con otros fae que no fueran ellos. Aquella cuestión la intrigaba, pero ella nunca había hecho preguntas, y si Keiran sabía por qué la Reina sentía aquella predilección por el gobernante de la Casa más desértica de Elter, nunca se lo dijo.

─El Agua y el Cristal todavía no ha llegado ─dijo Keiran, mientras observaba a los feéricos que comenzaban a reunirse en el salón del trono.

Lo cierto era que aquella estancia bajo tierra no tenía demasiado que envidiarle a nada que pudiera encontrarse en un palacio fae, aunque de una manera retorcida y sucia. Las paredes de tierra y piedra no tenían otra decoración que no fueran las vetas de humedad y las raíces delgadas que asomaban aquí y allá. La iluminación era escasa y provenía de pequeñas piedras de luz incrustadas en los muros y el techo, pero con la visión privilegiada de los feéricos era suficiente para ver las irregularidades del terreno y el escaso mobiliario, compuesto por mesas largas de madera oscura donde se podía encontrar… de todo un poco.

A parte de eso, solo estaba el trono que Vivian y Keiran tenían a sus espaldas, modelado a partir de barro y arcilla, al que se llegaba después de subir tres escalones de tierra. Sencillo, sin apenas ornamentos y con aspecto incómodo. Una burla a los asientos reales que había en los palacios de los Hijos Predilectos, llamativos y pomposos, pero igualmente poco confortables. O eso tenía entendido Vivian; ella jamás se había sentado en el suyo.

No había escudos que representasen aquella Casa bajo tierra, ni tampoco colores que la representasen, además del marrón oscuro de la tierra húmeda y el gris parduzco de la piedra mojada.

Vivian se llevó la taza a los labios de nuevo. Esta vez, sí dio un sorbo.

─La Sombra y la Niebla tampoco ─contestó con sencillez.

Los cortesanos de las dos Casas situadas al norte de Tierra de Nadie siempre eran los últimos en llegar, a pesar de que no eran los que se encontraban más lejos del palacio de la Reina sidhe, situado bajo las ruinas de Mag Tuired, el lugar donde Padre y Madre habían concedido sus poderes a los Hijos Predilectos; otra burla desdeñosa mal disimulada. A Vivian no le sorprendía; entendía que no tuvieran prisa en ver a sus gobernantes ni en lo que se habían convertido. Siervos fieles a los pies de la reina invasora. Traidores a su sangre y a su pueblo. Una vergüenza para su linaje y su Casa. Esas eran alguna de las cosas que los llamaban a sus espaldas, aunque dichas con otras palabras.  

─No tardarán ─replicó Keiran llevándose el vaso de cristal que tenía en la mano a los labios─. Está empezando a anochecer.

Vivian se quedó callada. Llevaba dos siglos allí abajo, sin apenas salir para nada, y su cuerpo seguía sin acostumbrarse del todo a funcionar sin saber si era de día o de noche. Keiran, sin embargo, siempre parecía saberlo. A Vivian no le extrañaba demasiado, pues él tenía cierta ventaja; de todos los fae que vivían permanentemente en aquel palacio bajo tierra, Keiran era quien salía a la superficie más a menudo, con permiso de la Reina.

Vivian no estaba segura de si lo envidiaba. En parte echaba de menos sentir la brisa fresca y natural acariciándole el pelo y ver el cielo sobre su cabeza, pero sabía que los asuntos que llevaban a Keiran a la superficie no eran agradables, a pesar de que nunca hablaban demasiado sobre ellos. Vivian nunca hacía demasiadas preguntas y Keiran tampoco le contaba gran cosa, pero sabían entenderse sin palabras. Las miradas y los gestos tenían un poder que muchos desconocían.

Keiran dio otro trago al contenido de su vaso, sin perder de vista a los feéricos que comenzaban a llenar la sala. El olor de la bebida llegó hasta Vivian, que se contuvo para no fruncir el ceño.

No soportaba el alcohol. Ni su olor, ni su sabor, ni siquiera su visión. Hacía que se erizase el vello del cuerpo y que se le tensasen todos los músculos, dejándola paralizada. Había aprendido que quedarse inmóvil era una buena táctica para pasar desapercibida cuando su padre o sus hermanos bebían y necesitaban a alguien o a algo para descargar sus frustraciones. Nunca le habían puesto la mano encima, ni a ella ni a su madre, pero tampoco había sido necesario. El alcohol les afilaba la lengua de una manera que hacía que cualquier palabra que pronunciasen se sintiera como una cuchillada. Además, su control sobre su poder flaqueaba y hacía que el palacio entero se llenase de una atmósfera cargada y asfixiante que impedía que Vivian fuera capaz de conciliar el sueño.



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En el texto hay: inmortales, fae

Editado: 07.10.2022

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